09 abr 2014 / 22:00 H.
Jaén no es posible sin Nuestro Padre Jesús Nazareno, El Abuelo, el Señor de los Descalzos, el amor de los jiennenses. De tan hermosas maneras se conoce a este Cristo con la cruz a cuestas que, desde finales del siglo XVI, es paño de lágrimas y príncipe de la veneración no solo de los habitantes de la capital. Y es que su devoción trasciende fronteras y, además de toda la provincia, se extiende hasta los lugares más insospechados. .
Su madrugada, la noche de Jesús, es un estallido de emoción constante en torno a la imagen, que atrae nazarenos a miles que no dudan en “alumbrar” en su procesión sin tener en cuenta la fatiga que conlleva. Incluso muchos lo siguen con pesados maderos a sus espaldas, en cumplimiento de promesas ofrecidas que el Nazareno atendió. Desde 2009 la comitiva sale del Camarín, templo carmelitano que acogió la talla y su cofradía en sus orígenes y al que regresó tras su anhelada restauración. A partir de ahí, El Abuelo camina por un itinerario cargado de tipismo e historia, arrastrando una rica cruz de palosanto —regalo de la marquesa de Blanco Hermoso a finales del XIX, en “pago” de una promesa— y revestido con una no menos valiosa túnica morada, sobre un manto de preciadísimos claveles rojos que, tras la procesión, el pueblo recibe como una reliquia. A poco de partir acontece un momento único, el Encuentro, cuando Cristo y su Madre coinciden frente a la Catedral y la emoción se desborda. .
El cortejo resulta un incesante derroche de devoción encarnada en inacabables saetas, aplausos, petaladas y lluvia de flores que acarician a Jesús hasta el encierro en su santuario, ya a mediodía.