“La voz de Antoñita acompañó la historia personal de muchos linarenses”

21 sep 2016 / 08:00 H.

Tengo 7 años. Llegamos a la calle Ventanas. Mi padre llama a un timbre que no suena. En su lugar se encuentra una luz. Al rato, llega alguien que abre la puerta: “Buenas tardes don Juan”, dice amablemente.

Recorremos un pasillo oscuro con las paredes forradas de madera y corcho. “Ya puede”, advierte el mismo señor de antes. Mi padre me avisa: “Ahora tienes que estar callado”. Nos abren una puerta muy pesada y seguimos por otro pasillo hasta que llegamos a una habitación que se encuentra llena de cachivaches con botones, vúmetros y micrófonos. De un altavoz con una tela color vainilla se escucha una voz inconfundible: “Radio Linares EAJ 37”. Al final de la espera, una mujer delgada, pequeña, de unos ojos vivísimos y muy simpática, saluda a mi padre. Me da un caramelo y me dice: “¿Tú vas a ser como tu padre?”.

La infancia es un rincón inhabitable de la memoria, y la mía se encuentra unida de una manera mágica a la radio. Hace unos días falleció esa mujer que contaba con una voz inconfundible: Antoñita Sánchez. 37 años de oficio poniendo la voz a los sueños, los anhelos, los sufrimientos y las luchas de un pueblo son muchos años. Tantos que hacen sus 96 años de vida irrelevantes para quienes no la conocieron personalmente.

La voz de Antoñita Sánchez acompañó la historia personal de muchos linarenses desde el año 1946, fecha en la que abandonó sus aspiraciones laborales en Madrid y quedó atrapada por el gusanillo de la radio. Llegó de Rus a Linares de niña, junto con sus seis hermanos y con unos padres —Baltasar y Juana— que estaban convencidos de que en la ciudad podrían sus hijos encontrar un futuro laboral que en el campo no tendrían. Que una mujer nacida en el año 1919 estudiara el Bachillerato Superior denota no solo inteligencia y disciplina, sino también la convicción suficiente como para romper unas convenciones sociales que reservaban para las mujeres un papel puramente decorativo, pasivo.

Antoñita había estudiado en las Agustinas Recoletas (lo que luego sería conocido como el Colegio de la Presentación) demostrando talento para el estudio, pero también mucha sensibilidad para la pintura. Y aquella mujer, pequeña en lo físico, creció hasta estar modestamente omnipresente en la vida de la ciudad y ya, para siempre, en los corazones, en la memoria de todos sus habitantes.

“¿A quién le dedica este disco?”, repitió innumerables veces, llevando la ilusión a quienes, convencidos, ponían una vela a la Patrona, la Virgen de Linarejos, y otra a Antoñita, para ver si regresaba aquél hijo de Francia ahora que las cosas iban mejor en la tierra, para ver si ese amor le perdonaba...