Lo que cuenta la ciudad

La educación y la sanidad, entre sus principales necesidades

16 sep 2018 / 11:13 H.

El amanecer sigue sin perdonar, y cada día, puntual, marca la jornada de trabajo. Desayuno rutinario de tostadas con aceite de Jaén, que trajimos en la maleta y una pizquita de sal que potencie el amargo sabor. Me sigue faltando el tomate, pero los tomates de Quesada, permanecen bajo llave, para compartirlos en un buen salmorejo grupal. Tentado he estado más de un día, pero de momento, resisto. Hasta el viernes, cada uno sabe lo que tiene que hacer, el único que anda de acá para allá, viendo, con papel y bolígrafo, los oídos atentos y la mirada inquieta, soy yo. Suelo acompañar al grupo hasta el hospital, donde ellos se cambian y preparan para entrar en los quirófanos. En ese momento, me siento de más, y me voy a ver qué me dice la ciudad.

A un par de manzanas de la Obra, hay un parquecito, con algunos árboles y bancos, que los lugareños utilizan como punto de encuentro. En él, también se hallan la capitanía general y el ayuntamiento, entrañable lugar para inspirarse. Hoy, en cambio, no busco a las huidizas musas, pues vengo a organizar todas las ideas que se me agolparon ayer. Salud y educación; presente y futuro; garantía y apuesta. La disyuntiva es importante, pues aunque compartan los apellidos Bienestar y Progreso, el nombre es diametralmente opuesto. Si la sanidad consiste en tener siempre a punto esa máquina que llamamos cuerpo humano, engrasada y lista para seguir afrontando el día a día; la enseñanza, que no educación, pues como decía Mafalda, para educar basta con ser, pero para enseñar hay que saber, es el futuro, la caja de herramientas que dejaremos a los que vengan. Y, por supuesto, ha de ser más completa que aquella que nos legaron, los que vinieron antes. Una caja de ilusión que, cuantas más herramientas metamos en ella, más posibilidades tendrán. En casa, cuando era pequeño, había muchos libros, esa fue la mejor inversión que pudieron hacer en mí, al punto de que cuando quería leer un libro, bastaba con pedírselo a mi padre para tenerlo en casa; pensaba que los tenía todos, como los Pokemon. Más tarde me enteré que iba a comprarlos como cualquier otro. Y he dicho había porque me refería a libros sin leer, porque estar, siguen estando.

Todos los días trato de hablar con gente local: que me cuenten lo que piensan, como viven aquí y lo que hacen. No os podéis imaginar cómo sufren sin saberlo. No voy a caer en la demagogia barata que cualquiera utiliza para decir “es que son felices con tan poco”. ¡Pues claro, si no conocen otra cosa...! Los esclavos, también se conformaban con nada. ¡Ojo, los nacidos! Los hechos esclavos, ya eran otro cantar. Espartaco puso a Roma en jaque alguna que otra vez, pues tenía algo que decir con respecto a conformarse. A esta gente le falta, la ilusión por vivir algo distinto, por salir y crecer, por darse una oportunidad. Lo que pasa es que, como buenos cristianos, se resignan y esperan el castigo divino. A esta gente, que ya le hemos asegurado el presente a través de la medicina, que les hemos dejado a punto el cuerpo para que sigan adelante, les falta una razón: démosela. Libros. Libros de matemáticas, de filosofía, de aventuras, de ciencia ficción. Hablémosle de la revolución francesa, de la industrial, de la rusa. Pongamos un futuro en sus vidas, para que, esa máquina que quedó a punto tras pasar por las excelentes manos de médicos y enfermeros que vinieron, tengan un lugar hacia el que empujar.

Cuando nos sentamos para la cena, hay servidos unos boles con guacamole para mojarlos con nachos y acompañar la bebida. Hoy se habla de una operación en particular que se ha complicado. Al final todo fue bien y no quedó más que en una anécdota para contar. Se recogen los platos para empezar la sobremesa y, aunque estoy cansado, tomo un vaso de ron antes de dormir, esta noche, acompañado por Juan Moreno. Nos preguntamos qué tal el día y, mis divagaciones, propician que, sentados en la puerta, se vacíe el vaso y el tiempo pase rápido.

Yo ya no puedo más, así que nos despedimos antes de subir para arriba, a dormir. Porque los de Jaén, siempre subimos para arriba, igual que bajamos para abajo, no como los demás, que sólo suben o bajan. Se me ha olvidado el cepillo de dientes, así que el dedo hace el apaño. Escribo antes de meterme en la cama; sé que voy a caer rendido. Marcial Fraga, mi compañero de habitación, es un señor mayor, anestesista gallego, ya jubilado, y ávido lector, con el que más de una noche he compartido buenas conversaciones, debatiendo acerca del color del cielo. Creo que esta noche ni si quiera lo escucharé roncar. Antigua, buenas noches.

Cerveza Gallo, grandes carteles y eterna primavera
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La cerveza nacional aquí es muy suave, y la marca que la comercializa es Gallo, como nuestras pastas, pero tocando las fibras del orgullo patrio. Aquí, para refrescarse, se pide una Gallito bien fresquita, pura magia del márquetin. En el viaje de vuelta de Quesada, tomamos varias carreteras, públicas y privadas así que tuvimos la posibilidad de ver distintos carteles, de grandes marcas. Grandes carteles, que a la forma del toro de Osborne, han conseguido hacerse símbolo. Lo malo de éstos, es que en Guatemala son apenas poco más de la decena, que, a modo de escudo familiar del medievo, han conseguido repartirse la riqueza del país: el caciquismo del Dieciocho y Diecinueve españoles, en el Veintiuno. Así pues, Guatemala, el país de la eterna primavera, es el cortijo de unas cuantos señores feudales. Una pena, Guate, de Mala, solo tiene el nombre.