El colista gana con razón en La Victoria (0-1). La crónica

Con elegancia y calidad gana al Real Jaén, que apenas hace otra cosa que pelotear sin ton ni son

03 oct 2016 / 12:39 H.

Esta vez había que ganar, ¡ya! Como esas consignas de acción que mueven voluntades y, en ocasiones, acaban montando hasta una revolución, circuló como un santo y seña en todos los ambientes futbolísticos. Una consigna activa y casi febril que empujaba hacia un futuro algo más dulce que el presente que se venía viviendo. Había que ganar ¡ya! Y se ganó. Los aficionados a la historia recordarán aquel episodio clásico cuando Creso consultó a la Pitonisa cuál iba a ser el resultado de su confrontación con los persas y el augur le contestó que caería un imperio. Y así ocurrió pero Creso, creyendo que era el suyo el vencedor, se lanzó al combate. Sucumbió en efecto un imperio, pero fue el suyo. Algo así ocurrió ayer en La Victoria. “Había que ganar”, pero fueron los otros, los visitantes, los que lo consiguieron. Ni el casi irracional arreón final pudo modificar lo que estaba decidido en los astros.

La duda está, analizando con un punto amable de sagacidad lo ocurrido, en si fue ajustado a derecho el envite porque, según narran espectadores de peso, en el campo solo había un equipo y, claro, en esas condiciones, el desafío casi se transformaba en un trámite, como unos buenos días al vecino incómodo.

Después del gol, hasta de tres oportunidades de repetir gozaron los visitantes durante la primera parte. Daba la impresión de que algún espía (¿Israel Jerez?) había escuchado nuestra consigna y trataron de apropiársela. Lejos por ello de las tácticas, que los antiguos llamaban “del autobús”, se decidieron a jugar y justificar con ello sus viaje. Los blancos, por su parte apenas apuraron jugadas con sabor de éxito y, muy al contrario, sí que recibieron quejas colectivas en un par de fallos de difícil comprensión. Un equipo desorientado, aficionado al peloteo de ir y venir, que no mostraba entusiasmo ni fuerza ni intensidad. El amigo Luis se decidió por calificarlo de “roto”.

Y llegó el recreo y los asistentes al partido se encontraron de pronto con ¿cientos? de niños jugando a la pelota (¡y cómo lo hacían algunos!) en el paseo situado tras la tribuna. Paradójico.

Pensaban algunos aficionados que la mística de los vestuarios podrían levantar el ambiente pero no hubo tal fortuna. Todo siguió igual, salvo la prisa asfixiante de los últimos diez minutos cuando los visitantes se habían quedado diez por lesión y los jugadores apelaban a una epopeya que lavara la escena. Es verdad que en un par de ocasiones estuvieron a punto de conseguirlo pero ni por esas. El lamento propio de los aficionados, que protestaron con fuerza al término del partido, se expresaba en la pregunta , no ya lógica sino metalógica, de por qué esta fuerza e intensidad no habían aparecido antes y cómo no llegaron a producirse verdaderas ocasiones de peligro durante el partido. Casi dan ganas de recordar aquella proclama cervantina en boca de don Quijote cuando se preguntaba por el significado de lo de la razón de la sinrazón, que a la razón... y que le volvió paranoico.

Dicen que el último verso que escribió Machado fue: “Estos días azules y este sol de infancia”. La nostalgia que trajo Israel Jerez, que se envolvió en la contradicción y el dominio infantil en todo su ámbito, sirvieron de adorno y de lamento, que nubló en parte el día. Lo más duro es, además del enfado general, el precipicio que empieza a abrirse a los directivos. Pobres de ellos.

Esta vez había que ganar, ¡ya! Como esas consignas de acción que mueven voluntades y, en ocasiones, acaban montando hasta una revolución, circuló como un santo y seña en todos los ambientes futbolísticos. Una consigna activa y casi febril que empujaba hacia un futuro algo más dulce que el presente que se venía viviendo. Había que ganar ¡ya! Y se ganó. Los aficionados a la historia recordarán aquel episodio clásico cuando Creso consultó a la Pitonisa cuál iba a ser el resultado de su confrontación con los persas y el augur le contestó que caería un imperio. Y así ocurrió pero Creso, creyendo que era el suyo el vencedor, se lanzó al combate. Sucumbió en efecto un imperio, pero fue el suyo. Algo así ocurrió ayer en La Victoria. “Había que ganar”, pero fueron los otros, los visitantes, los que lo consiguieron. Ni el casi irracional arreón final pudo modificar lo que estaba decidido en los astros.

La duda está, analizando con un punto amable de sagacidad lo ocurrido, en si fue ajustado a derecho el envite porque, según narran espectadores de peso, en el campo solo había un equipo y, claro, en esas condiciones, el desafío casi se transformaba en un trámite, como unos buenos días al vecino incómodo.

Después del gol, hasta de tres oportunidades de repetir gozaron los visitantes durante la primera parte. Daba la impresión de que algún espía (¿Israel Jerez?) había escuchado nuestra consigna y trataron de apropiársela. Lejos por ello de las tácticas, que los antiguos llamaban “del autobús”, se decidieron a jugar y justificar con ello sus viaje. Los blancos, por su parte apenas apuraron jugadas con sabor de éxito y, muy al contrario, sí que recibieron quejas colectivas en un par de fallos de difícil comprensión. Un equipo desorientado, aficionado al peloteo de ir y venir, que no mostraba entusiasmo ni fuerza ni intensidad. El amigo Luis se decidió por calificarlo de “roto”.

Y llegó el recreo y los asistentes al partido se encontraron de pronto con ¿cientos? de niños jugando a la pelota (¡y cómo lo hacían algunos!) en el paseo situado tras la tribuna. Paradójico.

Pensaban algunos aficionados que la mística de los vestuarios podrían levantar el ambiente pero no hubo tal fortuna. Todo siguió igual, salvo la prisa asfixiante de los últimos diez minutos cuando los visitantes se habían quedado diez por lesión y los jugadores apelaban a una epopeya que lavara la escena. Es verdad que en un par de ocasiones estuvieron a punto de conseguirlo pero ni por esas. El lamento propio de los aficionados, que protestaron con fuerza al término del partido, se expresaba en la pregunta , no ya lógica sino metalógica, de por qué esta fuerza e intensidad no habían aparecido antes y cómo no llegaron a producirse verdaderas ocasiones de peligro durante el partido. Casi dan ganas de recordar aquella proclama cervantina en boca de don Quijote cuando se preguntaba por el significado de lo de la razón de la sinrazón, que a la razón... y que le volvió paranoico.

Dicen que el último verso que escribió Machado fue: “Estos días azules y este sol de infancia”. La nostalgia que trajo Israel Jerez, que se envolvió en la contradicción y el dominio infantil en todo su ámbito, sirvieron de adorno y de lamento, que nubló en parte el día. Lo más duro es, además del enfado general, el precipicio que empieza a abrirse a los directivos. Pobres de ellos.