Cueva La Yedra y Zarzuela

Desde La Pandera hasta la Sierra del Trigo pasando por las Chorrelas o, como no, el entorno de Chircales a la Martina o el río Víboras. Auténticos tesoros de Jaén con algo en común, de la Sierra Sur

26 may 2019 / 12:17 H.

Hace unos años hubo intento de declarar las sierras del entorno de Valdepeñas, Alcalá, Alcaudete, Fuensanta, Frailes y el parque natural de Castillo de Locubín. Quedó en un vano intento. Pero son muchos los parajes y recintos que coadyuvarían a este reconocimiento oficial para disfrute humano y conservación de su naturaleza. Lo ratifican desde la Pandera a la Sierra del Trigo, del paredón a las Chorreras, desde el entorno de Chircales a la Martina, del río Víboras al nacimiento del río San Juan. Entre estos lugares, hay un lugar bucólico que al amante de la vida natural lo acerca a tiempos milenarios, en concreto en los aledaños de Cerezo Gordo. Desde Frailes se desvía el visitante por la carretera de la Joya del Salograr, y en el mojón de la Cruz del Espinal nos dirigimos al núcleo de Cerezo Gordo, un lugar donde casi dos siglos atrás Luís Aceituno levantó su santuario santero en su vivienda sobre un altozano que se abre en forma de un mirador con unas frondosas encinas.

Dejamos el coche por la parte baja de nuestro proyectado itinerario, en las inmediaciones de la Zarzuela, una era que recuerda a campos roturados, conquista de la naturaleza por el hombre y terrenos convertidos en pasto de ganadería.

Vienen a la memoria estos versos virgilianos de su segunda égloga: su obra ya los bueyes fenecida / y puesto el yugo el lucio arado / se tornan, y la sombra extendida / de Febo, que se pone apresurado / huyendo, alarga el paso y la crecida llama, que me arde el pecho, no ha menguado.

Y emprendemos la ruta carretera de Cerezo Gordo arriba hasta adentrarnos por el camino que nos conducía a Cueva La Yedra. Pasamos entre asfalto y rocas milenarias que nos descubren los movimientos telúricos del mar de Tetis en sus diversas capas. Mientras, nos refrescamos con las alamedas de los arroyuelos de Cueva La Yedra y del Salteadero, ciclistas y otras senderistas nos cruzamos en nuestra ruta.

Al ascender por un camino de tierra y roca, en medio de una zona de encinar, pasto, y algún que otro fresno y quejigo, se dejan entrever terrenos de roturación y desmonte de montes de siglos pasados, donde se albergaban varios cortijos abandonados, pastos de antiguas hazas de trigo y rompizos de olivar. Llegamos a una era, desde donde se nos extendía un paisaje que se cerraba con la Sierra del Paredón y sus molinos de viento, de modo que se mezclaban entre diversas tonalidades de verde los cerros, los valles, barrancales, alamedas, encinares y pastizales. Un canto a la técnica se presenta ante la vista de una maquina trilladora de mediados del siglo XX. Parece como si hubiera detenido el tiempo de los primeros años de la mecanización de las mieses. Entre los encinares, se multiplican pequeños arroyos y la Fuente del Fresno alumbra su parto con un hilo de agua. Espero y reencuentro, en torno al primer lugar con vivienda humana y un cerbero de guardián, para contemplar los rebaños y sentir el balido de las ovejas y de algunas cabras entre alambradas. Cueva La Yedra es un cortijo que solo recuerda en algunos lienzos de sus paredes la arquitectura rural de muros anchos y pequeñas rendijas de vanos. Un lagarto nos sobresalta, y un compañero libera a una cabra de las redes de las vallas de alambre ante la mirada torva de un guarda canino. Y bajamos hasta el Salteadero, un bonito rincón entre agua de barrancal, casas de los años cuarenta, olor a oveja y ladrido de perros. Nos refrescamos con el agua de la casería de Pepe Romero, que venía de la fuente del Saltadero, pequeño aperitivo y simulamos una comida campestre entre la noguera y los encinares.

Un lugar de ditirambo bucólico: Pues yo te cogeré manzanas bellas / cubiertas de su flor y las queridas / castañas de Amarilis, y con ellas / ciruelas que merecen ser cogidas. / Tu, mirto, y tú, laurel, iréis sobre ellas / que juntos oléis bien.

Por una pequeña cuesta subimos abriendo puerta de apriscos de ganado, piando rocas estratificadas, piedra de canto, encinares y más encinares, algún pequeño prado, como la era de la Peregrina, y dejando atrás cortijos abandonados, hasta acercarnos a un cortijo que olía a cerdo y cochino jabalí; al fondo el cortijo de Fuente Sánchez y el de Matasuegras, donde se rumorea con el sonido de las aguas la tragedia lorquina. Viramos la cuesta y nos dirigimos a la Zarzuela, por un camino llano, pero de impresionantes vistas, desde donde contemplamos los apriscos ovinos y caprinos. Saltamos y hacemos saltar al perro de Ion los pasos de hierro estriado que impiden la salida de ganados. Cristina y su familia nos guían hasta llegar a la roca chimenea y divisamos la Zarzuela y la Nava, buen rincón con otra era de piedra seca de mampuesto, y nos saludan los molinitos de viento con su brisa en nuestros cuerpos, que nos refresca este día caluroso y amenazado por los buitres que nos han dejado que cuelgue una pluma sobre mi sombrero. Busca el ganado agora lo sombrío / y por las cambroneras espinosas / metidos los lagartos buscan el frío / y Téstlilis comidas provechosas compone / a los que abrasa el seco estío / con ajos y con yerbas sabrosas / conmigo por seguirte, solamente / resuena la cigarra el sol ardiente.

En la Era del cortijo de Reguelos, bajo el de la Nava, nos montamos y nos dirigimos a la Joya del Salograr. Junto la ermita, en la casa de la hermandad comemos. Buena ruta del Parque Natural de la Sierra Sur, puro paisaje mediterráneo.