Jesús Salvador y su Dolorosa se lucen tras una espléndida salida

Un murmullo de nerviosismo acogeió a la iglesia de San Félix de Valois poco antes de las cuatro de la tarde, en la que se mezclaba el alboroto con un olor a incienso propio de los días grandes.

30 mar 2015 / 10:06 H.

Los tronos de La Santa Cena y la Virgen Santísima de la Caridad y Consolación eran testigos de alguna lágrima vertida por los costaleros encargados de levantarlos, primero al cielo del templo y después al del día, que se mostraba despejado y bastante caluroso, como en las ocasiones señaladas. Los portadores recibieron, en el patio contiguo al edificio santo, una arenga por parte de Jesús Martínez y Salvador Pérez, capataces de la cofradía, para serenar la inquietud precedente a la salida y que fueron menguando a base de abrazos.
La hermandad, que cumplía su décimo aniversario desde que inició su procesión en 2006, reunió a quinientos cofrades que escoltaron a los dos pasos durante el recorrido, incluidas cuarenta mantillas y ciento setenta costaleros, y escucharon las lecturas del hermano mayor, Fernando Casado, y las oraciones del capellán, Santos Lorente. Este año, los apóstoles del misterio Santiago, Mateo y Judas Tadeo estrenaron túnica, al igual que hizo la Virgen con un pañuelo bordado, además de que el misterio portó un crespón negro por el fallecimiento del costalero Rubén Paulano. Otra novedad fue la manera de  cargar el palio, que pasó de hombros a costal.
Tras el oficio de la eucaristía, la gente de trono ocupó el lugar bajo la Santa Cena y el golpe de llamador, estruendoso, provocó un silencio abrupto que inició la levantada de la imagen de forma contundente. Apenas se mantuvo de pie el trono unas décimas cuando los aplausos irrumpieron en la escena a modo de admiración hacia los que se ocultaban detrás de los faldones. Caminó a paso corto mientras, en el exterior, la banda de la Expiración adelantaba a los devotos el comienzo de la travesía. Sobre las 16:30 horas asomó la imagen por el umbral de San Félix de Valois y los rayos del imponente sol que acudió abrillantaron con destellos dorados su paso. La estampa pareció divina, ciertamente, y el trono hizo un giro limpio para encaminarse hacia el Gran Eje.
En cuanto las mantillas iniciaron el camino tras la Santa Cena, las palabras del párroco se solaparon con la marcha de afuera y crearon una atmósfera aislada bajo los faldones. Entonces, el palio se levantó por treinta y cinco hombres y salió en busca del misterio entre cimbreos y latidos. Al emprender el camino, dejó tras de sí su manto morado, que se mezcló con los costaleros que vigilaron una salida pulquérrima, y se bañó en incienso antes de principiar su día.