O el complejo de Homero

19 mar 2016 / 10:20 H.

Comienza Salvador Compán contando en la historia de Jaén, que titula “Jaén, la frontera insomne”, que, viniendo a Andalucía Isabel II, en un conocido viaje en 1862, a la entrada de nuestra tierra, allá en Las Correderas, en Despeñaperros, donde habían acampado para hacer un alto en el camino, el entonces gobernador Hurtado da la bienvenida a la reina y le dice: “Señora: la provincia de Jaén felicita a SS.MM. y AA. por su dichoso arribo al límite de su territorio. Menos bella que las demás provincias andaluzas, es hoy la más afortunada por ser la primera que tiene el honor de saludar a su reina...” (La familia real va a Córdoba y Sevilla y luego, camino de Granada, Málaga y Almería, se ve precisada a pasar un día y medio en nuestra ciudad donde solo se dedica a alguna obra social y caritativa, a su vida privada, y apenas tiene tiempo y situación para recibir los regalos que las diferentes instituciones y colectivos le tenían preparados).

¿Qué ha pasado, se pregunta el historiador, para que esas palabras del gobernador, que minusvaloran la propia tierra, sean posibles? ¿Han querido servirse de una falsa modestia o era un simple adorno retórico? Más bien asegura que Hurtado recogía un estado de opinión y dijo exactamente lo que quería decir, o sea, reconocía lo que pensábamos de nosotros mismos. A este complejo, que superficialmente llamaríamos de inferioridad, el autor lo denomina “síndrome de Homero”, por ser poeta ciego que nunca llegó a tener una precisa percepción de su grandeza. (El libro de Compán es todo él un desarrollo logístico de esta idea matriz, de esta posición colectiva que se va explicitando a lo largo de estos dos últimos siglos y que ha ido arrinconando desde los Oretanos o Baécula hasta las Nuevas Poblaciones, al tiempo que recuerda que aún la autovía, la misma carretera que mandó construir Carlos III, desde el primer momento nos esquivó y sigue sin entrar en Jaén, siendo la “ciudad de paso”, como dice su nombre en árabe. Y por no hablar del tren en nuestra historia.

Dos citas significativas refiere nuestro autor. Paseando por Úbeda el escritor inglés Arland Ussher recibe esta recomendación de un parroquiano con el que coincide en una taberna y al que expresa su emoción por la ciudad de los cerros: “¡Qué disparate! Debería usted ir a Sevilla, Córdoba, Granada...” O cuando Juan Espejo narra, en las Crónicas de Jaén, el viaje a Washington con las recíprocas sorpresas de desconocer unos y otros que lo que hay aquí no se supiera allí. No se trata sin embargo tampoco de autoflagelarse en la lamentación infinita porque ese es un camino equivocado y erróneo, que dirían los viejos filósofos clásicos, un trayecto que agota las energías como fuegos artificiales. Más aún, ya están ahí nuevos quereres y recientes esperanzas. Hoy nadie repetiría las palabras del gobernador Hurtado porque el paraíso interior ha reconocido la belleza excelsa de nuestras sierras, convertidas ya en imán turístico, tras haber entrado en los catálogos de las bellas artes naturales. Pero no hay debate de un proyecto urbanístico a 10, 25 o 50 años sobre el casco viejo y lo que representa, mientras nos dejan sordos las juderías de tantas ciudades y nosotros aún no hemos pasado la nuestra de una realidad prácticamente nominal.

Inapreciable y muy valiosa, más de lo que pudiera parecer a primera vista por lo que significa y representa, es la controversia y polémica sobre si trasladar la celebración de las lumbres, incluida la carrera urbana, al fin de semana. Porque supone romper ese pesimismo, resignación y victimismo tan denunciados de que aquí no pasa nunca nada y explícita una ilusión colectiva por engrandecer algo muy nuestro, como los tirajitos. (Movimientos sociales de excelencia llenan nuestra ciudad pero aún sobrevive como opinión común aquello de que Jaén será “lo que seamos capaces de exigir”). Es otra cara de la misma moneda. Jaén no puede seguir manteniendo, y menos en el mundo de hoy en el que movimientos sociales están pergeñando nuevas rutas del futuro, ese proyecto como si fuera un mantra y tenemos que convencernos de que la sociedad civil es la que tiene que enfrentarse a la realidad para transformarse. Ese pensamiento y esa argumentación de a ver lo que nos dan y lo que conseguimos encierra demasiados contravalores para poder seguir manteniéndolo. Es un discurso que encierra demasiados contenidos negativos. Es la sociedad civil de que habla Víctor Pérez Díaz, propia de una sociedad vertebrada, que se reduce a las instituciones sociales, asociaciones y a la esfera pública, excluyendo las estatales, la que debe llevar las riendas de nuestro desarrollo. Los reyes magos son imprescindibles pero la voluntad, la inteligencia y la planificación han de ser propios de la colectividad. Y como apunte de síntoma, hay que dejar constancia que faltan plumas de altura que promuevan la reflexión y el debate. Algunas las hay y excepcionalmente valiosas pero su número es escaso. Ser tierra de paso tampoco es una maldición de la geografía, ni siquiera humana. Ser tierra de ir y venir, porque así lo ha decidido la naturaleza y la historia no es una carga como la de Sísifo que fue castigado por los dioses a subir hasta la cumbre de la montaña un gran peñasco que volvía a caer y de nuevo había que empezar la faena. Y así toda la eternidad. Ser tierra y ciudad de tránsito es una ventura porque supone ser una tierra y una ciudad de encuentro. ¡Faltaría más! La tierra que queremos y necesitamos.

Y es en este contexto de reflexión y sentimiento, de recuerdo de la consistencia inconsistente de nuestro camino social y colectivo cuando aparece el fútbol. O, mejor, el Real Jaén. Como un síndrome, un síntoma de esta tierra que ya no es que no mire a 25 o 50 años sino que en tantas ocasiones ni siquiera se asoma a la esquina a ver lo que viene al revolverla. Una esquina en la que lo esencial estaba previsto del todo pero que ahora se ha roto como si fuera un trofeo de azulejo. También en el tratamiento al viejo equipo encontramos el complejo de Homero porque nos ha faltado, a todos, reconocer que es una de las instituciones sociales más antiguas, que más historia carga sobre sus espaldas, de cuya fuente han bebido muchas generaciones y que, aún hoy día, es capaz de aglutinar, a ritmo quincenal, y a pesar de la rutina que la envuelve, la mayor participación de gente nuestra. De otra manera no hubiéramos llegado a donde lo hemos hecho en tantas ocasiones.

Del fútbol se dice con razón que es uno de los ejemplos más vivenciales de la ciclotimia, de lo que sube como un pájaro y baja como el hierro, de lo que de pronto es mucho y al momento ya nada. Lo que se llama el trastorno bipolar o, dicho de otra manera los dientes de sierra, subidas y bajadas. Es verdad. Un glorioso triunfo empuja hacia el cielo pero tras una mala tarde (ahora casi habría que hablar medio en broma de mañanas) anda uno arrastrándose por el barro pensando que todo se tuerce. Precisamente en uno de los muchos desfondamientos en los que se ha visto atrapado el Real Jaén, allá por el 2003, Juan Espejo decía en Crónicas de Jaén III que en Jaén siempre estamos en las duras cuando divisamos las maduras, que nos asaltan siempre las dudas cuando se encuentra a un paso, solamente a un paso, el salto definitivo.

Porque en Jaén, en nuestra tierra, el trastorno bipolar no es solo y únicamente deportivo. Aquí hemos trascendido lo inmediato de un resultado y nos hemos engolfado en una ciclotimia institucional. Dicho de una manera más familiar, nunca nos hemos embarcado en un proyecto estable, fijo y sólido. Bien es verdad que, como todo ser vivo, con sus resfriados y sus dolores de cabeza alguna que otra vez, pero siempre estable, consolidado y firme. ¿En cuántos momentos ha surgido de manera inevitable que el club está en peligro de desaparición?, ¿en cuántas oportunidades no se ha dicho y en verdad estaba amenazada la entidad con peligro de pérdida definitiva? Si apenas pasa un período no tan largo cuando se escuchan voces de funeral del Real Jaén.

Lamentaba una vez Gregorio Manzano, hablando del desarrollo del club, de cómo hace muchos años “faltó criterio y se cedió ante intereses que no eran lo mejor para el Real Jaén”. Claro, desde el momento en el que se establece sobre la inestabilidad, como algo que no es sólido, pierde presencia pública, pierde imagen y solidez y puede quedar a disposición de unos y otros.

Vistas así las cosas, la estabilidad le llega por los sentimientos, por la vía afectiva. Que es lo que en última instancia le da la vida y el aporta el sentido colectivo. En una reflexión sobre el juego y el rito, el antropólogo Lévi Strauss narra cómo los gahuku-gama de Nueva Guinea habían aprendido a jugar al fútbol pero que juegan varios días seguidos tantos partidos como sean necesarios para que se equilibren exactamente los partidos perdidos y ganados por cada bando, lo cual es tratar a un juego como un rito. Que también es un proyecto. Aunque Manuel Chumilla reconoce que no es fácil sobrevivir a los gestos cainistas que tiene este deporte. Salvo que se haga rito, claro.

En nuestro caso habrá que recordar que todas las otras capitales de provincia de Andalucía han circulado en los últimos tiempos, incluso, por la Primera División mientras nosotros hemos pasado cuatro años en la Segunda División y en tres de ellos hemos acabado descendiendo. De esta manera seguimos en ese ese chilanco de la Segunda B, que decía el amigo Arévalo, y que según Pedro Pablo Braojos es cielo para unos o infierno para los demás. Donde ni siquiera se permite asignar número a los jugadores y colocarlo en la uniformidad.

En última instancia tenemos que preguntarnos si lo queremos o no lo queremos. Si nuestra sociedad civil, lo que no descarta la ayuda pública (otra cosa es que solo deba ser subsidiaria) conserva el deseo de mantener al club y al equipo. Con achaques más o menos propios de todo organismo pero siempre sólido y estable. Si no hay un movimiento ciudadano dispuesto a hacerse cargo del Real Jaén. Andar a trancas y barrancas a la espera de un golpe de fortuna en forma de jeque o vaya usted a saber es, primero, soñar y, luego, aceptar que pueda venir alguien de fuera a negociar con nuestros sentimientos y amores deportivos. Si nosotros, entre todos, no queremos asumir esta responsabilidad, lo mejor es que descanse en paz, que bastantes alegrías (y algún mal rato también) nos ha proporcionado. Todo menos andar arrastrándose por los juzgados, con una imagen de ramplonería y vulgaridad, en quiebra técnica, trampeando con unos y con otros, causando disgustos entre sus profesionales y, lo peor, dando una imagen lastimera, pedigüeña, quejumbrosa y lúgubre como la de aquellos caballeros del romance en la derrota de Montejícar cuando no atendieron las reflexiones de los viejos ancianos, que les advertían: “Perdémonos de livianos en querer ir a probar donde hay moriscos doblados”.

Siempre serán posibles otros caminos deportivos alternativos. En un programa esbozado por Juan Espejo la semana pasada en “La Jaén que necesitamos”, se decía: Seguimos dejando escapar oportunidades año tras año, un lustro detrás de otro. Entre los cantamañanas que todo lo ven negro y quienes solo se miran su ombligo no hay forma de que crezcamos... Queremos una Jaén distinta, más participativa y más solidaria, lo mismo de hospitalaria y acogedora, pero emergente, que se aleje de los tópicos y se acerque al discurso del posibilismo frente al manido del victimismo...”

P.D. No se entiende, realmente no se entiende. Ya se sabe que el lenguaje deportivo no se caracteriza por su amor y respeto al idioma y apenas es consciente de que, gracias a él, podemos hablar y entendernos. En su afán de impactar, más bien destroza que mejora. El lenguaje de esta crisis rezuma falta de corrección y está cargado de desajustes gramaticales. El idioma también aporta motivos de señorío y, como diría el castizo, si cuesta lo mismo y daño no provoca ¿por qué no hacerlo mejor?