Universo Alcorlo

La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ofreció una exposición con un centenar de obras de este autor, uno de los mejores dibujantes del siglo, como una forma de rendirle homenaje

15 mar 2020 / 11:13 H.

En ocasiones, no siempre, las Reales Academias hacen posible ciertas revisiones necesarias de obras y autores situados fuera del foco de esa “pomada” frívola que domina desde hace más de un siglo. Tiempo, por lo demás, con el mayor número de muertos a causa de las cruentas guerras registradas en la historia. Parecería como si tal algarabía fuese producida con fines balsámicos, tendentes a distraer tantos años de perversiones y mixturas, empeñadas en confundir el panfleto con el texto más reposado y responsable de modo muy parecido a como acaece con las artes plásticas, en ocasiones, trasladas también a ese terreno de lo naif que las hace cómplies de la ignorancia. En este tan añoso escenario, es destacable esta muestra que, hasta el día 8 de marzo y a manera de homenaje, dedicó la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando al pintor Manuel Alcorlo (Madrid, 1935).

Un centenar de obras de este robusto creador de imágenes; tal y como va siendo costumbre decir, “uno de los mejores dibujantes del siglo”, cuyo nervio nace de un discurso oculto, oculto durante las dos o tres últimas década, absolutamente introspectivo que pretende la ausencia del escaparate estético actual. Hablamos, claro es, de ese enquistamiento tendente a la exhibición pomposa en el que cualquier plástico de mediano pelo no oculta el deseo de colgar sus cuadros tantas veces como sea posible, incluso dentro del mismo año y las mismas obras. Alcorlo es diferente; cuando visito su exposición a cuya inauguración no pude acudir, los catálogos se han acabado, los visitantes fluyen y hay que dejar nombre y dirección para obtener el oportuno ejemplar que acompaña esta muestra. De aquí, y probablemente con cierta razón, la preferencias de cambiar cantidad por calidad, pues, como ya es sabido, cuando todo se convierte en cultura, nada es cultura.

Junto a compañeros de la Academia como el arquitecto Rafael Moneo, el también arquitecto, humorista y escritor Peridis, el arqueólogo giennense y director del Museo de la Academia José María Luzón Nogué ..., quienes, por cierto, firman algunos de los textos de catálogo Junto a Victor Nieto Alcalde, Antonio Bonet Correa y la pintora Carmen Pages, durante la presentación de la muestra, Alcorlo fue desgranando su concepto del arte, su tempo... Fuera de cualquier enmascaramiento o bobería. Desde luego, separado de cualquier contagio con esas cien personas más influyentes que se dice gobiernan los circuitos oficiales del llamado arte contemporáneo, entre las cuales no figura un solo nombre español, Alcorlo ha seguido el pulso de su latido, de sus propios convencimientos que lo sitúan de espaldas a la moda. Como corresponde a un discípulo de Quevedo, en momentos tan especiales para él como el ingreso en la Academia, no ha dudado en decir que “Las torres Kio, deberían pasar por un tribunal de crímenes urbanos”, hecho que me invita a pensar que nuestro pintor está más cerca de Alvar Alto que de Le Corbusier y, sobre todo, que en nada le molesta la arquitectura de Fernando Higueras, cuyo padre era de Úbeda, y el tan diestro con la guitarra como Alcorlo lo es con el violín. En arte (la arquitectura también lo es, no se nos olvide) cualquier movimiento tiene que ver con el mercado que es, a mi ver, lo verdaderamente sustantivo en este periodo de cultura líquida, en la que, sin darnos cuenta, toda la sociedad acaba participando. Tiempo suficientemente pomposo, proclive a ese evitamiento de los focos en el que vive desde hace años Manuel Alcorlo, autor de “La cepa”, cuadro de más que excelente porte que figura entre las piezas de exposición permanente mostradas en el museo de Jaén que también conserva en sus fondos dos estupendos aguafuerte de este artista. Por cuanto hace a “La cepa”, la pieza, fue premiada en 1957 con una Tercera Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en 1958. El mismo año que, concluida la carrera, Alcorlo preparaba para obtener la más que codiciada pensión de la Real Academia Española en Roma.

De entonces ahora, quiero decir, a las más recientes obras del artista, datadas en 2018, todo un abundoso quehacer dentro del grabado, el dibujos y la pintura confirman, sagazmente “el universo creativo del académico Manuel Alcorlo, uno de los pintores españoles con un sello más personal, que ha desembarcado en la Academia de Bellas Artes de San Fernando con una retrospectiva cargada de color e ironía”- En efecto, ambas cosas vertebran y dinamizan la muestra, sacándola del falso mensaje de esa monotonía en la que toda la producción del artista obedece al mismo tema y al mismo enjuiciamiento plástico del color.

“Todo me impresiona, la gente andando por la calle o haciendo cosas”, manifestó el artista durante la presentación de esta seductora exposición: músicos tocando en la calle, pista de circo, escenas de su familia, paisajes más soñados que reales vienen a ser otro juego creador, exponentes da la cotidianidad que el plástico registra a través de un rico color , en ocasiones, muy delicado de matices y, en otras áreas de las obras, de respiración un tanto fauve. En cualquiera de los casos, obras sostenidas desde la solvente destreza de un estupendo artista que no esconde una buena dosis de ironía, cuyo maridaje, no en pocos casos, precisa del contrapunto de abundantes personajes inventados para adentrarnos en un mundo de complicidades sumamente personal. Con todo, siempre podemos establecer un hilo conductor que nos lleve de Alcorlo a Goya; sin embargo y teniendo en cuenta la predilección de Manuel Alcorlo por el pintor aragonés nacido en Fuendetodos, esto, ciertamente, puede resulta un tanto recurrente. Alcorlo, nadie lo dude, es él mismo, hijo de un tiempo y una enseñanza que tiene que ver con un grupo de artistas que, formados en San Fernando, pasa por Italia en años que tienen como referencia el primer Renacimiento. Por consiguiente, su mirada siempre ha estado atenta a Goya, pero también, después de advertir que su formación es más italiana que francesa, a cierto universo de Toulouse Lautrec, cosa, no lo escondo, ya pensada y escrita por Francisco Umbral en El País hace más de treinta años. En cualquier caso, nadie dejará de contemplar en su pintura, en la pintura de Alcorlo, ese regusto y respeto por la modernidad que supone Goya, la misma que para este artista madrileño y consumado violinista, supone Bach en la música.

Maravilloso dibujante a quien le atrae la vida, cuyas obras son pálpito de esa realidad que reflejan sus ganas de vivir y compartir lo vivido. De ello da cuenta en 1957 a través del cuadro “La cepa”, tela ya citada que luce con luz propia en el museo de Jaén como testigo vivo de un tiempo y una estructura plástica que se ahorma con una segunda etapa pedagógica de esa pintura española que tuvo como referencia la entonces Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, a la sazón, deudora de la Academia y hoy facultad de la Universidad Complutense. Por lo demás, n el cuadro están sus compañeros en un tabernón, entonces existente en la parte posterior de la Escuela de Bellas Artes donde conocí al autor de este cuadro de la mano del pintor giennense Luis Orihuela. Luego, entre los representados en la tela, frecuenté a Eduardo Sanz e Isabel Villa en los veranos de Santander y, con Antonio Zarco, me reencontré con motivo de su muestra en las Salas de Exposición de la Diputación Provincial, relación sostenida hasta que hace unos meses decidió dejarnos, en su casa madrileña de la calle de La Bolsa. Otro de los estupendos artistas de aquel grupo, por cierto, no representado en “La cepa”, es el magnifico pintor y escultor zamorano Antonio Pedrero, con quien periódicamente mantengo gozosa conversación. Personas, en fin, vinculados al Sur y en especial a Granada a través de la Fundación Rodríguez Acosta entre las que Alcorlo ha seguido ese pálpito vital de generación que avisa de lo cotidiano como un testigo fiel, habitante en el centro de Madrid y vecino en un edificio en el que Galdós tuvo su propia editorial, así ese mundo de sustancias un tanto galdosianas, cuya respiración se deja intuir tras la modernidad de Alcorlo, además, claro es, de percibir en la pieza referida, reminiscencias que andan merodeando en la mítica “Tertulia de Pombo” pintada por Solana.

Deudor de Italia y la Academia de España en Roma, donde se instaló, en 1960, en el Templete de Bramante alzado en San Pietro in Montorio, el artista madrileño debe mucho a la contemplación de la obra de los grandes pintores que, a la sazón, jugaban un papel relevante en lo que, en España, podíamos considerar como postrimerías de aquel retorno al orden de la Europa de entreguerras en las que adquieren protagonismo artistas como Giotto de Bondone, Piero della Francesca, Sandro Botticelli..., éste, el de mayor significación entre nosotros, e inspiración del cuadro “El molino” pintado por el sevillano Joaquín Valverde Lasarte, soberbio pintor quien jamás realizó muestra personal alguna. Director de la Academia Española en Roma desde 1960, esto es, el mismo año que se incorporan a ella como pensionados Manuel Alcorlo y Antonio Zarco, Valverde Lasarte continua hoy en una secreta habitación de lo deshabitado. En este sentido y para refrescar alguna memoria no viene mal recordar aquella plétora de estupendos profesores de San Fernando a cuya cabeza figuraron, entre otros, Fernando Labrada, Eugenio Hermoso, Eduardo Martínez Vázquez. Joaquín Valverde Lasarte... Sería deseable, que la historiografía española, tan sin hilvanar durante demasiados años, retomase el hilo del quehacer plástico español desde su verdadera realidad hasta recuperar esa estupenda plétora de artistas entre los que milita Alcorlo y su mundo, el que da cimiento al universo de este formidable pintor y, según se ha escrito, un “superdotado para el dibujo”, ejemplo de fidelidad a sí mismo, a su inusual destreza y sincronización entre pensamiento y dicción, entre sueño y vida. En este sentido conozco una pieza especial: el soberbio retrato trazado de Luis García Ochoa, uno de sus tres valedores a la hora de ingresar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, por cierto, no colgado en esta exposición.