Deberes sí, deberes no

Modelos educativos enfrentados hablan de las tareas de los alumnos fuera del colegio. La clave es verlas como una herramienta para descubrir el mundo

14 feb 2016 / 10:30 H.

Es un tema controvertido y entre los profesionales de la educación no hay un consenso claro acerca de la conveniencia o no de que los niños, después de su jornada educativa, tengan que seguir estudiando en casa. Tradicionalmente ésta ha sido la norma, pero el debate se abre porque el fracaso escolar sigue sin resolverse y porque hay otros modelos educativos fuera de nuestro país donde se están consiguiendo grandes tasas de éxito escolar con métodos muy diferentes a los nuestros.

Entre los factores de riesgo para el fracaso escolar está el concepto familiar de escuela, de aprendizaje, de deberes, de relaciones sociales, en definitiva cómo se toma la familia los asuntos del colegio. Si miramos otros países con férreos sistemas educativos, con grandes responsabilidades para los niños de corta edad, con grandes castigos sociales y familiares cuando las notas no han salido bien, descubriremos que aumentan las tasas de trastornos infantiles, depresiones, suicidios, etcétera. Y si miramos otros países con gran éxito en la gestión escolar y el aprendizaje, lo que descubrimos es que no mandan deberes. ¿Quiere decir esto que mandar deberes influye directamente en el éxito escolar de mi hijo? La respuesta es: depende. La clave está en esta otra pregunta ¿qué son los deberes?

Nuestra visión social, cultural y tradicional siempre nos pone la imagen de que un niño haciendo deberes por la tarde frente a otro que no los hace, será un niño con éxito escolar, será un niño que irá progresando en los estudios y será de los mejores de la clase. Esta imagen tan simplista que todos tenemos en nuestra mente la damos por cierta, aunque nunca se ha demostrado que ser “el mejor de la clase” haga al niño más feliz, más adaptado a su entorno, más entregado a la pasión por aprender, más inteligentemente emocional. Lo único que han demostrado las largas tardes estudiando después del cole, es que probablemente saques buenas notas en ciertas materias. “Saca un 10 y te compro la bici”, motivaciones extrínsecas se dan al niño para que aprenda, no porque es divertido aprender, sino porque será un medio para obtener un premio. Esta forma de abordar el aprendizaje es fruto del concepto competitivo de estudiar, es inculcarle al niño desde muy pequeños que la sociedad quiere eso, personas que estén por encima de otras, personas que, como en una selección de personal directivo de una multinacional, dominen frente a otros que sean los dominados. Antes de ser si quiera un adolescente, tienes que ser competitivo.

Afortunadamente, este modelo está en desuso por la gran destrucción personal que puede sentir el niño al sacar menor nota que su compañero, al ser seleccionado como listo o torpe antes de tirar los dientes de leche. Desde la Psicología, y teniendo en cuenta los nuevos modelos de educación que se están implantando a nivel europeo, pensamos que el niño tiene que hacer deberes con la única presión extra que ir descubriendo lo maravilloso que es aprender cosas. Que hacer deberes sea un juego más, que sea una exploración más del entorno del niño. Que sea una oportunidad para afianzar los vínculos familiares, donde todos nos ponemos con el niño a descubrir que con una multiplicación puedo adivinar las manzanas que hay en una cesta. Con una ecuación puedo descubrir cuánto tardará en llegar un tren que sale de Barcelona a las 5. Con una fórmula puedo hacer que un limón suelte espuma en contacto con bicarbonato.

Deberes sí, divertidos, familiares, descubridores de experiencias. Rutinarios, en el sentido de todos los días, como cualquier hábito. Compatibles con el juego que necesita el niño. Interesantes por sí solos. Como medio para descubrir mi entorno, como una forma más de relacionarme con mis amigos y con mi familia. Deberes sí, pero presión, frustraciones, etiquetas de listos o torpes, o cuando quitan tiempo para jugar o relacionarse, eso no, eso no son deberes, eso no hará de nuestro hijo un niño inteligente.