“Eras Penélope tejiendo los hilos de tu tapiz marcado por la tragedia esquílea”

30 abr 2017 / 08:00 H.

Ati, Encarnita, te despidieron en tu último adiós tus fieles amigos en la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias de Alcalá la Real. Los de tu círculo y vínculo de amor que te atendieron en los buenos momentos y en los del silencio forzado por la enfermedad maldita de la vejez. No faltaron los miembros de una institución que tanto amaste y colaboraste a lo largo de tu vida hasta que pudieron tus fuerzas asistirte en los diversos talleres, campañas de recogida de alimentos, días de la Caridad, cursos de formación, voluntariado desinteresado en ropero y en lo que se te encomendaba. Crearon estos miembros de Cáritas Interparroquial huella y testimonio en muchas generaciones, de las que bebieron muchos voluntarios de aquella virtud, que San Pablo distinguía por la primera entre la Esperanza y la Fe. Y tú fuiste crónica e historia de esta vivencia de entrega. De estas aguas manaron estos ríos, de aquellos cursos de formación de los años setenta siguieron los meandros del caudal de amor derrochado en todo momento entre quienes te rodeaban.

No podía faltar en tu despedida el sacerdote don Miguel Vallejo, entrecortado y ahíto por un profundo pesar, apenas pudo emitir palabras de gran afecto y cariño con esta familia, a la que había estado muy ligado desde que llegó a Alcalá, allá por los años cincuenta, cuando ejerció como coadjutor de la parroquia de Santo Domingo de Silos. Siempre acudió a tu casa y frecuentó el calor familiar de una pareja, modelo que no pudo extender su descendencia en un hijo ansiado. No olvidó en las peticiones, en el introito, en los recordatorios y en la despedida nunca a tu esposo Manolo Alamedas, con el que compartiste todos los momentos de tu paso por tierras alcalaínas compartiendo vivencias, pareja, amistades y aficiones. Erais distinguidos por vuestras muestras testimoniales de un matrimonio unido hasta que Manolo ya no pudo resistir los embates del sino fatal. No pudiste resistir la soledad y la ausencia de tu amado y un golpe mortal te ensimismó durante los mismos años compartiendo nuevos tiempos en la Residencia de Nuestra Señora de las Mercedes. No te faltaron las cuitas ni las visitas de tus allegados, mantuvieron el hilo de agua amorosa en un caudal arrollado por el thanatos de la materia. Encarnita, eras Penélope entretejiendo el tapiz de tu vida marcada por la tragedia esquilea esperando el encuentro con tu amado en el reino de la eternidad. En el cuerpo de aquel cuadro con hilo vital entretejáis una vida zaherida por la desgracia y el dolor, con la pérdida de tus hermanos en la adolescencia y la despedida repentina de tus padres. No era todo desgracia en aquella escena sino que tu llegada a la ciudad de la Mota por el destino de tu padre como guardia civil, te agració con la acogida de la familia Alameda, que te donó a un esposo deseado con gran intensidad. No le faltaron en ningún momento de tu vida hilar escenas de buenos ratos con las amigas de siempre, del testimonio y de los contactos parroquiales; o con otros círculos como las socias del colectivo de amas de casa, en la que asistías con asiduidad todos los jueves, frecuentabas excursiones, derrochabas esa sonrisa que amainaba las situaciones embarazosas y destensabas cualquier intento de acritud. Como Yerma repetías al ver a los niños: “Te diré, niño mío, que sí, / tronchada y rota soy para ti, / ¡cómo me duele esta cintura / donde tendrás primera cuna! / ¿Cuándo mi niño vas a venir? / Cuando tu carne huela a jazmín, ¡que agiten las ramas al sol / y salten a las fuentes alrededor!

Como Penélope, forjaste este tapiz con hilos de roja púrpura de la antigua Fenicia, repleta de amor, derrochando ternura desde la cercanía y desde esa mirada, candor de generosidad, juventud perenne hasta en los últimos momentos de la vida y frescura de unas aguas que supo sacar del pozo de la sabiduría eterna.

Ya pasó tu odisea personal, tu caminar matrimonial, tu romería en un peregrinaje para encontrarte con el Otro. Disfrutas del encuentro con el ulises del amor que te derrochará una generosidad de cumplimiento de todos tus deseos . Recogiendo como el celebrante de tu despedida unos versos de san Juan de la Cruz, de seguro que te presentaste con estos versos de tu tiempo de telar, por cierto lo llegaste a ejercer en el tránsito por la tierra. “ Mi alma se ha empleado, / y todo mi caudal en su servicio; / ya no guardo ganado, / ni yo tengo otro oficio / que ya solo en amar e n el ejercicio.