“Me quedé esperándote”

13 may 2019 / 08:00 H.

Esta mañana me he quedado esperando a mi querido padre. Me he quedado esperando a que, como cada mañana de domingo, me llamara desde la salida de misa de nueve y media para preguntarme si queríamos churros, si necesitábamos algo, que él lo podía traer. Siempre tan solícito, ofreciéndose a dar, nunca a recibir, con su agudo sentido del humor, con el que tanto nos ha hecho reír y sonreír. Ocurrente, gracioso, de ironía fina e inteligente, chascarrillos oportunos siempre “ad hoc”, bromitas inocentes y palabras amables para todo el mundo. Porque Luisillo, como lo llaman sus nietos cariñosamente, es, parafraseando a Machado, “en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno”. Muy bueno. Con el alma limpia, la mirada pura, e irradiando bondad, atributo inconfundible de la inteligencia. Y sin el menor interés por lo material. “¡Cuántas cosas no necesito!”, solía decir.

En estos tiempos en que se impone la crispación en todos los ámbitos, y los mares profesionales están infestados de tiburones, él supo ser siempre delfín. Los tiburones no eran de su especie. Hoy, todo mi mundo y mi rutina, mi vida entera, se han vuelto del revés; se ha quedado asolada mi alma, como se quedan asoladas las tierras tras un cataclismo, el que me ha arrebatado a mi querido y anciano padre. No soy capaz de enjugar mis lágrimas en su presencia, no encuentro alivio a mi profunda pena. ¡Yo, la que tanto ha reído antaño con él, cómo estoy llorando hogaño sin él!. Me resisto irracionalmente a aceptar esta realidad devastadora que divide mi vida en dos y por la cual, lo que siempre había sido hasta hoy , deja de ser para siempre desde hoy.

Esta mañana me he quedado esperando a mi querido y anciano padre. Se ha interrumpido la comunicación entre nosotros. Adonde él ha ido no hay cobertura en este momento. Pero soy tenaz, pienso seguir hablando con él, necesito que me siga guiando y aconsejando. Y, aunque el llanto me ahogue ahora, inmersa en mi dolor, me alienta y me consuela la esperanza del reencuentro gozoso de otra manera, en otra dimensión, esa a la que están llamadas las personas que, como mi querido y anciano padre, pasan por la vida haciendo el bien y dando amor, mientras dibujan sonrisas en los rostros de los demás. En el Cielo deben estar ya sonriendo, porque mi padre va de camino.

Mientras, yo empiezo a estar algo más serena; porque , en medio de las lágrimas, la sonrisa me ilumina el rostro solo con recordarte, mi querido padre. Gracias, papá. Seguiré tu ejemplo, seguiré tu estela. El mundo se equivoca, eres tú el que está en lo cierto. Y resulta imperativo nadar contracorriente. Hasta la eternidad, mi querido padre. Continúa, en todo momento, cuidando amorosamente de nosotros como hasta ahora, como siempre, para siempre.