Carchelejo.- Entregados a una colorida tradición

Carchelejo luce de una forma singular nada más se tiene conciencia de la celebración de las fiestas patronales, en honor de la Virgen del Rosario y de San Roque, pues los vestidos de gitana, los carromatos —decorados todos con adornos de globos y engalanados con la “vestimenta” ferial— y la procesión ecuestre que recorre sus calles crean una atmósfera que combina cante, gratitud y devoción. La hilera de colores que forman los diferentes aderezos impregna las calles del municipio de asombro y miradas curiosas, las mismas que se reúnen a ambos lados de la calzada, mientras las carrozas circulan al ritmo del campaneo y se mezclan con guitarras, sevillanas y bailes.

13 ago 2014 / 22:00 H.


La primera impresión impone en cuanto se atisba a los equinos dispuestos en fila, con las crines trenzadas y los ojos negruzcos, preparados para sumergirse justo a la salida de la caminata, que culminará en la Plaza de la Constitución, lugar donde reside la patrona local en la iglesia de Nuestra Señora de Los Ángeles. En los primeros pasos de este caminar, el mar de olivos rodea a los caballistas y la cola de vehículos sale a flote tras una pequeña cuesta, que anuncia las rosas de cada participante hasta llegar a la ofrenda local. Las carrozas destacan por su colorido, con todo tipo de objetos, cada una con una personalidad propia, aunque todas irradian la vitalidad de las celebraciones de una manera única y crean en su conjunto una sana rivalidad que termina en risas y abrazos entre los vecinos.
El recorrido, repleto de rúas empedradas y repechos, se introduce hacia la parte profunda con cadencia pausada, se hace esperar. En la Plaza de la Constitución aguardan los primeros transeúntes, deseosos de que la Virgen del Rosario asome su manto verde por el portón de la iglesia parroquial. Cuando lo hace, antes siquiera de que lleguen las primeras ofrendas, algunos de los allí presentes aplaude con una sintonía reconocible: “¡Viva la Virgen del Rosario!”. El trono, tras el recibimiento, se apoya sobre el enjambre de redes donde se colocarán las flores con la forma de su nombre, el de María, de rosas blancas y rojas. En este particular balcón, la imagen, con el Niño Jesús en sus brazos, recibe los gestos de sus devotos y presencia de reojo la cola que espera entregarle los obsequios, que dobla la esquina. La llegada de los caballos inaugura unas fiestas deseadas por los vecinos porque, como queda claro en la ofrenda, se vuelcan con el corazón y el alma.