“Su vida fue un azul constante”

14 ene 2018 / 08:00 H.

Los baezanos todavía lloran la muerte de uno de sus referentes culturales. Antonio Moreno falleció a los setenta y cuatro años a causa de una enfermedad. Vecino y amigo de sus conciudadanos, Antonio permanece para siempre en la ciudad que lo vio crecer y convertirse en un conocido prestigioso artista.

El azul era un constante en su obra, con su uso particular y especial que hacía de este color. Creaba un mundo nuevo con su forma de visualizarlo y se lo mostraba al observador, atraído de manera ineludible por sus líneas encima del lienzo.

Los amantes del arte están ahora un poco más solos y deben aprender a convivir con una grave ausencia. Sin embargo, su memoria no pasará desapercibida, ni mucho menos. El museo baezano que lleva su nombre guardará su arte y sus obras para que nunca se olviden. Una forma de conservar su legado, siempre presente y heredado a través de las futuras generaciones de baezanos, amantes de un arte único, que ensalza el alma y une la espiritualidad con la esencia de los colores en un lienzo. Un marco que, a pesar de sus límites de tamaño, contiene un mundo de fantasía, un escenario de mil y una historias que Antonio manejaba con maestría y supo compartir con sus colegas, amigos y familiares.

Siempre tenía palabras amables, momentos de cariño que se quedan grabados en la memoria. Instantes de alegría, gotas de felicidad que se quedan como la pintura que permanece indeleble en la obra expuesta.

La personalidad de Antonio, plena de generosidad y buenas maneras, con su carisma tan particular, se plasmaba a través de su arte. Trazaba con sus pinceles caminos de colores sobre un paisaje blanco. El azul siempre era su tono predilecto, tonos de añil y celeste, versiones interminables del cielo que se muestran en sus cuadros. Más y más marcas de su genialidad que no conocía de horarios y se alimentaban de su pasión.

Antonio amaba con fervor su profesión, lo demostraba con cada exposición, con cada discurso en el que hablaba de su trabajo, con ese tono tan especial lleno de cariño, propio del autor de una obra de arte, de un padre con su hijo, que lo muestra al mundo y desea que sea tan querido como lo es para él. Pero no solo en las exposiciones públicas, frente a sus conciudadanos a fuera del mar de olivos. Íntimamente también se reflejaba su cariño por las imágenes plasmadas en el lienzo, por su emoción en cada pasada de brocha, en cada instante dedicado a elaborar la forma que lo definiría.

Los vecinos de la ciudad de Baeza lloraron su marcha, entre los que se encontraban personalidades del mundo de la cultura baezana como el cronista José Luis Chicharro o la poeta Paqui Rodríguez, que mostraron el “orgullo y admiración que se siente por este gran artista que nunca nos dejará”.

Un adiós para un artista, profeta en su tierra, con Baeza siempre presente en sus pinceles, vital en su esencia. Eterno para los suyos, conocidos o no.

Descanse en paz.