Coñac Napoleón

Los que crecimos pronunciando nombres imposibles del baloncesto europeo, pegados al televisor con la retransmisión nasal de Pedro Barthe, paladeamos cada partido de esta España como una copa de coñac. Sorbo corto y apreciando todo el sabor de la mejor generación de deportistas del deporte español. La España de Gasol entra en la hemeroteca con su tercer europeo  y se pone a la altura de la escuela yugoslava o del imperio de la URSS. Palabras mayores. Nos hemos acostumbrado a su excelencia desde aquel Mundial de 2006, en Japón, y habrá que tomar distancia para valorar una por una sus hazañas.

22 sep 2015 / 10:32 H.

Antes apuntaron maneras pero lo que no se podía entrever era que el legado en madurez sería tan brillante y laureado. Esta selección maduró en barrica, con un material de primera, mezcló savia nueva con jugadores delicatessen y se resiste a poner fecha de caducidad a su sabor, a su marca, a su leyenda. Navarro, Calderón, Reyes, Rudy, el Chacho por citar algunos de los mejores caldos. Acostumbrados a las frías ejecuciones yugoslavas, a las epopeyas griegas o a la precisión lituana, ahora somos nosotros los que paramos el tiempo para dar ese pase extra, para enfilar el aro con el cuchillo entre los dientes o llegar a punto en los momentos cruciales de los campeonatos. En un Europeo trabado, con sensibles bajas, jugadores fuera de foco, Gasol brilló como lo que es: un jugador superlativo, único, “extraterrestre”. A una calidad conocida se une una voracidad competitiva que a sus 35 años hace palidecer a fenómenos como Parker o Nowitzki. Sí, tenemos un Iniesta, algo más desgarbado, pero oro puro como el otro. De la influencia del “Ba-lon-ces-to” y su falta de apoyos a la cantera hablemos otro día.