“Un ejemplo de fraternidad, entrega a su profesión y a su vocación teresiana”

09 jul 2016 / 08:00 H.

Conocí a Sara a mediados de los ochenta, cuando vino a Linares a trabajar en el colegio “Padre Poveda” y a colaborar en el Centro Cultural Poveda.

No era su primer destino en Andalucía. Antes, había vivido en la Residencia Universitaria “Josefa Segovia” de Jaén, a donde llegó como aspirante a las oposiciones al cuerpo de maestros en 1977.

Conseguida la plaza, trabajó en los municipios de Mengíbar y Torredelcampo, como destinos provisionales, aunque seguía viviendo en Jaén.

Su primer destino definitivo la llevó hasta la localidad de Pozo Alcón, donde trabajó en el colegio y colaboró muy activamente en la parroquia, al frente de la cual estaba, por entonces, don Ildefonso Fernández de la Torre y como coadjutor don Juan Arévalo, quienes le guardan un gran cariño.

Siempre que pienso en ella, me viene a la cabeza una cita de San Pedro Poveda, de 1932, dirigida a las jóvenes de la Institución que ingresaban en la Universidad, y que, a mi juicio, describe perfectamente cómo Sara entendía su vida y su misión en la Institución Teresiana. Dice así: “Mientras llega el tiempo de la recolección, hay que ir sepultando trabajos y desvelos, hay que sufrir todo género de inclemencias, hay que vivir de fe y de esperanza, sin precipitaciones, sin afán desmedido, sin decaimientos, sin tristezas”.

Sara, realmente, ella supo, día a día y noche a noche (y esto no es ninguna figura retórica, sino una realidad que constatamos todos cuantos la conocimos, puesto que no fueron pocas las noches en las que apenas descansó, realizando trabajos para el colegio y el centro) ir sepultando trabajos y desvelos, sin una queja, sin un decaimiento, sin permitirse nunca la tristeza.

Solo un botón, como muestra: una mañana me devolvió un taco de unos cien diplomas que habíamos fotocopiado la tarde anterior, para entregar a los chicos participantes en el certamen escolar de villancicos que organizaba el Centro Cultural, perfectamente coloreados a mano. Al preguntarle que cuándo los había hecho, me contestó con una sonrisa: “Entre el día y la noche no hay pared”, frase que después he escuchado con cierta frecuencia en los diferentes ámbitos teresianos.

Y como mérito añadido, esta labor la realizó siempre de manera callada, siempre en un discretísimo segundo plano, invisible, pero absolutamente necesaria. En los tiempos de mayor actividad del centro, cuando este se poblaba de muchas decenas de niños, los viernes por la tarde y los sábados, la suya era una presencia constante en el vestíbulo; acogiendo, siempre sonriente, a los que llegábamos. Conocía a cada uno por su nombre y sus circunstancias, y para todos tenía siempre una palabra amable y personal.

Esta presencia se hacía mucho más notable, pero igualmente discreta, durante los años en que formó parte del equipo de apoyo de las Colonias de Verano del Centro Cultural en el Centenillo o Beas de Segura, encargándose de la cocina, junto con su compañera y amiga Carmen Serrano. Las posibilidades de contacto con niños y monitores, a los que aportar un consejo, una palabra de cercanía se multiplicaban entonces y los lazos se iban estrechando imperceptiblemente hasta hacerse indestructibles.

Sus compañeros en el Colegio “Padre Poveda” (en el que trabajó desde el curso 1984-85 hasta su jubilación en 1997) y sus alumnos, guardan también de Sara un recuerdo entrañable, como maestra y como persona.

Tras su jubilación, permaneció aún casi una década en Linares, colaborando, ya a tiempo completo, con el Centro Cultural y volvió a tierras castellanas —ella era natural de Palencia—, concretamente a Ávila, en 2006, ciudad en la que ha permanecido hasta hace prácticamente un par de meses, cuando su estado de salud se agravó y se estableció en la residencia de mayores que la Institución tiene en León, donde falleció el 1 de julio, aquejada de un tumor cerebral. Algunos de los amigos que dejó en Linares tuvimos la oportunidad de despedirnos de ella en una breve visita, que nos impactó a todos, el 30 de abril, durante la excursión a Covadonga, Oviedo y León. A pesar del evidente deterioro físico y psíquico que sufría, sacó fuerzas para mostrarse entusiasmada con la visita “de medio Linares”, que no esperaba.

La vida de Sara ha sido para todos nosotros un ejemplo de fraternidad, entrega a su profesión y a su vocación teresiana, con el talante que Pedro Poveda deseaba para los miembros de su obra. Los trabajos, sudores y penas que echó sobre la siembra y la tierra labrada han arraigado en nosotros. Dios nuestro Señor, que ya la habrá acogido junto a él, dé en nosotros el fruto que convenga, cuando y donde convenga.