Un universo de historias

El espíritu de Clece está intrínsecamente ligado a las personas y a sus vivencias

22 dic 2018 / 10:56 H.

Aveces, para saber hasta dónde queremos llegar o a quién podemos ayudar es necesario hacer una retrospección para saber dónde podemos encontrar el espíritu de la labor que hacemos a diario. El espíritu de Clece está intrínsecamente ligado a las personas. El trabajo que realizamos está fuertemente determinado por una vocación social que, por las circunstancias que marcan la realidad individual de cada uno, provoca un fuerte sentido de la responsabilidad en todas las acciones que son puestas en marcha en pro de nuestras personas usuarias. Nadie que se haya acercado a la onda de Clece habrá quedado ajeno a esto que hace infinitamente grande a esta empresa.

Esta determinación por las personas condiciona nuestro trabajo al frente del servicio de ayuda a domicilio. Solemos hablar de las historias de vida de quienes encuentran una forma de vivir gracias a su trabajo en esta labor, pero también está la otra parte, la de quienes guardan en el tesoro de sus palabras la memoria de tiempos que atrás quedaron y que determinan su realidad ahora: son nuestras personas usuarias que suponen la recompensa a nuestro duro trabajo.

Cuando recibimos a una nueva persona usuaria somos conscientes que desde en ese momento recibimos también la oportunidad de tener una relación estrecha con la persona que tratamos. Es la magia de la ayuda a domicilio: la metamorfosis que sufren unas manos profesionales que dejan de serlo para convertirse en unas manos amigas que trabajan con la situación actual de la persona a la que tratan. Aquí no existen los números, son las personas en el batallar diario las que dan forma a este servicio que llega a la escalofriante cifra de más de 3.000 personas usuarias del servicio de ayuda a domicilio de Clece en la provincia de Jaén.

Esas historias están repletas de motivos para construir un universo con nuestras personas usuarias. A poco que se les escucha podemos comprender que el paso de los años son simplemente cursos superados en la vida de cada una y todas las historias que emergen en el servicio son dignas de ser mencionadas y escritas para que la memoria no olvide y podamos extraer el merecido aprendizaje que esconden. Hablamos de historias de soledad que se atenúan cada día cuando una auxiliar irrumpe en la vida de quien espera romper el silencio de su casa.

Repasando esas historias, que emocionan y que son un ejemplo de cómo reponerse cuando nos vence el mundo, encontramos una que merece la pena resaltar —omitiremos los nombres y los detalles para mantener la intimidad—. Quienes la conocen saben que ella se da por entero a los demás y cuando entró en el servicio hace apenas unos pocos meses nos dimos cuenta de que ella necesitaba bastante más que alguien que le acompañara durante unas horas al día. Su historia comienza hace más de veinte años, cuando una joven se enamora de alguien que no merece ese amor que a ella la aminora porque es una persona muy especial. Con el tiempo y casi sin darse cuenta ella lo deja todo: su familia, sus amistades, su pueblo y emprende un viaje tras los pasos del hombre que la chantajea con un falso amor. El amor a veces puede ser un mito que nubla la consciencia y que apenas deja ver la verdadera situación que condiciona nuestra realidad. Esa era la verdad del amor de nuestra protagonista, que durante veinte años de duro amor vivió la cara más sombría de la vida: alejada ya de su pueblo natal, era escaso el contacto que tenía con su familia, quienes vivían con preocupación su especial situación. Veinte años de aislamiento y padecimientos físicos que provocaron en ella un olvido de hasta lo más básico en la vida.

Así, cuando detonó la bomba que era esta situación hace muy pocos años, su familia acudió rápida a la llamada que desde los servicios sanitarios le hicieron: ella necesitaba ayuda, necesitaba salir del pozo al que la arrojó el hombre que ella quería y que nadie podía pensar que él, con su apariencia y reputación, podía hacer. Al ver a su familia comprendió que había una alternativa a su situación, que un cambio era posible, que no merecía todo aquello que él le infringía y que todo tendría solución.

A lo largo de estos intensos últimos años ha vuelto a vivir, a andar el camino que un día hizo marcha atrás, a través del calor de su familia que ha estado ayudándola en todo y revitalizando su vida. Y de pronto Rosa, su auxiliar, se coló en su vida a través del servicio de ayuda a domicilio. Rosa es más que su auxiliar: cada mañana ella le da los buenos días y con su ayuda ha aprendido a manejarse en su medio de vida para que pueda vivir con cada vez más autonomía. Así, las sinergias nacidas entre nuestra protagonista, su familia, los trabajadores sociales de la administración y Clece están viéndose recompensadas al contemplar la evolución en todo este tiempo que lleva en el servicio, a la par que nos ayuda a contemplar el intenso y fuerte punto de apoyo que supone para ella el ser miembro de la familia de Clece. Gracias a personas como ella, nuestro trabajo tiene la recompensa de ser la sonrisa y la luz de nuestras personas usuarias, y nos anima a seguir trabajando en busca de un mayor bienestar para ellas. Vidas como la suya son sin duda el auténtico espíritu de Clece, no ya por su trayectoria, sino por el coraje y la superación que enseña al mundo y sobre la que todas las personas trabajadoras de Clece obtenemos una lección de vida.