“Dejas un hueco en todo aquel que te conoció”

19 mar 2018 / 08:00 H.

E ste domingo de Cuaresma, cercano a la víspera de las lumbres alcalaínas de San José, subimos a la iglesia sanjuanera. Era una cita ineludible y obligada. Asistíamos a la misa por el alma del hermano difunto Domingo Cano-Caballero Hinojosa. No era una misa dominical más, era una misa que compartía con Domingo en su ausencia. Durante tantos domingos, nos habías acompañado en la tribuna del sencillo templo del barrio alto que parecía que estabas presente sentado en la silla de enea del lateral de la epístola del presbiterio. Me vino a la mente una fotografía que compartiste, al posar delante del dosel del Cristo de la Salud, con otra ausencia, Manolo Cantero, el técnico de sonido de la misa dominical. Era una fotografía que nunca presagiaba tan pronto que podía subir a un obituario por parte de los dos integrantes de aquella escena ante el Cristo de las Senaguíllas.

Y, en esta mañana, te veía rodeado de su familia, los dos hijos con sus correspondientes familias y sus parientes en el primer banco del templo, otrora viceparroquia de Santa María la Mayor. Te imaginaba acompañando al capellán de la cofradía, tu querido y vecino de barrio Antonio Pérez Rosales, en las manifestaciones penitenciales del Viernes Santo por la tarde, con tu andar pausado y sereno, tu porte señorial de familia que hacía honor a tu apellido de caballero, mirando al Cristo por las calles del barrio de San Juan y escuchando las notas de la Agrupación Musical, donde participaban tus nietas. Nunca, te ausentabas a la cita del primer domingo de septiembre, la fiesta pegujarera que compartías con los vecinos y hermanos del barrio, desde los tiempos en los que se degustaba como aperitivo tras la función de iglesia el garbanzo tostado y el vino peleón, mientras acudías a la votación anual de la elección del hermano mayor, hasta el año pasado con tu hijo al frente de la cofradía. Menos aún, faltabas a la procesión de la tarde, disfrutaban tanto de que tu hijo alcanzara el primer puesto para guiarnos en la cofradía del Cristo que tu traje se te quedaba cada vez más ajustado. Parecía como si fueras el elegido para servir a esta cofradía de tu vida.

Parecida sensación hiciste realidad portando, durante algunos años, la insignia lígnea de cayado de pastor, emblema de la cofradía patronal de Santo Domingo de Silos. Conservo tu imagen señera en la plaza del ayuntamiento delante de la imagen del santo de Cañas acompañando al párroco de esta primera parroquia de Alcalá. Detrás de ti, se muestra la portada del ayuntamiento, te mostrabas no como un jubilado más de la empresa señera alcalaína de Condepols, te manifestabas como hidalgo caballero de un pueblo con el que luchabais por mantener esta devoción del santo liberador de cautivos en la frontera con el reino de Granada.

Tu saludo singular de manos no era el mismo que compartimos con otras personas. Reflejaba un afecto especial, que querías fijar, en forma de sello con un especial apretón, que indicaba el afecto y el cariño que querías transmitir. Remachabas siempre los compromisos ante la solución de algún compromiso por solucionar con esta firma peculiar. Te definía lo mismo que tu semblante y tu corazón desbordado. Un corazón que sufrió un duro golpe con la muerte repentina de tu esposa. Parecía que no te podías recuperar. Pero, siempre intentaste superarte con el esfuerzo y eras un ejemplo de cómo se lucha ante la adversidad con el ejercicio matutino en el centro municipal de salud, jugando y disfrutando el agua de este receptáculo las Nereidas.

Siempre acudías a las citas de tu compromiso colectivo con la agrupación alcalaína de los hombres de tu partido, defendías en las asambleas con ardor tus inquietudes y las de los demás y siempre pensando en los más necesitados y en las necesidades de los barrios con más carencias. Ejercías el compañerismo y camaradería con todos en las rutas y viajes en los que disfrutabas acudiendo a defender tus ideales o compartiendo los buenos momentos de celebrar la memoria olvidada con los recitales literarios o la presencia en los monumentos. Siempre nos brindabas tu casa, con tus puertas abiertas, con la misma generosidad que se manifestaba en ese corazón grande que envolvía tu corpachón de un buen hombre, un buen caballero que me recordaba al primero que encontré en los archivos, un militar del siglo XIX, que había pasado la vida en las batallas y solicitaba una tierra para trabajar. Más bien, me recordaba los antiguos caballeros del romance fronterizo de Caballeros de Moclín.