“Era un profesional admirable, un ejemplo entre los suyos”

23 jul 2017 / 08:00 H.

Es una noticia difícil de asimilar. De las que cuesta creer cuando te lo dicen. El triste fallecimiento de Enrique Caro fue un golpe que afectó al corazón de Jaén. Se le conocía como entregado cofrade y también como doctor. Durante años fue una de esas personas que representan la esencia de la confianza, de las que se le preguntan cada paso o duda porque sabes que su respuesta será verdadera y sincera.

Era un profesional admirable, un ejemplo entre los médicos, porque cada consulta, cada ocasión en que se podía charlar con él, era un momento apreciado, donde no faltaba la sabiduría y el cariño. Siempre el cariño. Los niños no eran solo parte de su trabajo, eran su vida misma. Atendió a madres de todas las edades, con niños con toda clase de enfermedades, algunas graves, otras leves, en otras apenas eran dudas de madre primeriza. No importaba. A toda persona que entraba la atendía con el mismo respeto y amor que lo hacía con su propia familia.

Cuando hablaba de posibles recetas o métodos a seguir, siempre empezaba “si fuera mi hijo, yo haría...”, y cuando tuvo nietos, lo cambió por “si fuera mi nieto, yo haría...”. Ahí se veía su enorme corazón, en cada frase en la que tenía presente a sus familiares, a sus cercanos, y con quienes comparaba con la misma ternura a sus pacientes.

Animaba a las madres jóvenes y mayores a ser fuertes. A luchar por sus hijos. A mantenerse siempre siempre en pie. Porque no hay nada más importante para su hijo que su madre, y para una madre no hay nada más que su hijo. Y Enrique lo sabía, y lo ensalzaba en las consultas, y lo demostraba en cada tratamiento. Ellos eran los que realmente importaban, no el médico. Por eso su despedida en tan especial, porque, por una vez, él es el importante. Es el centro de los lamentos de una ciudad que pena por la pérdida de un profesional como la copa de un pino. Su experiencia ya no será oída, ni sus palabras de ánimo y entereza, escuchadas. Pero siempre permanecerá su esencia, con ese corazón tan grande que tenía que compartir con las familias de Jaén.

Hay personas que trabajan, que se dedican a una labor en la vida, pero Enrique iba a más. Él ponía el alma. Era un ángel que Dios ha recuperado. El cielo ha ganado el mejor ángel del universo, mientras que en la tierra nos hemos quedado desamparados por su ausencia. El mejor profesional que hemos conocido. Y antes que nada, una gran persona, maravillosa, amable, generosa y muy querida.

Como hermano mayor de Nuestra Señora de la Capilla, patrona de Jaén, dejó un poco de sí mismo en todas las actividades en las que podía participar. Su alma y personalidad siempre estaba presente. La ciudad ha perdido a un gran hombre, que ahora nos protege y cuida desde lo alto.