Una gran mujer, esposa y madre, buena en toda su extensión

25 nov 2016 / 08:00 H.

Van pasando los días con mucha rapidez y no quisiéramos sus amigos que el recuerdo de Loli se esfumara en el aire de manera paulatina. Así funciona la vida, aunque nada podrá impedir que Pepe Oneto la lleve por siempre grabada en sus adentros. Por eso me he decidido a escribir estas sencillas líneas como un sincero homenaje a esta mujer que perteneció a mi reducido círculo de amistades menos tiempo del que yo hubiera deseado. Sin embargo, aunque a veces nos podemos equivocar, a las personas se les conoce más pronto de lo que muchos piensan por la forma de ser, por el trato, por la conversación, por los detalles. También quiero expresar en este escrito mi total comprensión hacia Pepe por el dolor y el vacío que arrastra detrás de sí la muerte de una buena esposa. En todo caso, no me voy a dejar llevar por ese inmenso repertorio de palabras bonitas que se suelen decir cuando una persona ha fallecido. He preferido dejar pasar unos cuantos días, para que las frases broten por sí solas desde el corazón. Nunca se me han borrado del pensamiento aquellos fantásticos versos del “Cantar de Mío Cid”, en los que, tras ser desterrado el Cid, resumen el dolor que le produjo la separación tanto de su esposa doña Jimena, como de sus hijas.

Dicen esos versos que aquel dolor era como el que se produce cuando la uña se desprende de la carne. Y al fin y al cabo un destierro no puede asemejarse al dolor de la muerte de una persona tan querida, dolor que es capaz de agarrarse al estómago y no dejar resquicio alguno al consuelo. Por eso intento calibrar la profundidad de ese dolor en un hombre, cuyos últimos cuarenta y dos años han estado ligados de forma permanente a Loli. Durante el tiempo que conocí a Loli la vi como una mujer cariñosa, simpática, con una sonrisa permanente y, sobre todo, transparente y legal. Ella pretendía que todos los que la rodeábamos nos sintiéramos felices. Y todo ello a pesar de estar enfrentada a esa enfermedad terrible, a la que plantó cara durante varios años, pero que acabó por doblegarla.

No quiero alargarme en contar el lento proceso que se inició un 29 de septiembre de 2011, la angustia pasada en el Hospital “Virgen de las Nieves” de Granada, las incontables horas en los hospitales, las conversaciones mantenidas con los distintos médicos que trataron a Loli, los sufrimientos al ir recibiendo noticias malas, las alegrías con las buenas noticias, que se mezclaban con una cierta esperanza...

Pero sí debo reseñar que Pepe habla siempre de agradecimiento cuando se refiere a determinados médicos, que no a todos. Y es que los buenos médicos, además de dominar su profesión, deben tener cierta psicología y tratar a las personas como lo que son y no como trozos de carne sin sentimientos. Me sorprendió la narración que me hizo Pepe, con toda clase de detalles y fechas, de toda la evolución de la enfermedad de Loli y de todas y cada una de las conversaciones que mantuvo con distintos médicos. A algunos les estará eternamente agradecido, como es el caso de la doctora Gema Tirado Conde y el doctor Florencio Quero Valenzuela, pero a otros solamente les desea que se dediquen a otra cosa en la que no esté en juego la vida de las personas. Desgraciadamente, hay médicos que no tienen en cuenta el dolor que cualquier frase tirada al aire puede producir en el enfermo.

Pepe no tiene palabras para agradecer la profesionalidad y el cariño (ambas cosas son compatibles) con que algunos médicos han tratado la enfermedad de Loli. Quede también para estos nuestro reconocimiento y admiración por su humanidad, sensatez y sensibilidad. En Loli se reunían muchas cualidades, pero basta con decir que era una mujer buena en toda la extensión de la palabra. Fue una madre ejemplar y debo decir que tenía un bien merecido orgullo de sus tres hijos (Carmen, Cristina y Vicente). Los tres han heredado de sus padres ese don que solamente poseen las buenas personas y por eso transmiten a todo el que los trata bondad, cariño y sencillez. Ella los adoraba y, pese a la distancia, siempre estaba en contacto con ellos. Si como madre era ejemplar, como esposa siempre estuvo al lado de Pepe y los dos han permanecido juntos en la salud y en la enfermedad, en la risa y en el llanto. Se dice muy fácil, pero han sido 42 años llenos de lucha, de vida en común, de ilusión por ver crecer a sus tres hijos. Al menos Loli se ha ido viendo cómo los tres se defienden perfectamente en estos tiempos tan complicados. No hace mucho tuve la ocasión de ir con Pepe a Alcalá la Real y noté en su rostro cómo le iba llegando un aluvión de recuerdos entrañables al estar de nuevo recorriendo las calles que los acogieron durante 18 años y donde educaron a sus hijos. Allí y en Valdepeñas de Jaén era Loli muy querida y en ambos municipios ha dejado grandes amigas. Además de su inseparable Pepe, la recordarán su suegra Carmen, sus hermanos Encarna y Rafael, sus sobrinos políticos, sus cuñados y cuñadas, especialmente su cuñada Inmaculada, a la que quería como a una hermana. La recuerdan y la recordarán siempre, con todo ese cariño que ella les proporcionaba. DEP.