Bendición de niños en la solemnidad de la Asunción

Los balcones de la Catedral vuelven a abrirse para que la imagen del Santo Rostro bendiga la ciudad y sus campos

16 ago 2016 / 17:00 H.

Poco después de que el reloj marcara las doce del mediodía, precedida del sonido eclesial de un órgano y los versos del “Salve Madre en la tierra de tus amores”, la imagen de la Virgen de la Antigua, patrona del Cabildo, realizó su tradicional procesión del 15 de agosto por el interior de la Catedral. Lo hizo sobre un trono engalanado con flores blancas, símbolo de pureza, portado por cofrades de la Hermandad de la Buena Muerte, y seguida, al tiempo que admirada, por un nutrido grupo de fieles congregados en torno al altar mayor, cerca del cual, en una mesita a la izquierda, reposaba la imagen del Santo Rostro, entre dos candeleros encendidos.

Cuando la comitiva llegó al altar mayor, la voz del vicario general y deán de la Catedral se elevó en una eucaristía en la que hizo hincapié en “el sentido” que adquiere la solemnidad de la Asunción de la Virgen en el Año Jubilar de la Misericordia. Por encima del crujido de los abanicos rompiendo el calor del templo y del llanto puntual de algún niño, Francisco Juan Martínez ensalzaba los valores de María. “Es el ejemplo del amor infinito del Padre”, subrayó el sacerdote, que la llenó de adjetivos —“pura, llena de belleza sin igual”—, y, tomándola como ejemplo, animó a los católicos que lo escuchaban a seguir sus pasos y a entregarse por enteros a Dios para sentirse plenos.

Los turistas que entraban al templo admiraban la belleza inconmensurable de su arquitectura renacentista y barroca en el silencio más respetuoso. También intentaban contener la energía infantil de sus hijos las madres que habían decidido llevarlos a la Catedral para ofrecérselos, como marca la tradición, a la Virgen de la Antigua, la “madonna lactans” que el rey Fernando III el Santo regaló a Jaén durante el proceso de Reconquista. Movían los carritos acompasadamente para tranquilizarlos, a la espera de que llegara el momento de una bendición que no tardó en llegar, acompañada del beso que el deán depositó en la frente de los menores.

Finalizada la eucaristía, como ocurre cada Viernes Santo, los balcones de la Catedral se abrieron para que la imagen del Santo Rostro bendijera los cuatro puntos cardinales de la ciudad y de sus campos. Y dijo el deán: “Que la luz del Rostro de Cristo nos ilumine y que todos, en su faz, encontremos la plenitud”.