Júbilo para iniciar la Pascua

No podía haber un tercero sin marchar. A la Cofradía del Señor Resucitado y María Santísima de la Victoria se le resistió la salida durante los dos últimos años y, a la tercera, logró el trono del Cristo, con los brazos extendidos, de la misma forma que murió en la cruz, encarar la pequeña cuesta con la que la basílica menor de San Ildefonso se comunica con el exterior en una de sus puertas.

06 abr 2015 / 14:29 H.

El ambiente estuvo repleto de sentimiento y los nazarenos que antecedieron al paso, con los respectivos colores de sus hermandades, ilustraban con sus tonalidades la alegría y la cordialidad por el renacimiento esperado.
Las palabras del hermano mayor, Domingo Juan Vílchez Cabrera, a todas las costaleras que cargaron el trono emanaron gratitud bajo los faldones en un momento de silencio solemne y justo a los pies de “su padre”. A los laterales del paso, en los canastos, se sucedían los consejos y ánimos entre las mujeres, que unos minutos más tarde buscaron la calle con caminar acompasado hasta que la corneta, primero, y el himno nacional, después, saludaron a la imagen. Con la luz caída sobre la figura del triunfo se completó la resurrección, y la disposición de los romanos allí presentes mostró sus respetos. Se produjo entonces el giro lento en la estrechez de la calle para rodear “su” templo y se dirigió por el recorrido al ritmo que marcó la Agrupación Musical de la Estrella.
Acto seguido, la Virgen Santísima de la Victoria, esta vez cargada solo por hombres, fue izada al golpe del llamador y cayeron pétalos blancos al suelo, como blancos eran los tocados que las mantillas lucieron delante del trono. El luto quedó atrás y el entusiasmo por un día tan señalado también se expresó en las indumentarias. Las velas temblaban mientras el paso caminaba por el templo y los tambores retumbaban fuera de él. Al salir, el incienso abrazó a la imagen y el manto dorado de la Madre de Dios, brillante, continuó con su estela hacia la calle Reja de la Capilla para reunirse, después bastante dolor, con el hijo al que tanto había llorado.
De esta forma se dio por concluida la Semana Santa y comenzó el periodo de Pascua, la época del calendario cristiano  con una duración de cincuenta días que finalizará con el Domingo de Pentecostés.