“Era alguien singular que no dejaba indiferente”

22 abr 2018 / 08:00 H.

E ra el día de Reyes. En el panel de esquelas del Paseo de los Álamos, a unos metros del quiosco, me topé, de buena mañana, con una sorpresa mayúscula. Decía que había muerto, solo con 55 años, Antonio José Aguilera Cano. Un nombre y unos apellidos muy corrientes, más en Alcalá la Real. Después de darle una vuelta a la cabeza y de cotejar cuál era su domicilio y cuál el nombre de su hijo comprobé, perplejo que se trata de él.

Era una persona singular, que no dejaba indiferente. Siempre con su inseparable moto y, muy a menudo con un perro, era corriente verlo en el Paseo de los Álamos o en la estación de autobuses. Se trataba de un elemento más del paisaje alcalaíno. Su aspecto en la madurez, corpulento y con una poblada barba contrastaba con el que luce en la fotografía que ilustra su lápida en el cementerio, donde aparece un joven con indumentaria militar.

Sin duda, su vida no resultó fácil igual que la relación con mucho de quienes estaban alrededor de él. Antonio José Aguilera sorbió con intensidad los años de la movida en el esplendor de la discoteca La Belle Epoque. No sé si es alguno de los personajes recogidos en el libro que lanzó, el año pasado, el perspicaz Rafael García Medina sobre la mítica y desaparecida sala de fiestas.

De la lápida, en la sepultura que comparte con su madre, me llama la atención la dedicatoria de su hijo, un joven amante del rap que quedó huérfano de manera prematura. Un simple, pero sentido, “te quiero, papá”.

Las calles de Alcalá ya no son lo mismo sin Antonio José y otros personajes que las llenaban de un color especial, con sus sombras y sus luces, con sus errores y sus aciertos vitales. Con su pérdida también se acentúa la despoblación de un barrio situado a los pies de la Mota, cerca de la Trinidad y la iglesia sanjuanera.