“Tenía una memoria tan grande como su corazón”

25 feb 2017 / 08:00 H.

Cinco con las que lleváis. Y seguro que acertaba y se llevaba de nuevo otra partida de “chinos”. Tenía una memoria tan grande como su corazón, pero también como su inocencia y bondad, lo que le costó tantos disgustos como alegrías. Mi tío Enrique siempre le ponía una sonrisa a una pena y, si no era bastante, se contaba un chiste para provocar las carcajadas de todos, aunque fuera en mitad de un duelo. Tenía hecho el cuerpo, los sentimientos y su mente a tantos sufrimientos desde muy pequeño, que el destino le había enseñado a ver siempre el lado positivo de las cosas para poder sobrevivir sin pegarse un tiro.

Más dolor no puede existir para un niño que ver cómo a su padre lo fusilan de forma injusta, por pensar distinto a los que mandaban entonces en España, y más cuando no le dejaron ni acercarse a él a darle el último beso, mientras se dirigía esposado a la cárcel.

Era el más pequeño de diez hermanos, que tuvieron que a la fuerza les obligaron a olvidar, a alimentarse dando bocanadas de aire y a irse de Andújar para no ser señalados como ‘rojos’, “y a mucha honra”, como repetía él.

La puñetera mala suerte le trajo pronto otra pesada carga que acarrear. Una enfermedad crónica y degenerativa, el maldito “Párkinson”, le acompañó casi toda su vida, pero la llevaba tan bien, que aprovechaba sus habituales tiritonas y tembleques para gastar más de una broma.

Pudo con todo esto y alguna cosa más, pero siempre con una sonrisa en su rostro. Así, derrotó a la tragedia hasta lograr levantar de nuevo la alfarería de su padre y llegar a tener dos hijas como dos “soles”. Pero la mili que se libró, la pasó en su propia casa, porque mi tía es muy buena, pero a “sargenta” no le gana nadie.

A buen padre tampoco le superaban, como tampoco a fiel seguidor de su Iliturgi CF, que le dio tantas alegrías como disgustos, aunque las decepciones las compensaba siempre ganando otra partida de “chinos” al resto de “ultras” que cada tarde de partido se reunían detrás de la portería del equipo contrario, para cantar más cerca los goles azulgranas y, de camino, poner algo nervioso al guardameta contrario. “El Panadero”, “El Gallina”, “Bienvenido”, su cuñado “El Nani” o sus hermanos Antonio y Luis eran seguidores fieles y entrañables a la vez, que hasta ofrecían un cubata o una cerveza a los rivales. Eso sí, si perdían, por supuesto.

Su otra devoción incondicional era su “Morenita”, que de niño le impidieron venerar los que intentaron monopolizarla para su propio interés y rendimiento ideológico y económico, pero que de mayor nadie pudo impedirle rezarle, gritarle y volverse loco cada vez que veía esta imagen, a la que su padre se encomendó antes de ser fusilado por los que dicen que la defendieron, cuando en realidad fueron a protegerse bajo su manto.

No quiero acabar esta humilde dedicatoria con rencor, porque tú nunca lo mostraste, ni agradecerte lo suficiente lo que me has ayudado y el cariño que he recibido de ti, porque eso es imposible. Solo puedo repetir una y otra vez que ser tu sobrino es uno de mis mayores orgullos y que el título de “mi tío político” se te queda cortísimo para lo que has hecho por mí.

No quiero ponerme triste, que a ti no te gustaba. Por eso, quiero terminar este sencillo homenaje a un hombre imprescindible, recordando algunos de tus “chascarrillos” y adivinanzas que tanto me hicieron reír cuando más lo necesitaba: “Suegra, abogado y doctor, cuánto más lejos mejor”. “Suegra y sin dinero, al brasero”, “¿Cuál es el animal que todas las noches duerme con una sola pata?” “¿Qué animal cambia de nombre cuando cambia de postura?” “¿Quién fue el primer alfarero?” “¿Y el primer “cacharro?”