La violencia “planta” su semilla en las categorías del deporte base

El deporte de élite, para los que no llegan a practicarlo, se ha convertido en el último medio siglo en un entretenimiento que mueve masas a su alrededor. Su presencia es palpable en muchas de las conversaciones cotidianas de la población, tanto lo bueno como lo malo. Lo que sucede en un campo de fútbol, por ejemplo, afecta a otros ámbitos no deportivos. Los casos de Francisco de la Blanca, “Kete”, al que le reconstruyeron la mandíbula después de que jugadores del Iliturgi juvenil arremetieran contra él, o las amenazas de muerte y agresiones que recibieron tres árbitros durante un partido en el Complejo Deportivo de San José, en Linares, son un par de episodios en la provincia.

03 may 2015 / 10:02 H.


Según la memoria “Violencia en los Espectáculos Deportivos”, elaborado por el Consejo Superior de Deportes (CSD) cada temporada, durante el curso 2013/2014 se tramitaron por la Comisión Estatal 1.436 denuncias —la cifra más alta desde que el CSD ofrece estos datos, muy lejos de las 627 del periodo 2001/2002— en fútbol, baloncesto, fútbol sala, balonmano, hockey y automovilismo. El balompié acumula la inmensa mayoría (96,38%) de ellas, a las que habría que sumar un 0,70% por “espacios de visualización pública”, es decir, instalaciones en las que los espectadores pueden disfrutar, por medio de pantallas, de un acontecimiento deportivo que se produce en otro emplazamiento.
Las causas de las citadas denuncias, que podían referirse tanto a clubes como a espectadores, empresas o empleados, respondieron en su mayoría a promover o participar en altercados (635), agredir o insultar a policías o vigilantes de seguridad (242) y a la entrada o el consumo de drogas a una instalación deportiva (210). Otro dato, quizá más preocupante, es que la mitad de las personas físicas propuestas para sanción eran menores de veinticinco años, lo que invita a pensar que la juventud participa activamente en estas prácticas. Una de los focos que más inquieta son las categorías base. Un estudio de la Universidad de Valencia, junto con la Universidad Autónoma de Barcelona sobre la intolerancia en las competiciones deportivas escolares evidenció que las manifestaciones más frecuentes “suelen vincularse a la falta de respeto y apoyo a la función desarrollada por los árbitros, a los insultos y otras conductas de violencia y a la ausencia de colaboración con los entrenadores”. ¿Es el deporte base un (mal) caldo de cultivo?
Los padres, en este sentido, ocupan un papel fundamental en la educación y el comportamiento de sus hijos dentro y fuera del terreno de juego. Antonio López Romero, de cuarenta y seis años, presencia todos los partidos de su hijo de diecisiete, portero juvenil de la AD Mancha Real. “El ambiente es bueno, pero hay excepciones en las que los padres se ponen violentos con los árbitros y con el equipo contrario. Podemos evitar algunos enfados. Hay pocos casos, pero en ocasiones los padres le meten demasiada presión a sus hijos. Al mío le digo que el fútbol es una afición y no una guerra para que haya tantas peleas y problemas como existen últimanente en el fútbol base”, dice.
Antonio López Muñoz, de cuarenta y cinco años, también tiene un hijo de quince en el mismo club y “desde prebenjamines” va a ver a su hijo, siempre que su trabajo se lo permite. “Conforme los niños van creciendo la tensión entre los padres aumenta e incluso pasan  a los ‘piques’, insultos o a las manos entre ellos. Algunos padres no lo ven como un disfrute para sus hijos”, continúa López Muñoz. Para el progenitor, “la educación” importa y la sociedad actual es “egoísta y de poco compañerismo”. “Algunas personas no paran de corregir a sus hijos como si ellos hubieran sido estrellas, y les gritan. Los niños más pequeños pueden asustarse y creo que esa actitud los perjudica”, concluye.