Caparrós: Sangre derramada

Un jiennense, Lucas Martínez, coordinador general de Podemos Jaén, vio caer abatido de un tiro al joven malagueño que se encontraba a su lado en la gran manifestación celebrada en Málaga

03 dic 2017 / 11:33 H.

No fue una bala perdida. Posiblemente fuese tirada al tun-tún sobre una masa de manifestantes, pero con muy mala intención y con toda la muerte que lleva puesta una bala. A bulto, pero buscando la carne y los huesos. Se dice, y así lo recogió el sumario, que una sección de 32 agentes de la Policía Armada (los “grises”), desplegados en el Paseo de la Alameda de Málaga, el 4 de diciembre de 1977, recibieron la orden taxativa del gobernador civil, Enrique Riverola, de “despejar”, pues, al parecer, grupos de manifestantes les lanzaban las piedras que cogían del río Guadalmedina, en cuya ribera Este arranca la Alameda.

Otra versión asegura que los disturbios los provocaron militantes de Fuerza Nueva, contrariados ante la visión de la gran muchedumbre, se calcula en 200.000 o 300.000 personas, que gritaba hasta desgañitarse “autonomía” y “libertad”. Les irritaba aún más la ancha marea de banderas verdiblancas que ondeaban en la manifestación. Algo insólito.

Varios de los agentes de esa sección debieron interpretar que la orden de “despejar” se refería a disparar al aire con fuego real para que los convocados ahuecaran el ala. Y eso hicieron, disparar al aire. Se estima que pegaron 30 tiros reglamentarios. El problema es que al final del “aire” estaban las personas. Una de las balas perforó la axila izquierda, atravesó el tórax y salió por el costado derecho de un joven manifestante, Manuel José García Caparrós, de 18 años y a punto de cumplir los 19. Trabajaba desde hacía algo más de un mes en la fábrica de cervezas Victoria y estaba recién afiliado a Comisiones Obreras. Llevaba en la cartera su primera paga, algo más de 20.000 pesetas, y se sentía feliz y dichoso por participar en una manifestación, que luego resultó histórica.

Al recibir el disparo, el joven cayó al suelo y la sangre y la vida se le escaparon a borbotones por la boca. Un buen samaritano lo llevó hasta su vehículo y lo trasladó, ya cadáver, al hospital Carlos Haya. Hacia las dos de la tarde, un celador (que se identificó así) llamó a la familia García Caparrós y le dijo que su hijo había sufrido un “accidente de tráfico”. Los Caparrós se enteraron poco más tarde de que Manuel José murió porque le habían pegado un tiro en la flor de la vida. Dos manifestantes más fueron heridos por disparos.

A resulta de esos hechos, tres policías fueron expedientados y trasladados. Incluso hubo un proceso judicial que se abrió y cerró sin resultados. Aquí la paz de los cementerios y allí la gloria de los verdugos. Un jiennense, Lucas Martínez Ramírez, fue testigo directo de esos hechos. En 1977 estudiaba Económicas en la Universidad de Málaga, militaba en el PSA y participó, como tantos otros, en la manifestación por la autonomía plena de Andalucía. Él se hallaba a pocos metros de Manuel José García Caparrós cuando este cayó herido de muerte desangrándose.

Hoy, Lucas Martínez, coordinador general de Podemos Jaén, lo recuerda así: “El 4-D fue un día lluvioso y frío. Yo vivía en El Palo y la manifestación salía de la Alameda de Colón. Cuando llegué, junto con varios compañeros, vi tal multitud de personas, que se me saltaron las lágrimas de la emoción. Se calcula que habían entre 200.000 y 300.000 manifestantes. El entusiasmo era tal que vimos que aquel sueño de la autonomía por el que veníamos luchando podía ser posible. La manifestación la apoyaban todos los partidos políticos, pero lo que se veía más eran las banderas verdiblancas. Todos teníamos ansias de libertad, de mejorar nuestras propias vidas y las condiciones sociales, porque la situación económica de Andalucía era paupérrima”. Aquel sentimiento común de euforia, al cabo de dos horas de manifestación, se quebró bruscamente. Las cargas policiales tocaron diana con el vergajo y el personal se despertó de un sueño para sumirse en una pesadilla.

Lucas Martínez lo cuenta: “La manifestación era tan grande, que yo no me enteré de las cargas en las inmediaciones del río, hasta que me vi en medio de ellas. Eran cargas terribles. Una compañera de la facultad nos dijo: ‘Tened cuidado que están pegando muy fuerte’. Nosotros teníamos que pasar por allí para regresar a El Palo. Vi que habían policías arriba y abajo de un puentecito. Y enfrente también vi a varios policías con las pistolas en la mano. Uno de ellos, de cuerpo ancho, pero no gordo, tenía galones de sargento. Al girarme hacia una marquesina de autobús, vi caer a un muchacho. Era delgado, con el pelo rubio tirando a pelirrojo, con una cazadora, o chamarreta como dicen allí, marroncilla. Echaba sangre por la boca. Era Caparrós. Lo recogió Carlos, un compañero que militaba en la CNT y se lo llevó al hospital Carlos Haya, pero ya llegó muerto”.