Oportunidad para aprender

22 mar 2020 / 12:11 H.

Aunque haya quien no lo entienda, lo que a un periodista le gusta realmente es estar en la calle ante las situaciones sobrevenidas como la que nos trae el dichoso coronavirus, un tema que seguro ocupará muchísimas crónicas durante las semanas que están por venir.

A mí no me ha tocado teletrabajar, y ya sea por desgracia o por fortuna, estoy contento de servir a que la última hora del coronavirus llegue a todos los rincones de la provincia, diariamente, en papel de periódico. No estoy confinado en casa y seguro que habrá quien, leyendo estas líneas, piense que soy un suertudo —yo también lo pienso, pero por dedicarme a lo que me dedico—. Otros, sin embargo, pensarán que menuda faena salir a trabajar, y en la calle, con la que está cayendo.

Opiniones a parte, lo que está claro es que son unos días atípicos en los que el ritmo de trabajo de los periodistas es, si cabe, aún mayor de lo normal. Ir a la estación de autobuses a ver e informar de cómo los militares desinfectaron las instalaciones, acudir a una entrevista con el alcalde para conocer —y posteriormente trasladar— las últimas medidas que el Ayuntamiento incorpora en su agenda para luchar contra el coronavirus y redactar con la mayor rigurosidad posible para que todos los jiennenses conozcan a ciencia cierta qué es lo que ocurre en la provincia y cómo se produce el avance de este virus.

En lo que se refiere al confinamiento en casa, lo cumplo durante mis días libres y, a parte de reponer fuerzas, como siempre, gasto casi más tiempo en fijar los propósitos que cumpliré durante la cuarentena que en alcanzarlos... Libros pendientes hay muchos; algún que otro nuevo juguete para la colección —como se puede ver en la fotografía superior de la derecha—, también; el deporte, aunque tenga que ser en el patio de casa, es una asignatura a aprobar y, por supuesto, no le alcanza a uno el tiempo que tiene de vida para ver todas y cada una de las pelis que desearía.

Una lista, como la que se le pide a los Reyes Magos, casi interminable. Al final ni me leeré el libro, no haré deporte, ni veré ese capítulo de la serie que dejé en barbecho hace años o la película que me recomendó alguien con quien ya ni siquiera hablo. Quizá sí compre algún villano de Disney más para mi estantería. Ni qué decir tiene que se aceptan regalos. En este punto se podría incluir el famoso emoticono de Whatsapp del guiño, o un par.

Como venía diciendo, mi confinamiento se reduce a dos días que, al fin y al cabo, paso con mi familia, que sí están ya un poco hartos por no poder salir, aunque son conscientes de la gravedad de la situación. Para empeorar la situación, en mi casa no tenemos perro ni nada que se le parezca, por lo que ni siquiera podemos aprovechar para pasearlo. Diría que ofrezco mi casa como acogida temporal de alguna mascota mientras dure el encierro, pero mi madre aún no está lo suficientemente alterada como para aceptar a un peludito en casa.

Las horas dan para pensar. Me acuerdo mucho de gente que no está, de los que se fueron sin querer y de los que lo hicieron queriendo. Incluso vienen a mi memoria personas con las que hace muchísimo tiempo que no hablo. “¿Cómo estará viviendo el confinamiento?” “¿Estará bien?”. Son algunas de las preguntas que me hago, pero mi enorme pereza me impide escribirles un mensaje. Sí, soy vago y tengo que reconocerlo, pero una vez leí que la pereza era el mejor de los pecados capitales porque te impide cometer los demás. No le falta verdad, las cosas son como son.

Supongo que, al final, algo leeré, algo veré y algo de ejercicio haré, aunque la mayoría del tiempo lo invertiré en estar con mis padres y hermanos. Estos días de encierro nos vienen muy bien para valorar lo que realmente importa: el tiempo. Rescatamos álbumes de fotos antiguas y nos reímos de algunas que hoy, por el paso de los años, nos parecen graciosas. Desempolvamos el parchís y la oca, con la que al final siempre alguno acaba enfadado por mal perdedor. También innovamos en la cocina, todos juntos, porque así somos aún más fuertes.