Cervantes feminista

OPINIÓN. Al contrario que en el teatro de Lope o Calderón, las mujeres cervantinas que se liberan del control de padres o maridos actúan por sí mismas y aciertan en sus decisiones

07 may 2016 / 20:39 H.

Como el ser humano genial que era, Cervantes apostó por la defensa de la libertad y la individualidad de la mujer en prácticamente todas sus obras, plagadas de mujeres decididas, resolutivas, ansiosas de vida y libertad.

Señalador acertado e incansable de las contradicciones desgarradoras de la España de su tiempo, donde el altisonante discurso oficial del Imperio chocaba frontalmente con la realidad de una sociedad que contemplaba embobada cómo se le escapaba el tren de la modernidad, Don Miguel elegirá como tema predilecto y desvelador del doble discurso la denuncia de la falta de libertad y el sojuzgamiento inaceptable al que eran condenadas las mujeres. Cervantes, con humana acidez, se mofa de la jerarquía patriarcal que ordenaba la sociedad de su tiempo: maridos ridículamente celosos y convenientemente burlados, padres ineficaces a los que sus hijas, con ayuda muchas veces de madres atentas y diligentes, consiguen desobedecer en aras de un desenlace feliz, curas y otras figuras del poder masculino retratados como personajes excéntricos, alejados de la realidad, dignos de burla, pena y escarmiento, pero para nada respetables, se contraponen en su obra con figuras femeninas llenas de tino, discreción, ingenio y vitalidad. Al contrario que en el teatro de Lope o Calderón, las mujeres cervantinas que se liberan del control de padres o maridos actúan por sí mismas ordenadamente y aciertan en sus decisiones, tomadas en contra del criterio masculino casi siempre.

Cervantes invita una y otra vez a las mujeres de su tiempo a la subversión: en el discurso de la Edad de Oro del Quijote presenta como estado ideal para una doncella el de una existencia autónoma en el que ella es la dueña última de sus decisiones. Y así, libres, plenas y felices son su Marcela, su Dorotea, su Zoraida en el Quijote, o Auristela e Isabela en el Persiles, o Galatea, protagonista de la novela del mismo título, que adora su independencia espiritual por encima de la más tentadora oferta amorosa.

En el entremés El Juez de los Divorcios y en el del Viejo Celoso, Cervantes presenta la crisis de su época mediante la polarización sexual: el mundo masculino representa los valores e ideales del Antiguo Régimen, el orden establecido, pero un orden que se tambalea- como ponen de manifiesto los temores y precauciones exageradas de padres y maridos-cuestionado por el mundo femenino, que reclama cambios, libertad e igualdad, y que amenaza en concreto con desenmascarar la farsa que suponía el matrimonio acordado por su familia para las mujeres. Mariana, la protagonista de El Juez de los Divorcios, llega a pedir que el matrimonio cuente con tres años de prueba, pasados los cuales pueda deshacerse o confirmarse “como cosa de arrendamiento” “ y que no hayan de durar toda la vida con perpetuo dolor de entrambas partes”.

En fin, el dulcineísmo no es sino clara burla del ideal de mujer cosificada, angelical e imposible con el que el petrarquismo humanista pretendía frustrar a las mujeres reales, recordándoles a todas horas su imperfección. Cervantes nos recuerda con socarronería que lo verdaderamente admirable de su Dulcinea-Aldonza es que era “la mejor mano para salar puercos de toda La Mancha”. 400 años después, las mujeres seguimos aprendiendo a rebelarnos contra el patriarcado y a burlarnos de sus absurdas imposiciones releyendo las geniales obras de Cervantes, tan de actualidad, y así entretenemos y acortamos la espera mientras llega esa Edad de Oro que él imaginó, “en la que las doncellas andaban por doquiera, solas y señeras, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento las menoscabasen”.