Adiós, maestro de la vida

José Fernández siempre fue maestro en muchos órdenes de la vida. Sus columnas periodísticas, publicadas cada domingo en Diario JAÉN dan fe de ello

10 dic 2017 / 11:28 H.

Su último artículo, publicado en su columna dominical de Diario JAÉN, coincidió con el mismo día de su fallecimiento, el pasado domingo 3 de diciembre. José Fernández García lo tituló “Dime con quién andas...”. Hablaba de las costumbres, las compañías, las relaciones personales y de lo difícil que es cambiar una vez que se ha formado nuestro carácter y el código ético, para concluir que la mujer del César “no solo debe ser honrada, sino parecerlo”, en relación a los casos de corrupción en altas esferas de la Administración de Justicia. Su pluma, siempre fue brillante, puntiaguda, redonda, erudita, culta, locuaz, bondadosa y tan certera como un dardo que se lanza al centro de la diana con tino.

Leer a José Fernández siempre supuso un goce, el disfrute de un magisterio que se irradiaba a todos los órdenes de la vida, sin que le doliesen prendas para llamar al pan, pan, y al vino, vino, y poner en solfa, si se terciaba, a la clase política y a los mandamases poco ejemplarizantes; eso sí, reclamando para Jaén mayores atenciones. Unas veces recurría al refranero y otras a citas de grandes escritores para sustentar sus reflexiones. Sus circunloquios no tenían pérdida, ya que se cuidaban de diferenciar el grano de la paja. Y José Fernández siempre iba al grano en sus columnas. Adornaba la faena y entraba a matar.

Sus artículos fueron, una y otra vez, flagelo de la corrupción política. En titulado “El ayer puede volver”, citaba el verso de Jorge Manrique “cualquier tiempo pasado fue mejor” y a otros autores, en la paradoja de que a los partidos políticos les fue tan bien en el pasado que, pensando en el futuro “legislaron tan deficientemente que el tiempo ha demostrado la insuficiencia legislativa para atajar y desterrar la corrupción”. Y sugería que los nuevos partidos actuales “deben tomar nota por si, llegando al poder, incurrieran en los mismos errores”.

La lacra de la corrupción siempre pendía como una espada de Damocles en la esencia de sus reflexiones. Familiares de uno de los militares fallecidos en el accidente del Yak en Turquía, en 2003, expresaban “La corrupción mata” y José Fernández asentía “¡Qué gran verdad!”. Incluso, cuando analizaba las primarias del PSOE, con sus tres candidatos (Sánchez, Díaz y López), advertía: “En los partidos políticos tradicionales abundan los indignados y avergonzados militantes que se han radicalizado, por lo que su voto es de protesta más que de moderación”. Tampoco fue ajeno al asunto catalán del “procés”. Describía así a los principales protagonistas del independentismo sin citar sus nombres para no “herir”: “Los principales personajes son: un varón con cara de revoltoso y flequillo, que miente y distorsiona la legalidad en beneficio de corruptos y manipuladores políticos. Otro individuo, obeso, con rostro y figura que bien podría ser de payés de remensa del siglo XIX, de canónigo próspero o de imán bien alimentado que solo sabe hablar de paz, justicia y solidaridad, presentándose como Jesucristo; este individuo susurra más que alza la voz y se presenta como víctima del sistema político imperante”. Por cierto, no han cambiado. No necesitaba citar al sujeto para hacer ver al lector con claridad meridiana el objeto de su crítica. Un artículo sobre las guerras, perfectamente argumentado, evidenciaba con qué facilidad se echan por tierra todos los esfuerzos educativos: “Han sido numerosas campañas en las que los adultos, intentando influir en la educación de los niños, cambiaban armas por juguetes explicándoles las bondades de la solidaridad... Hoy intereses bastardos económicos, de vanidad o de idiotez nos ofrecen un panorama cada vez más amplio de pueblos y ciudades que conmemoran acontecimientos bélicos del pasado intentando reproducir batallas y enfrentamientos que deberían permanecer en el recuerdo colectivo como lo que no debe suceder nunca”.

Como maestro que fue (profesor de la Universidad de Jaén, vicerrector y director de la UNED) solía sentar cátedra cuando hablaba de las “virtudes” o cualidades que deben acompañar a un político: “El sentido común; conocimiento del refranero dentro del nivel cultural que está obligado a poseer, y la honradez aún incluso en las apariencias”. Esta última cualidad es una constante en sus artículos. Abordaba temáticas de amplio espectro que tenían su lectura local. Por ejemplo, el problema de los refugiados. José Fernández consideraba que como los gobiernos no sabían como dar una solución optaban por un trato inhumano “olvidando los más básicos derechos humanos” a familias y personas que se ven obligadas a abandonar su país y que no lo hacen por turismo, sino por las guerras, las hambrunas y por diferentes motivos políticos. Ante esto, recomiendo a los políticos leer el Fuero de las Nuevas Poblaciones”.

citas. Sus artículos casi siempre estaban plagados de jugosas citas que, como hermosos ropajes, servían para crear un clímax propicio que conduciría al lector al huerto y al meollo del mensaje que José Fernández quería trasladar. A veces hacía gala de un humor ácido. Un ejemplo: “Susanita tiene un ratón..., creo que le aconsejaría que cuando fuera mayor cambiara el ratón por un conejo pero procurando que no fuera el de la conocida copla a la Loles”.

En lo deportivo, consideraba al fútbol como “la nueva religión de masas, con numerosos millones de personas desbordando los límites de idiomas razas o creencias”. Pero la pasión en este deporte, decía, “ha llevado a la generación de gigantescos intereses económicos derivados del gran número de espectadores asistentes a los partidos”. También ironizaba con que, en los últimos tiempos una amplia nómina de futbolistas como Messi, Cristiano, Neymar, Benzemá, Mouriño... corrían el riesgo de dar con sus huesos en prisión. Allí se juntarían con Rato, Blesa, Pujol... que serían magníficos directivos “y para no privar a los aficionados de todo el mundo de sus habilidades se podría crear el Trullo Fútbol Club que contaría con un gran entrenador y, sin duda, con los mejores jugadores del mundo”. De vez en cuando, cualquier excusa, como la nueva película de “Los últimos de Filipinas” le servía de hilo para desmadejar, con su maestría, el ovillo de la historia y sacar sus conclusiones de lo inútil de las guerras y de los sordos patrioterismos.