Viajera de mirada cálida y acaramelada, de ingenio a punto, acaudalado y noble

11 oct 2016 / 08:00 H.

Fue viajera, de mirada cálida y acaramelada, ingenio siempre a punto, acaudalado y noble. Las suyas fueron palabras sin caducidad de timbre sereno, que jamás descarrilaron o alteraron la candidez de su piel. La armonía se asentaba en sus facciones; la música, en el compás de su parpadeo.

Aquella sonrisa delataba el singular terciopelo de su corazón y la tranquilidad de quien busca el horizonte de la consonancia. Palpaba con el alma y era su silueta un jubón de caricias, el de un seno siempre dispuesto a acoger.

Gustaba a cualquiera enredarse entre las raíces de intimidad de su presencia porque, ya fuese allegado o ajeno a su credo, ella siempre supo cuidar desde la prestancia y la humildad, meciendo a quienes en proximidad la circundaban. También supo alentar reflejos de tutela cuando contemplaba a sus vástagos desde la distancia y los imaginaba ya crecidos, marcando el tempo de la vida y creándola a su vez.

Escribió con buena letra, sin el cauce descompasado de la inquietud; siempre sosegada y racional, su caligrafía fue la de los renglones que llegan hasta el corazón inviolable, hasta el horizonte y retozan al amanecer o sueñan durante la atardecida. Un gran hombre, ilustre adalid de la paz, de nombre Antonio y elegancia desbordada, compartió los anillos de su ilusión. De sus acrobacias y esmeros sentimentales, de aquellos emblemas de enmarque emanaron tres ríos de vida con cauce en tropel: uno que responde a los ecos acunados en pesebre, Jesús; otro, de lustre real, Alfonso; el tercero, concebido con la pulcritud de la anunciación, Marise.

Juiciosamente humana y generosa, ella transitó las estaciones de vida sobre los raíles de la quietud, siempre de cara, siempre valiente y amparada por la decisión.

En su maleta, los sentimientos que nunca traicionó: el amor a los suyos y la ilusión de demarcar un nuevo umbral de esperanza para quienes nacieron de su seno; también el anhelo de compartir y multiplicar con aquellos hermanos y hermanas que siempre admiraron su capacidad y sutileza al mirar de frente, como la veleta sincera, sin que el viento se atreviese a mudar la luz de su ser o contradecir la cadencia de su alma, su saber estar.

Toda ella era brisa y, a decir verdad, el cielo imitó, en más de una ocasión, el equilibrio de su expresión para concebir la más angelical de las primaveras. También el ángel de la guarda siguió sus designios porque su astucia era la de la bondad y sus caminos, los de la firmeza y la estabilidad. Firme y delicada a la vez, siempre me pareció eterna. Me dijeron que recitaba sonetos de ángeles, mirando al firmamento, dormida entre las sedas de madrugada, cuando le sobrevino el silencio y éste se enamoró de ella, sumiéndola en un letargo coronado. La recuerdo como un suspiro de templanza y dulzura contenidas, armonizando con la brisa o la caricia. Ahora habita en un paréntesis, vistiéndose de gala entre nosotros. Y sé que, ya para siempre, será ella quien llame y convenza a los artistas del cielo para que el firmamento nunca albergue tormenta alguna sobre el hogar de quienes la aman con la perseverancia y la razón de la verdad, que era su lenguaje intachable.

Josefa, la soledad nos susurra ahora que pareces haberte ido, pero los ángeles regresan cada madrugada, para jugar con las agujas del reloj, parar el tiempo, para cambiar las magulladuras por medallas, para sumergirse en nuestros sueños o dejarnos un gajo de eternidad.

Por ello, contemplando la bella extensión de esos campos que te vieron nacer, aquellos en los que ahora paseas, en espera, de la mano de tu fiel esposo o jugueteas con divina travesura en el seno de tus padres, en esos sembrados sobre cuyo escenario construiste con tesón y constancia el pasado, presente y futuro universo de tus hijos, en esa extensión de sol vigoroso y cosecha sin igual, volvemos a contemplarte hilar fino, sin dejar de estar, sin alejarte, viviendo ya para siempre en nuestro latir, viajando de corazón en corazón, permaneciendo en nuestro ser, como una necesidad universal, como el patrimonio de quienes adoramos la bondad, como el referente del amor que siempre fuiste y serás.