Atalayas alcalaínas en la sierra (III)

El camino que lleva hasta Charilla envuelve el viajero entre cerros que resuenan tiempos de viñedos otoñales, hortelanos de Guadalcotón, zumacales de los Tajos y sus atalayas

30 sep 2018 / 11:23 H.

Iniciar la ruta por la parte sudoriental de la Sierra Sur significa compartir con la naturaleza una serie de sensaciones únicas, patrimoniales y paisajísticas. Desde el comienzo del itinerario, por el desvío de la Nacional 5432 a través de la carretera provincial que se dirige a la aldea de Charilla, se envuelve el viajero entre cerros que resuenan tiempos de viñedos otoñales, hortelanos de Guadalcotón, y zumacales de los Tajos. Charilla, se siente protegida por su atalaya, situada en un cerro, al que las calles concejiles conducen desde la ermita de San Miguel y de los restos de la ciudad mozárabe Flora, un antiguo camino que se adentra entre olivares, la fuente de la Montijana y el cortijo de la Leyenda de María Solís. Una bella durmiente charillera que dejó su huella en la entrada de un manantial que alberga un cortijo cercano a la torre. A través de un rocoso monte mediterráneo y de pasto caprino, se alcanza una atalaya que servía de comunicación con las torres del Castillo de Locubín, de los Pedregales y las de los derredores del cerro de la Mota. Esta torre musulmana formaba parte de la red defensiva de la ciudad fortificada. De planta circular, en su primer cuerpo, probablemente horadado de su trama maciza, se abre una bóveda semiesférica, y se percibe por un amplio hueco el segundo cuerpo con dos vanos y un hueco destinado a la entrada original. Se ha desmochado su parte alta, pues se denota en la pérdida de los sillares irregulares. Desde la torre, a sus pies se extiende la aldea de Ben Jakán, el poeta charillero que cantaba, en su libro “Collares de oro”: Me perdí, y dejé mi continencia en el desierto;/ Y monté mi gozo a rienda suelta./ Me ofreció la rosa de sus mejillas,/ Y la recogí con la mirada sin pecado./ Quise abstenerme de su amor, pero no pude,/ Mostrándole seriedad en medio de la broma./ Y dejé que mi corazón fuese, por el ardiente afecto,/ Como un ave con la que vuelan, sin ala, los deseos.

Siguiendo por la cañada, actual carretera municipal, de la Boca de Charrilla parece como si se pisara sobre la bóveda de una falla tectónica y llegaran sus ondas expansivas hacia la torre del mismo nombre, una torre que comienza el cierre del círculo defensivo de la Mota. Siguen dibujando el círculo las del Cascante, a cuyos pies se refresca el paraje con la Fuente del Rey, continua con la de la Moraleja, vigilando el camino de la Corte hacia Granada y se estrecha el círculo con a la de Dehesilla de los Caballos. Se renovó su iluminación, pero el vandalismo no les permitió subsistir su luminaria durante muchos años. Estas torres de la Boca de Charilla, Cascante y de La Moraleja, se convirtieron recientemente en almenaras que brillaron en las negras noches alcalaínas con el resplandor de las nuevas energías a la manera de aquellas atalayas que marcaban, en forma de hitos y miliarios, los caminos de los transeúntes y viajeros, cuando acudían a las tierras granadinas por los caminos de Guadix, Colomera o de Granada que atraviesan todos estos parajes. Ahora, el ocio y el deporte se alumbra con su luz nocturna por el camino del carril bici, y nuevos enlaces recortan las distancias entre las carreteras nacionales y provinciales.

A la torre de la Bica de Charilla, se le conoce por los nombres de Santa Ana, del Norte y torreón de los Llanos, ya que se ubica en su parte oriental, al final del camino interior que conducía la aldea santanera hasta los cortijos de Alhambra y de los Frailes. Esta torre es también de planta circular y no se apoya en la base troncónica, propia de los conquistadores cristianos. De sillería no muy uniforme, se abre un vano en forma de puerta y ventana sobre los peñascos de los bordes de los Llanos que miraban en el horizonte a la Carraca, los Barrios, la Celada, y se diluye la vista la Cueva del Moro y Veinte Novias. En medio de un almendral y zona de pasto, sus casi diez metros de altura conservados y la mitad de diámetro encierran una habitación interior y redonda, donde se podía ascender a través de las primeras escalas escalonadas. Su altura sobre el nivel del mar (1.001 metros) le permite contemplar claramente las luminarias de la ciudad fortificada. Se ha reutilizado horadando su interior como una casilla de campo para guardar aperos. También, pudo ser refugio cercano de los soldados del nido de ametralladoras en la trinchera de su entorno en la Guerra Civil. Esta torre fue testigo de una escaramuza de frontera en torno a 1469, conocida como la batalla de la Boca de Charilla, donde las tropas de la ciudad de Alcalá la Real cortaron el paso de las huestes musulmanas, en su invasión a las tierras del reino de Jaén y se enredó en la leyenda con la aparición de San Sebastián montado a caballo y cubierto con unos vestidos amarillo y azul.

Dejando atrás esta torre, los Llanos son un paraje de una zona de antigua dehesa, que conducía a la aldea de Santa Ana. La huella gótica se percibe todavía en la iglesia que albergaba una imagen de su mismo estilo. Cercana se encuentra una ermita románica en el Paraje de la Fuente del Rey. Y del paraje semidesértico se pasa a una zona de huertas regadas por los manantiales de varias fuentes, entre las que destacan la Somera y Fuente del Rey, un entorno donde se comenta que acamparon las tropas de Alfonso XI, en 1340. A partir de este lugar, las torres se visten de arquitectura gótica. La zona denominada Entretorres hace alusión a las del Cascante y Moraleja, y abandonan la forma cilíndrica de la Boca de Charilla. Por eso, les puso una base troncónica, cuerpo de planta circular, y se levanta con mayores dimensiones con respecto a otras del entorno. El perímetro llega a alcanzar en la de Moraleja más de 25 metros, y unos pocos metros menos la del Cascante. El vano de entrada y acceso a una habitación situada en la parte superior obligaban a una escalera artificial y efímera para evitar los ataques imprevistos. Se coronan con un cuerpo superior de azotea, sobre una orla o guirnalda apoyada en canecillos que se muestran en forma de balcón y se aparecen en la de Cascante

Estas torres formaban parte de una red que comunicaba a los labradores de estas tierras expuestas a peligros e invasiones continuas. Como centro fundamental, desde ellas se disparaban los mensajes de fuegos variopintos a la fortaleza de la Mota, pero no perdían las emisiones entre ellas, la Dehesilla de los Caballos. Charilla, Puerto, las Mimbres y la del Puerto. Ahora, estas torres controlan un tráfico fluido de las nuevas rotondas que guiñan con su dibujo la silueta de las torres. Y, sobre todo, tras estas torres, parece como si el tiempo hubieran cerrado s otros núcleos concéntricos u otras comunicaciones transversales del tiempo de frontera.