“Lo quería con toda mi alma, como él a mí”

10 sep 2016 / 08:00 H.

Alos quince días del fallecimiento de mi marido me llamaron invitándome a que escribiese su obituario.

No me sentía con fuerzas ni ganas y sí con mucho pudor para exponer mi sentimientos. Hoy próximo en el aniversario de su óbito los expongo:

“Hice el bachiller de siete años en Jaén y Granada, cursé Magisterio en Jaén (en sólo un año), algo más tarde empecé a ejercer la docencia y en mi primer destino lo conocí y allí empecé a vivir.

¿Por qué me gusta, por qué quiero recordar, por qué quiero no olvidar? Porque así me doy cuenta de que he vivido, de que he tenido una vida de luz y de sombras, de aciertos y de desaciertos, de tristezas y de alegrías, de felicidad y de infelicidad, de las cosas buenas que he hecho y de las malas que he podido hacer y que las asumo y me arrepiento. Pero eso es la vida, la vida larga que he vivido, puesto que ya no tengo futuro alguno. Alegrías y tristezas, calamidades, privaciones y felicidad, porque lo tenía y lo quería con toda mi alma, como lo quiero aún. Solo deseaba tenerlo a mi lado. Por eso ahora pienso que tal vez tuve la culpa de muchas cosas, pero alejada de mi familia y sola, me moría verlo salir por la puerta, es que la vida se me iba y cuando entraba renacía, era como la planta mustia y marchita a la que riegan y se levanta, porque eso era él para mí.

Era tan fuerte, tan fuerte, que jamás pensaba que se fuera a ir antes que yo. Aún hoy no lo puedo comprender: ¡Si hasta cuando acariciaba, podía hacer daño! Y al mismo tiempo tan exquisitamente delicado en nuestras relaciones íntimas. Era impensable que tal roca se pudiera desvanecer.

A pesar de todas las vicisitudes, todos los contratiempos y todos los errores que pudo o que pudimos cometer, yo he sido muy feliz con él, porque lo quería con toda mi alma, como él a mí; lo querré hasta cinco minutos después de mi muerte.

Ante mí solo tengo, a muy pocos metros, un muro, no hay vida, no hay nada, no podré recordar más, no podré sentir ternura, ni recrearme en las cosas y situaciones que me han dado alegría y felicidad, ni entristecerme por lo negativo, ni encogérseme el corazón, ni llorar, pero quiero sentir (aún puedo) el placer del dolor, sí, eso es, el placer del dolor, no el físico, ese me aterra.

Algunas veces me remonto, pero me doy cuenta de que me cuesta trabajo vivir, me cuesta trabajo todo, comer, pero es vivir lo que más trabajo me cuesta, asearme, levantarme cada día y pensar para qué, para mirar la pared de enfrente, el sofá donde mi marido se sentaba y charlábamos.

Nunca pude imaginar que él se fuera antes que yo. Él era la fuerza, la tierra, la savia, yo la fragilidad: era mi vida. Nadie podrá imaginarse, ¡nadie! cuánto lo quería. Mi vida empezó con él, cuando lo conocí, y terminó cuando se fue”.