Los padres que se convirtieron en investigadores

Maribel Castilla y Javier Joyanes logran reabrir el caso de la muerte de su hijo

20 feb 2017 / 10:36 H.

A las 4:45 horas de la madrugada del 7 de septiembre de 2008 sonó el teléfono de la casa de los padres de Javier Joyanes. Era el número de su hijo. Su madre, Maribel Castilla, descolgó intranquila y angustiada.

—¿Qué haces? oyó desde el otro lado de la línea, a lo que la madre respondió:

—¿Dónde estás? ¿por qué llamas a estas horas?

—Nada, estoy aquí, respondió una voz desde el móvil.

Cuando Maribel insistió para saber dónde estaba aquella voz, supuestamente de su hijo, volvió a decir lo mismo: “Aquí”. Luego se cortó la comunicación. No volvió a saber nada más de él hasta que apareció su cadáver al día siguiente, a las cinco de la tarde, en una rambla del pueblo granadino de La Calahorra.

“No lo sé, no sé si era la voz de mi hijo, todos los días de mi vida lo pienso, lo recuerdo. Cuando terminé de hablar con él me fui a la otra habitación para comprobar si era el móvil de Javier. Al principio me quería conformar con que era él, ahora ya no lo sé...”, dice Maribel con la voz naufragando entre lágrimas.

El día anterior, 6 de septiembre, Javier Joyanes y su amigo de infancia, a quien llamamos “Zeta” en este reportaje para mantenerlo en el anonimato, se habían desplazado desde Jaén al pueblo granadino de La Calahorra para asistir a la boda de unos amigos comunes. Fue su compañero quien decidió que se alojaran en un hostal distinto al de la celebración, aunque cercano a la misma. Aparentemente, todo sucedió con normalidad dentro de la carpa de celebración hasta las cuatro y media de la mañana, hora en que una serie de hechos inconexos y aparentemente sin sentido acabarían con la vida del joven jiennense. A las cuatro y media de la mañana, Javier se encuentra fuera de la carpa y llama por su móvil a una chica, de nombre Mari Carmen, a la que había conocido en la celebración.

Esta se acababa de ir en dirección a Málaga acompañada de otra pareja y Javier la llama para tratar de convencerla de que regrese. La llamada duró dos minutos y medio hasta que se cortó, en teoría, por falta de cobertura. A partir de ese momento todo es confuso y misterioso. Seis minutos después de cortarse la comunicación con Mari Carmen, el teléfono de Javier marca el número de una persona que se interesó por alquilar un piso de su propiedad. No existe motivo del porqué de esa llamada, a esas horas de la madrugada, salvo que la persona que manipulara el teléfono se equivocara, pues en la agenda de contactos, “Alquiler” figura por encima del nombre de Ana, una antigua novia de Javier. Tampoco existe motivo lógico para que cinco minutos después de esa errática llamada, a la que el titular no respondió, el teléfono de Javier marque, esta vez sí, el teléfono de Ana, pero cometiendo de nuevo un error de bulto. El teléfono marcado corresponde a una joyería donde trabaja su antigua novia. Difícilmente a las cuatro y media puede responder nadie desde allí. Finalmente, fue la madre, cinco minutos después, la que recibió la última y extraña llamada del móvil.

Maribel, la madre de Javier, ya no pudo dormir en toda la noche. Volvió a llamar al teléfono de su hijo en repetidas ocasiones sin éxito. Intentó comunicarse con su amigo Zeta, pero su terminal se hallaba apagado. A primera hora de la mañana, desde el hostal le comunicaron que uno de los de Jaén no había dormido allí. Con el alma en vilo, los padres de Javier, acompañados por los de Zeta, se desplazaron hasta La Calahorra. Maribel recuerda aquellos momentos.

“Cuando le dije al recepcionista que estábamos muy preocupados porque mi hijo me había llamado a las cinco menos cuarto de la mañana, este me dijo que le extrañaba que me hubiese podido llamar, pues su amigo había dicho a todo el mundo que Javier tenía el móvil estropeado y que probablemente se hubiese ido a las fiestas de Guadix”.

Por eso nadie le buscaba. Ni tan siquiera su amigo que no realizó ni una llamada a su móvil para saber de su paradero a pesar de que ambos tenían que abandonar la habitación a las doce del mediodía y regresar juntos a Jaén en el coche de Javier, aunque era él quien tenía las llaves. En sus primeras declaraciones, antes del hallazgo del cadáver, habló de manera vaga de unos supuestos incidentes con unos rumanos tildando a su amigo de racista, palabras un tanto fuera de lugar. El padre de Javier no perdió tiempo. Se dirigió al cuartel de la Guardia Civil a presentar una denuncia por su desaparición.

La madre, temiendo lo peor, paró a varios jóvenes del pueblo relatando lo que había ocurrido y les pidió ayuda para buscar a su hijo, ofreciendo incluso dinero para la gasolina. Fueron precisamente dos jóvenes del pueblo los que atendiendo a los reclamos de Maribel, localizaron el cadáver de Javier tumbado en una rambla a las afueras del pueblo sobre las cinco de la tarde, comunicando el hecho de inmediato a la Guardia Civil de La Calahorra.

UNA CHAPUZA DE INVESTIGACIÓN. El lugar donde apareció el cadáver resulta extraño. Para llegar allí supuestamente Javier tuvo que coger un camino sin iluminación, andar un buen trecho solo en la más absoluta oscuridad, asomarse a un pequeño barranco de unos cinco metros de altura y caer. Algo que no casa bien con el carácter de Javier. Ingeniero informático de profesión, era absolutamente metódico en la planificación de sus viajes a través de Google. Días antes de su desplazamiento, estuvo enseñando a su madre el hostal donde se iban a alojar, en línea recta prácticamente con el lugar de la celebración. Así no tendría que coger el coche.

Al día siguiente de la celebración se iba a desplazar a Madrid, pues había conseguido un buen trabajo como informático en una empresa madrileña. Su cabeza y su ánimo estaban dirigidos por la ilusión de su nueva etapa. ¿Tiene algún sentido que se adentre por un camino oscuro a esas horas de la madrugada, solo, sin rumbo aparente?

La primera explicación que recibieron los padres por parte de los agentes de la Guardia Civil encargados de la investigación ya presagiaban que las cosas no se iban a hacer bien. Así lo recuerda Maribel.

“Cuando encuentran a Javier, uno de los agentes nos dice: mala suerte, se ve que tropezó, iba muy borracho, se perdió y cayó a la rambla. Yo no daba crédito. Estaban hablando de una persona que no era mi hijo. Él era muy tranquilo, muy alto, andaba despacio, miraba los escaparates. Era imposible. Mi hijo no se podía caer. ¿Cómo iba a ir borracho? Yo decía que no podía ser, que a mi hijo le había tenido que ocurrir algo malo”, comenta la madre.

Su amigo Zeta declaró que ambos habían bebido mucho. Sin embargo, la chica de Málaga, con la que entabló amistad, Mari Carmen, manifestó que Javier se encontraba perfectamente normal y que, a pesar de que su amigo le daba de beber, él apenas lo hacía. El análisis de alcohol en sangre determinó la presencia de 0,77 g/l, una cantidad bastante moderada para que alguien no sepa exactamente lo que hace, máxime teniendo en cuenta la corpulencia del fallecido.

“El primer atestado que se hace es lamentable. Se dice que han encontrado el cadáver, se interroga someramente al amigo, a la madre y determinan que iba borracho, aún sin conocer los resultados toxicológicos, que hablando con el móvil, se despistó y cayó. ¿Es eso un atestado? Y para sostener la tesis de la caída se basan en una supuesta huella que estaba encima de la rambla, una huella que con el tiempo el propio guardia civil que la registró acabó confesando que podía ser de cualquiera que se hubiese asomado al borde del barranco dada la expectación que la muerte del joven despertó en la pequeña población; es más, ni siquiera era una huella”. Son palabras de una fuente cercana al caso que prefiere mantener el anonimato.

Y es que la zona donde se halló el cadáver no fue perimetrada ni acotada. Tampoco se realizó una inspección ocular en regla. Desde un primer momento triunfó la tesis de la caída y a ello contribuyó mucho el primer informe forense que determinó que la muerte tenía una etiología accidental dando por buena la tesis de la caída.

“Cada vez que oigo esas palabras de etiología accidental se me hiela la sangre, dice Maximiliano Joyanes, padre de Javier. Pero, ¿cómo es posible que digan etiología accidental si no hicieron nada, si no se analizó nada? Cuando todavía no se tienen ni los mínimos resultados ya se concluye que es una caída. ¿Es que acaso eres bruja? Nadie hizo nada, ni la forense, ni el juez, ni la guardia civil, nadie...”, manifiesta.

Pero las sorpresas de los padres de Javier no habían hecho más que comenzar. Cuando los agentes de la Guardia Civil registran la habitación del hostal que ambos jóvenes compartieron encuentran una sábana manchada de sangre que no recogen como posible prueba para analizar. Les bastó la declaración de Zeta aduciendo que cuando estaba resfriado sangraba por la nariz. Y eso que aún no se tenía una certeza clara de lo que podía haber pasado. El problema es que la sangre estaba situada más o menos en la mitad de la sábana. Lamentablemente nunca se pudo analizar. “El equipo forense de la Guardia Civil llegó más o menos a la una de la madrugada. Se hicieron fotos pero, incomprensiblemente, no se recogió la sábana como prueba. La mesita auxiliar de la habitación había sido cambiada de sitio y encima de ella se encontró un rollo de papel. Eso puede indicar que alguien tuvo interés en limpiar algo. Tampoco se recogió la ropa de Zeta. En un principio, la investigación adoleció de un interrogatorio clave en la persona de Zeta, la más cercana a Javier y con la que había asistido a la boda. Tampoco puede ser que no se recojan pruebas, muestras. La arena que presentaba Javier en la ropa no se corresponde con la que había en la rambla”, argumenta la fuente anónima cercana al caso que continúa diciendo: “Cuando aparece una persona muerta en extrañas circunstancias no se puede determinar sin más que es fruto de una caída. Y mucho menos sin interrogar a amigos, a testigos de la boda, saber quién fue la última persona que le vio salir de la carpa, en aclarar cómo es posible que hablara con el móvil en una zona sin cobertura, por qué tiró a la izquierda hacia la oscuridad, si además no iba borracho. Todas esas interrogantes plantearían la necesidad de una investigación”. Pero esa investigación nunca se hizo. A los cinco días del hallazgo del cadáver y ante los pocas respuestas obtenidas por la familia, los padres de Joyanes organizan una batida en el lugar donde apareció el cadáver de su hijo. Buscaban algo y lo encontraron. A pocos metros de distancia del triste lugar la familia halla la carcasa del móvil de Javier, dos cartas de menús de la boda y un bolígrafo, todos ellos eran objetos que portaba el joven. A nadie se le había ocurrido inspeccionar los alrededores. Un misterio sin aclarar es por qué no apareció nunca la batería de su móvil.

Otro fallo incomprensible de los investigadores fue la afirmación de que en las últimas casas del pueblo no vivía nadie, tan sólo eran corrales de ganado. Sin embargo, la última vivienda, la más cercana al lugar donde apareció el cadáver de Javier, está habitada por unos padres y su hijo. Curiosamente, este último regresó a su morada cerca de las cinco de la mañana, la hora en la que se supone se produjo el fatal suceso. Nadie les tomó declaración. Fueron los padres los encargados de hablar con ellos.

Pero no acaba aquí el cúmulo de despropósitos. Los investigadores tardaron más de un año y medio en tomar declaración a los novios del enlace, aún más tiempo en entrevistarse con los camareros que aquella noche trabajaban en la barra de la carpa. La primera reconstrucción se hizo sobre la mesa en la que se sentó Javier a las once de la noche, cuyo escenario ya nada tenía que ver con el de las cuatro y media de la madrugada. Se entrevistó a testigos por teléfono y en los contados desplazamientos al lugar de la celebración ni tan siquiera se llevó una foto para que las personas pudieran identificar de quién hablaban. Y gracias al consejo de un amigo policía, la ropa que llevaba Javier aquella noche no se destruyó. Fue la propia familia la encargada de doblarla, meterla en bolsas y guardarla en un arcón congelador por si en un futuro fuera necesaria, como así ha sido.

“No sé los motivos, pero no ha habido ninguna voluntad de investigar”, dice Maximiliano Joyanes, el padre de Javier. “Un día hablando con el fiscal me dijo: ‘No dejes nunca el caso, porque a tu hijo le ha pasado algo’. Y, poco después, el juez lo archivó diciendo que no tenía nada. Y ese era el problema que no había nada porque ni los forenses ni la Guardia Civil habían hecho su trabajo. Nunca le han pedido nada al juez, ninguna prueba, ninguna declaración. Y, al contrario, todo lo que pedíamos nosotros se dilataba en el tiempo meses y meses ¡para volvernos locos!”.

Pocos días después de la muerte de Javier, su amigo Zeta se presentó en casa de sus padres. Aún se encontraban en estado de shock. Les advirtió de que lo que tenía que decirles no les iba a gustar. “Apenas habían pasado unos días y se presentó en nuestra casa para hablar mal de mi hijo, recuerda la madre de Javier. Empezó diciendo que mi hijo no era tan bueno como aparentaba, que después de la ruptura con su novia Ana se había dedicado a salir con chicas y que llegó a salir con tres a la vez, entre ellas su prima, y recalcó varias veces lo de “mi prima”. Mi hijo solo se dedicaba a acabar su máster, aunque saliera con chicas, y curiosamente Zeta, como salía poco, le decía. ¿Para qué quieres acabar el máster si tu futuro está en mis manos? Cuando me lo contó mi hijo, yo quité hierro a esas palabras, pero ahora... En fin, le dijimos que se fuera de nuestra casa y al día siguiente llamé al guardia civil encargado de la investigación para contarle lo que había sucedido. Le dije que Zeta había venido a hablar mal de mi hijo, a pesar de que se acababa de ir y que eran amigos desde los catorce años”, comenta. “No se preocupe usted, me contestó el agente. Eso ya lo sabemos nosotros, todo tendrá su arreglo”. Añade: “Llevamos ocho años esperando el arreglo”.

PADRES CORAJE DURANTE OCHO AÑOS. “Por un hijo se hace lo que sea, por obtener justicia”. Maribel Castilla, la madre de Javier, no puede dejar de llorar durante la mayor parte de la entrevista. Ante el rumbo que tomaban los acontecimientos, los padres del joven siguieron peleando con todas sus fuerzas para conocer qué es lo que en verdad pasó aquella noche. Contrataron a dos de los forenses más prestigiosos de este país, Luis Frontela y Vicente Herrero Hidalgo. Sus informes son demoledores y rebaten, punto por punto, el informe inicial forense que atribuyó la muerte de Javier a una caída accidental. Para ambos, la causa de la muerte tiene todos los signos evidentes de haber sido fruto de un atropello con un coche en una zona distinta a la que apareció el cadáver.

El informe de Frontela es taxativo al afirmar que los restos de arena hallados en el cadáver no se corresponden con los encontrados en la rambla donde se localizó el cuerpo. El desnivel desde el que supuestamente cayó Javier es de unos cinco metros y él medía casi 1,90 centímetros. Vicente Herrero afirma que no hay una superficie dura o roca en el lugar de la precipitación que explique la violencia de las heridas, rotura de la pelvis y cadera derecha y estima que es imposible que dichas lesiones se hayan producido allí. Según su informe, las lesiones en la mandíbula que presentaba el cuerpo no contienen ningún resto del terreno por lo que descarta que también sean fruto de la caída. Concluye de manera rotunda que el cadáver fue situado allí para simular una precipitación, que el cuerpo fue movido mientras sangraba e incorporado hasta posición de casi sentado, algo imposible de realizar por uno mismo cuando se tiene esa lesión tan grave de pelvis, y que la muerte no fue instantánea sino que el joven se fue desangrando poco a poco. Extrañamente, el pantalón de Javier se hallaba bajado casi hasta la rodilla.

Para ambos peritos, la realización de una segunda autopsia sería crucial para poder analizar los restos óseos. Sin embargo, para desesperación de la familia, ni los informes aportados por estos prestigiosos forenses, ni la petición de una segunda autopsia han sido tenidos en cuenta por los jueces. Ha sido la propia familia la que tuvo que encargar también la realización del estudio sobre el tráfico de llamadas del móvil de su hijo. Todas las pruebas solicitadas, todos los informes presentados, todas las peticiones se han encontrado de momento con la cerrazón de la Justicia. Sin puertas a las que llamar, el matrimonio recabó la ayuda de la Asociación Lucía Garrido, dirigida por un ex guardia civil cuyo objetivo es asesorar a las familias en casos como el que nos ocupa. El agente se lleva las manos a la cabeza por lo mal que se han hecho las cosas.

“Si se admitieran todas esas pruebas tendrían que reconocer que todo se ha hecho rematadamente mal, y eso la Administración no está dispuesta a aceptarlo. Yo creo que el principal motivo de esta nefasta investigación ha sido la falta de interés, la incompetencia. Se apuesta desde un principio por una línea de investigación, la menos complicada, y ya no se apean de ahí por las consecuencias que puede originar, porque tendrían que empezar a pedir responsabilidades. Ha pasado más de una vez. Así se explica que ante tal chapuza incluso los propios agentes volvieran a colocar las pruebas halladas en el lugar de los hechos para hacer un nuevo reportaje fotográfico, algo incomprensible”.

una opinión compartida por una fuente cercana al caso. “En un Estado de Derecho, si uno se equivoca rectifica, pide perdón e intenta enmendar el error. No se puede decir que como al principio hemos mantenido que era una caída, por narices tiene que ser una caída”, dice el ex guardia civil. Para el presidente de la Asociación Lucía Garrido es incomprensible que se hayan producido tantos fallos en la investigación. Acostumbrado a desmenuzar casos parecidos, como el de Lucía Garrido que dio origen a la asociación, pone el foco en uno de los puntos más débiles de las pesquisas policiales.

“Las contradicciones de Zeta, el amigo de Javier, son innumerables. No sabemos a ciencia cierta a qué hora abandonó la carpa, ni a qué hora llegó al hostal y por qué declaró que se había perdido de camino hacia el mismo. A mí me sorprende mucho que tampoco contara el motivo por el que el día anterior, de camino a la boda, decidió pasar por Guadix. Ha dado varias versiones. Que iba a ver a un amigo, que iba a sacar dinero, que iba a comprar sobres para la boda. El caso es que le dijo a Javier que saliera del coche y le esperara de pie para que él no se perdiera. Cuando su amigo estaba de pie en el coche, esperando a que regresara, se acercaron hasta él dos o tres individuos que le miraron de manera insistente y rara. Javier se metió en el coche asustado y telefoneó a su madre contando lo sucedido. Puede parecer un hecho aislado y sin trascendencia, pero también puede estar ahí una de las claves de lo que pasaría al día siguiente. Esos individuos le “marcaron”, se quedaron con su aspecto para supuestamente asesinarle un día después. Por eso, era tan necesario conocer el tráfico de llamadas del móvil de Zeta y sus movimientos bancarios, aunque sólo sea para descartar hipótesis. Nos podemos encontrar con la paradoja de que la propia investigación haya sido la mejor coartada de sus asesinos”.

Después de cerrarse, hasta en cuatro ocasiones, el sumario por la muerte de Javier Joyanes se ha vuelto a reabrir hace unos días para investigar los extraños mensajes de WhatsApp que la madre, Maribel Castilla, recibió en su móvil, mensajes que hablaban de alguien que vio el atropello de su hijo. La investigación determinará si el mensaje es obra de un desalmado o no, pero aprovechando esta nueva apertura del sumario la familia ha pedido al juzgado que autorice una prueba de ADN de los restos hallados en la ropa de Javier —la que ellos mismos guardaron en un arcón— habida cuenta de los avances que se han registrado en este campo en los últimos años. Es uno de sus últimos cartuchos para intentar saber, ciertamente, qué es lo que le sucedió a su hijo aquella noche oscura del 7 de septiembre de 2008.

“Estoy desesperado”, confiesa el padre, Maximiliano Joyanes, “porque son muchos años y esto duele”. Agrega: “Cuando estás roto en mil pedazos y todos los días es la misma pelea, lo mismo, no te puedes imaginar lo que duele. Esto no se explica, no sé el cómo ni el porqué de todo esto. Pero todo nos lo han negado. La Ley es para ellos, los demás no existimos. Me parece fabuloso que se destinen tantos medios para saber el paradero de esta chica que desapareció en A Coruña, pero ¿y los demás? No veas cuánto he echado de menos estos años esa Secretaría, ese Ministerio, esa oficina con personal cualificado, que nos atendiera como es debido. Lo único que nos hemos encontrado siempre ha sido con la frase “no puedo hacer esto, no puedo hacer lo otro”. ¿Y los padres sí podemos?”.

El autor de este reportaje ha intentado recabar los testimonios del amigo de la infancia de Javier Joyanes, llamado en este trabajo Zeta, y de su familia, pero estos han declinado la invitación y han preferido guardar silencio.