Jaén, paisaje burlesco

La literatura medieval, el Siglo de Oro y el XVIII escogieron el mar de olivos para ambientar obras que ensalzan la provincia, pero también para criticarla a través de la poesía y la prosa jocosas y el género picaresco

11 sep 2016 / 11:25 H.

Los romances anónimos, Mateo Alemán, Lope de Vega, Góngora, Sanz del Castillo, María de Zayas, el refranero, Jorge Manrique, Gonzalo Correas, Arguijo y así, una larga lista que incluye hasta al mismísimo príncipe de los ingenios, Cervantes. La provincia jiennense ha sido escenario, cuna o destino de personajes de trascendentales obras de la literatura desde el Medievo, aunque con distinta suerte. Laudatorias unas, hirientes otras, lo cierto es que la presencia del mar de olivos en la prosa y la poesía renacentistas, del Siglo de Oro y del XVIII es tan frecuente y dispar que merece la pena practicar un “donoso escrutinio” para ver cómo queda tras pasar por las plumas de grandes o medianos autores.

Interesantes estudios de los destacados catedráticos y eruditos Gómez Canseco (“Jaén como paisaje jocoso en la literatura del Siglo de Oro”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 2010); Dámaso Chicharro (“De San Juan de la Cruz a los Machado”, Universidad de Jaén, 1997), y Aurelio Valladares (Literatura giennense en el siglo XVIII”, Universidad de Jaén, 2008) entre otros, aportan luz meridiana para la confección de una posible antología de lo jiennense como materia literaria.

Para el primero de ellos, el origen del no poco constante papel de Jaén en el repertorio áureo está en el refranero español, donde el paisanaje de los municipios “escogidos” para la ironía o la chanza no sale muy bien parado, que se diga: “Asnos en Xaén, burros en Bexíxar, bueies en la Terra, mentiras en Sabiote, en Villakarrillo trigo, en Torafe frío, en Villanueva gala, en Beas freskura, tontos en Hornos, vellakos en Segura”. Las protestas —comprensibles—, a Gonzalo Correas, que recogió tales lindezas en su “Vocabulario de refranes y frases proverbiales”. Y no queda ahí la cosa, que a los ubetenses los califica de “cabezones” y a los ibreños, de “gente dura y malvada”, y “diabólica”, como a la de Baeza.

Tampoco Cervantes le hace un gran favor al Santo Reino cuando, en el capítulo setenta y uno de “El Quijote”, alude al pintor ubetense Orbaneja para herir al autor del otro “Ingenioso hidalgo” que, en tiempos del manco de Lepanto, se atrevió a publicar un sucedáneo de la inmensa novela contracaballeresca: “Cuando le preguntaban qué pintaba, respondía ‘lo que saliere’, y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo ‘este es gallo’, porque no pensasen que era zorra”. Ahí queda eso.

¿Que de dónde procede esa dudosa fama de Jaén para sobreentender lo vinculado con la provincia olivarera como elemento de burla sin necesidad de esforzarse en ello? La respuesta está en el ya citado refranero y otros compendios poco generosos con esta tierra. “¿Dónde bien, ombres de bien? ¡Harre, mulos, a Jaén” (Gaspar de los Reyes) o “Ni en Baeza naranjos, ni en Úbeda hidalgos” (Hernán Núñez).

Celebran, generosamente, los de aquí a Baltasar de Alcázar con una calle incluso, y hasta con fiesta anual en torno a una buena mesa, acaso sin tomar nota de una de las verdaderas intenciones del autor sevillano en su celebérrimo poema “Cena jocosa”, toda una invitación a la indiferencia histórica y a dormir al ritmo amodorrante de narraciones con sello jiennense, si se atiende a algunos fragmentos del texto en cuestión: “En Jaén, donde resido, / vive don Lope de Sosa, / y diréte, Inés, la cosa / más brava dél que has oído. / Tenía este caballero / un criado portugués... / Pero cenemos, Inés, / si te parece, primero...”//. “Ya que, Inés, hemos cenado / tan bien y con tanto gusto, / parece que será justo / volver al cuento pasado. / Pues sabrás, Inés, hermana, / que el portugués cayó enfermo... / Las once dan; yo me duermo; / quédese para mañana”//. Más claro...

jaén en la picaresca. Con Francisco Delicado y su “Lozana andaluza” entra la provincia de lleno en el mapa del género pícaro, seguramente por gozar el mar de olivos de escasa consideración social en la época y presentarse como un espacio idóneo para servir de telón de fondo a las aventuras y desventuras de majaderos. En Jaén vivía “gente de la rapiña”, en palabras de Alonso del Castillo, y aquí desenlaza las “hazañas” de elementos como Crispín o el bachiller Trapaza.

Cuenta Espinel en su “Vida del escudero Marcos de Obregón” cómo a un joven peroxileño “aprendiz de sisador” lo desplumaron en Úbeda, y no mejor quedan los tahúres jiennenses, como aquellos que, en la antigua feria de agosto, jugaron y rejugaron con dinero ajeno hasta el amanecer en un sabroso relato de Francisco de Luque.

De esta calaña tiene un ejemplo “ilustre” la provincia, y el más conocido del género, por cierto: el Entruchón de Baeza, ladrón creado por Jerónimo de Cáncer que, ante el “riesgo” de que uno de sus hijos fuese honrado, se lamenta profundamente: “Niño, tú no vales nada; / y si mañana te falto, / temo que eres tan ruin / que has de dar en hombre honrado”//. Digna de lectura es esta obra en la que el supuesto —que en esto también hay duda— padre de la criatura se entretiene en mostrar a su vástago una suerte de árbol genealógico de pillos y bellacos.

góngora y el “otro” quijote. Jaén no le fue ajena al gran poeta cordobés, dado que su padre, Francisco de Argote, fue corregidor en la capital. Sin embargo, esta relación no debió ser ni mucha ni buena, a tenor del tratamiento que le concede en uno de sus, por otra parte, intachables sonetos tanto a la ciudad como a la vecina Baeza, con motivo de las honras fúnebres ofrecidas por la muerte de la reina Margarita. Como expresa Chicharro, el autor de “Las Soledades” “se burla despiadadamente” de ambas a cuenta del homenaje jiennense a la monarca, que a don Luis debió parecerle pobre y vulgar, “obra de araña” —que para nada sirve— llama a su tributo.

Finalmente, acaso sea la versión local del Caballero de la triste figura que Cristóbal de Arenzana sitúa en Mancha Real (“Vida y empresas literarias del ingeniosísimo Don Quijote de la Manchuela”) la última de las ediciones en las que el territorio provincial y su gente convivan con el género burlesco, en pleno Siglo de las Luces. “A la necedad” dedica su libro, representada en uno de los arquetipos humanos de aquel tiempo, sin ahorrar detalles al lector cuando describe como el municipio manchego ese “lugar del reino de Jaén donde registraron el último rincón de su bolsillo”, en alusión a las tasas municipales y donde el conservadurismo del paisanaje no deja de recibir latigazos léxicos, dirigidos verdaderamente a la totalidad de una España entonces carcomida por la incultura, de la que convierte al Santo Reino en paradigma. Antes y ahora, siempre hubo quien eligió este rincón de Andalucía para desahogarse.

Versos de Manrique
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El que fuera comendador de Santiago en Segura de la Sierra —a todas luces su tierra natal— y autor de las universales “Coplas a la muerte de mi padre” alude en un poema burlesco a una “beoda que tenía empeñado un brial en la taberna”. A pesar de lo peyorativo del tema, Jaén no sale muy mal parada, pues Manrique se refiere a unos vinos elaborados en el mar de olivos en aquel tiempo que, al parecer, gozaban de cierto prestigio: “¡Santo Luque, yo te pido / que ruegues a Dios por mí, / y no pongas en olvido / de me dar vino de ti! / ¡Oh tú, Baeza beata, / Úbeda, santa bendita, / este deseo me quita / del torontés, que me mata!”//.

Arguijo y el “tonto”

El célebre sevillano Juan de Arguijo, una de las figuras del Barroco literario y personaje de alta alcurnia, escribió acerca de un “tonto ingenioso” baezano que, como cuenta Gómez Canseco, “andaba preocupado porque Dios entendiera correctamente las plegarias de sus fieles en materia de aguas y riegos”. “Sacaron una imagen en Baeza por un aprieto de muchas aguas, que siempre lo hacían por falta de ellas, y en saliendo la procesión empezó a llover mucho más, y dijo muy apriesa un cofrade: ‘¡Cuerpo de Dios!, digan para qué la sacan; que pensará que le pedimos lo mismo que en años secos”.

El bachiller Trapaza
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Es uno de los personajes más conocidos de Alonso del Castillo Solórzano y sus historias picarescas tienen lugar, en diferentes ocasiones, en Jaén, como aquella en que, en el año 1637, llega a la ciudad y, para poder sobrevivir, entra al servicio de un médico jiennense casado con una “niña de los quince veintes”,—esto es: que multiplicaba sus quince años por veinte. Precisamente con este personaje femenino —excéntrico y peculiarísimo— mantiene el pícaro un tira y afloja que, al final, lo lleva a ser expulsado de la casa del galeno y dar con sus huesos en la calle, una vez descubiertas sus artimañas.

Quevedo y Segura

Segura de la Sierra fue uno de los refugios del gran Francisco de Quevedo, donde gozó de la amistad de importantes personajes de su tiempo pero cuyo carácter y personalidad le permitían, sin esfuerzo alguno, amar este rincón serrano de la provincia de Jaén y, al mismo tiempo, criticar sus condiciones meteorológicas, que a buen seguro harían mella en su maltrecho esqueleto. “Las viñas, para no helarse, / tienen los meses adustos; / a las cepas con cachera, / con tocadores los grumos. / Es gusto ver un castaño, / de medio de los diluvios, / con su fieltro y su gabán, / por agosto muy ceñudo”//.