El más querido de “Alcaparrosa”, un gran amante de la Sierra de Andújar

19 oct 2016 / 08:00 H.

Se nos ha ido nuestro querido Roque Navarro Martínez. Fue a reunirse con su compañera inseparable, Luisa Garzón Expósito, con la que crió a Micaela, Ana y María Luisa. Un día del pasado mes de agosto, partió como él quería, casi sin despedirse. Nos dejó antes de cumplir los 91. Modelo de humanidad para todo el que gozó de su trato. Su comportamiento y su modo de vida fueron un ejemplo para niños y adultos. Conocía y entendía la naturaleza como pocos. En ella nació —en su Alcaparrosa—, vivió y no murió allí por un par de días en que se hubo de ausentar hasta la ciudad que tan poco le gustaba.

Marchó de su viña sin despedirse. De hecho, sus animales siguen esperándolo, su otrora escandaloso perrillo calla su ausencia. El despertador del estío “alcaparroseño” ya no pasea por los carriles con su “amotillo”, con sus “refranillos cantarines” y coplillas inventadas. Seguimos esperando en las mañanas oírlo dar los días con su gracioso vocear, citando los nombres del vecino de turno a su paso, a veces el de algún niño con su inventado diminutivo y soltando el correspondiente chascarrillo para hazmerreír del cercano que lo oía.

Gozó de una inteligencia natural desarrollada durante toda su vida gracias a su humildad, a su contacto con la naturaleza y a la necesidad que padeció durante ciertos períodos que le tocó vivir. Tenía un sentido del humormuy particular. Gracias a su ingenio y a esa agudeza tan especial era capaz, sobre la marcha, de inventarse su historieta, chiste o chacarrillo en base a su contertulio, según fuera niño/a, adulto/a o anciano/a. Porque, dependiendo de la edad o situación de cada cual, así se comportaba, haciendo siempre que su compañía fuera muy querida y esperada. Los niños llegaban corriendo con sus bicicletas: “No ha llegado Roque”, dicen. Los adultos también: “¡Ven a tomar una cerveza¡”; las madres también lo añoran: “¡Roque, pásate mañana a desayunar, que te voy a hacer churros¡”. Y así era él : “¿Hoy no hay churros?, ¿dile a..., que cuando va ha hacer berenjenas?”.

En todas las casas era esperado... Ahora añorado. Fue el maestro, que digo maestro... catedrático de naturales de muchísimos niños, de sus hijos y hasta de algunos nietos. Explicó los nombres de la orografía del entorno, el comportamiento de los animales, las diferentes especies de flora y fauna, se adelantó a la enseñanza de las prácticas ante la naturaleza —sembró los árboles, eucaliptos y pinos, que hay en el kilómetro 8 de la carretera de la Cadena—. Enseñó como hacer barquitos para los arroyos, remolinos de viento y bastones con la “cañaheja” o “cañaeja”. También que hay que lavarse bien, ya que es tóxica y peligrosa, igual que el garbanzuelo, la adelfa, el torvisco y otras plantas. A diferenciar una víbora de una culebra, a conocer los caminos y sendas de la sierra, donde salen los mejores espárragos (trigueros o de piedra), níscalos o “faisanes de jara” (una variedad del boletus)... Y así un largo etcétera.

Recuerdos de navidades de antaño, celebradas de viña en viña con sartenes, zambombas, cucharones en botellas de anís. En alguna, Roque iba de “Papa Noel” en su burra, repartiendo regalos a los niños. Son tantos sus recuerdos compartidos, más los que contaba de su infancia, que sería imposible plasmarlos con unas cuantas líneas.

Si tal como dice la frase más recordada de la película “Love Story”, “amar significa no decir nunca lo siento”, Roque amó a todo lo que le rodeaba; jamás lo vimos enfadarse con nadie; siempre tenía una sonrisa y un beso que ofrecer, ni si siquiera regañaba a sus gatos o perrillos, y le hacían más caso que a nadie. Siempre me emocionaré con tu presencia recordada. Va por ti, querido Roque. Mi viejo niño.... Donde estés entretendrás a duendes, tritones y ninfas... Espéranos con ellos, aunque jamás nos dejaras.