25 años, Jaén, generación y oportunidad desperdiciadas

06 ago 2017 / 11:18 H.

Veinticinco años cumplía hace apenas unos meses que me invitaban a pararme con mi Yo, ése con el que tanto miedo nos da quedarnos a solas debido a la implacabilidad de sus juicios. En el ocaso de mi enseñanza me hallo. Atrás, familiares, amigos y parejas que han sido en mayor o menor medida influyentes. En el horizonte, el proyecto familiar, la búsqueda de la independencia y las respuestas que en casa vienen grandes y la universidad no sabe contestar. Jaenero de nacimiento y madrileño de adopción, ha sido Jaén la que me ha visto crecer y Madrid, madurar. Siendo la segunda, la que me ha enseñado a valorar a la primera y poder proponer cambiar ese vals cansino, pesimista y envidiosa, que cuando termina, la orquesta jiennense vuelve a tocar.

Veinticinco años pueden ser muchos, o pocos, depende del denominador que usemos. Para el ser humano, es casi media vida; mientras que para una ciudad, en cambio, apenas un suspiro. Sin embargo, ambas coinciden en que ese cuarto de siglo es una generación. Tiempo suficiente de los primeros para crear y hacer posible y, de la segunda, para notar estos cambios. Si bien son los pequeños los que ayudan a su gente en el día a día, son, en cambio, los grandes, los que la hacen crecer. Tres ha tenido Jaén en estas dos décadas y un lustro, y tres son los que, desgraciadamente, no funcionan.

Hay preceptos intrínsecos al sentido común de los que suelen apropiarse las falsas ciencias. En este caso, hablamos de oferta y demanda. El mundo ha evolucionado a una velocidad vertiginosa desde la llegada de Internet. Tenemos un teatro nuevo, monárquico y desactualizado, sí, pero nuestro al fin y al cabo, que no ha sabido conectar con las juventudes y vive de la nostalgia de las generaciones pasadas. Luego hablamos de oferta, pero no de demanda. A la fe le ocurre algo parecido y renovar a los fieles se encuentra entre sus prioridades.

En una sociedad que quiere presumir de exclusivos, lo importante no es ser grande, es llamar la atención por tener la botella de la que bebió el primo del cuñado de Cristóbal Colón, cuando pasó por la capital giennense reclutando gente. Y presumir de ello, claro. Nos hemos sumado al carro, aquí con los íberos. No sé si bien o mal, pero tamaña instalación es tamaña, también, en dinero público y ni mucho menos directamente proporcional al interés generado. Ya van dos.

Quizás el último sea el más sangrante y vergonzoso de todas por la animadversión generada desde un sector político. ¿Que no nos gustó la idea del tranvía? Vale. ¿Que no compartimos el trazado? De acuerdo. ¿Que no es sostenible? Perfecto. A pesar de ser discursos enlatados, los hay aún acérrimos que se agarran a ellos como si de un crucifijo contra vampiros se tratara: el paso previo al metro, aún enorme para Jaén, y siguiente a los coches públicos, llamados autobuses, era éste; en Madrid, se empezó por la Línea 1, y actualmente van diez más ramales y periferia; y, para todos aquellos iluminados, ningún servicio público es rentable, son deficitarios por definición, llamémoslos bibliotecas, hospitales, colegios o carreteras, ahí es donde van nuestros impuestos, al bienestar social. Así que la pregunta es, una vez construido y listo para su funcionamiento, ¿cuánto tiempo más vamos a renegar de él?

Veinticinco años, que han sido veinticinco excusas. Veinticinco años, de apatía y críticas, de las malas, por supuesto, las constructivas no desgravan a final de año. Veinticinco años, de ayudas no invertidas, de despilfarro público, de trampolines políticos, de éxodo provincial. Veinticinco años, Jaén, generación y oportunidad desperdiciadas.