“Se fue la voz de la ternura”

19 mar 2017 / 08:00 H.

Las palabras no bastan para describir la tristeza que tengo por tu marcha. Me cuesta mucho aceptarla, aun cuando sé que has partido a un lugar mejor donde ya no existe el dolor, y donde estás feliz con mamá, con la rubita, como tú la llamabas, y a la que nunca dejaste de echar de menos, desde que se fue hace casi tres años. En el momento de su partida, éramos cuatro personas que no sabíamos cómo vivir sin ella. Aprendimos a base de lágrimas, a aceptar su no presencia física, porque ella siempre vivió en nuestro corazón, y en nuestro permanente recuerdo. Pero estabas tú papá, y a ti te teníamos que cuidar, te teníamos que proteger. Tu enfermedad avanzaba, y tu cuidado siempre fue lo primero para nosotros, igual que cuidamos a mamá hasta el final. Desde que te fuiste nada ha sido fácil, has dejado un vacío en mi vida imposible de llenar. Fuiste un gran hombre al que tuve la inmensa suerte de llamar padre. Todavía no puedo superar tu pérdida, y no creo que lo logre alguna vez, porque nunca dejaré de extrañarte, ni de recordar todos los momentos que hemos vivimos juntos. Desde que se agravó tu estado de salud, han sido ocho meses muy intensos, en los que no nos hemos separado un solo día. He vivido por y para ti. Tú me necesitabas, pero yo a ti más. Ahora recuerdo cuantos días de paseos, de mañanas leyendo la prensa, de tardes tomando helados. Cuantos besos, cuantos abrazos, y cuantos te quieros al oído...cuando al final, tu cabecita enmarañada por esa enfermedad cruel, ya no comprendía...pero yo sé, que en algún lugar de tu mente me sentías. Me apretabas la mano con fuerza, y yo entendía... Pero una mañana, en que la fiebre se adueñó de tu cuerpo, te cogí la mano y no me la apretaste. En ese momento supe que te ibas, que ya estabas cansado, que mamá te esperaba como me contaste unos meses antes, que llevaba mucho tiempo sola, y tú ya querías estar con ella. Supe que tenía que dejarte ir, aunque el alma se me desgarrara, aunque la pena me consumiera. Y te fuiste tranquilo, con tus hijos a tu lado. Lleno de amor, de caricias y de besos. Rodeado de tu familia que nunca te ha dejado. Ahora me queda el recuerdo y el gran ejemplo que nos has dado con tu vida. Hombre de fuertes convicciones morales, honesto e íntegro, con un gran sentido del deber y de la responsabilidad, que siempre nos has inculcado. Trabajador incansable, y profundamente enamorado de tu profesión. Me vienen a la memoria tantas frases que te han dedicado, amigos y personas que te conocían, y que han llegado a nosotros a través de mensajes, en la prensa y en las redes sociales. Amigo, casi un hermano, maestro admirable, persona auténtica, gran profesional, pero sobre todo excelente personas, han sido muchas. Así empezaban otra. Se fue la voz. Sí, se fue la voz de la ternura, cuando me contaba que cuando yo nací, esperaba con ansia un varón, al haber tenido solo hermanas. Pero que su decepción duró solo unos segundos, porque cuando me vio, ya no me hubiera cambiado por nada. Que era su niña, su gitanilla, su golondrinita, como él me llamaba... El padre amoroso, que lo primero que hacía al llegar a casa, era entrar a nuestro dormitorio a darnos un beso y arroparnos, si ya estábamos dormidos. Papá de mi alma, gracias. Gracias por abrirnos los ojos al mundo, por habernos dado las lecciones de vida más importantes. Por ser luz y guía. Porque junto con mamá, nos has cuidado, educado y protegido. Por hacer de nosotros personas algo mejores cada día. Por vuestro inmenso amor, que se queda con nosotros. Porque aunque la muerte os haya arrebatado de este mundo, y de nuestro lado, podemos sentir que nos seguís cuidando como siempre habéis hecho. Porque vuestro amor de padres es tan grande que supera todas las barreras. Vuestro recuerdo ermanecerá para siempre en nuestro corazón. Hasta siempre padres míos, hasta el día en que volvamos a estar juntos, y nunca más volver a separarnos