El padre más bueno

24 dic 2016 / 08:00 H.

Papá, perdóname que haya tardado tanto en escribir este memorando, la tristeza y el llanto lograban paralizarlo. Solo tenías cuatro achaques de salud, te encontrabas tan bien, tan saludable que nada hacía entrever tu súbito fallecimiento. 91 años que inesperadamente se interrumpieron. Te marchaste en el más absoluto silencio, sin molestar, como supiste vivir. Desde muy niño, con aproximadamente seis o siete años, ya empezaste tu duro caminar en el trabajo. Eran tiempos de penuria y hambre, privado de juegos y con poca o nula asistencia a la escuela, tuvo que ser tu hermana la que te enseñó lo imprescindible para mal leer y saber firmar. Después, en tu juventud y durante 11 interminables años, trabajaste en una cantera local, ganabas el vil sustento picando piedra de “sol a sol”. Oficio esclavo que muchos abandonaban, no todos aguantaban el titánico esfuerzo físico. Lamentablemente hoy yaces a escasos metros de esa desaparecida cantera donde tanto “sudor” derramaste. Te recuerdo constantemente trabajando, en multitud de obras, en el molino de aceite, emigrando a Francia. Mientras, mi madre cuidaba de tus tres hijos, con la máxima disciplina ahorrativa “iba juntando algún dinerillo” para comprar algún “pedacico de tierra”. Desde muy niños nos inculcaste el trabajo, en épocas de vacaciones escolares nos llevabas a trabajar contigo al campo, no importaba el frío ni la distancia. Hoy lo reseñado estaría en entredicho, pero te agradecemos aquellos madrugones, enseñarnos a trabajar duro, la vida nos ha demostrado que tus enseñanzas fueron sabias y nos han servido. Penosamente, a tu querida mujer empezó a mostrársele un cáncer y con 75 años te obligó a solazarte en trabajar y con ilusión aprender a cocinar, lavar, limpiar, planchar y a llevar la casa perfectamente. Incluso el vecindario elogiaba tu entrega y lo limpio que todo lo tenías. Pacientemente, durante diversos periodos de tiempo tuviste el valor de, siendo tan mayor, cuidar tú solo a nuestra madre, día y noche, las 24 horas, sin decaer, sin atisbo de cansancio, con amor, feliz y oponiéndote a que nadie te relevase. Papá, qué fortaleza y tenacidad demostraste. Por mi separación matrimonial, cinco años me acogisteis en tu casa con los brazos abiertos. Me brindasteis todas las atenciones y comodidades, hecho que enormemente os reconocí y ampliamente os los supe recompensar, especialmente a ti papá. Durante 9 años viajaste de vacaciones conmigo y Maribel, conociste lugares, playas, hoteles, gastronomía y un sinfín de actividades. Uno de esos veranos, a tus 83 años, conociste la experiencia de volar y jocosamente decías “esto es lo mío, volar”. Siempre estuviste feliz, agradable, generoso, con buen talante, lúcido de gran memoria.

De tus pequeños achaques de salud, operaciones quirúrgicas o dolencias eras “tan sufrido, tan callado” que nunca exteriorizaste dolor. Nos dejas un inmenso vacío. Ahí en el cielo, junto a mi añorada madre, deberéis ser de las personas más memorables como reconocidamente fuisteis en esta dimensión. Os quiero. Y Maribel, mi esposa, emocionada, te dice: “Querido suegro, fue conocerte y ya te admiré, siempre educado, muy atento y cariñoso conmigo y así estos 16 años. Te he querido como a un padre”.