Una tarde hecha a sol y fuego

Curro Díaz, Juan Ortega y Álvaro Lorenzo abren la puerta grande de Navas de San Juan

06 ago 2018 / 20:04 H.

Ya lo entiendo, Curro. Ahora sé por qué entrenabas a pleno sol esas tardes de agosto en La Garza cuando el mundo del toro se empeñó en perderse tu arte. También esas mañanas de julio en el Coso de Santa Margarita con Valentín Rivas cuando el sol te quemaba solo con tocarte. Y no te aburrías. Seguías y seguías para tardes como la de ayer, que están hechas a sol y a fuego. Curro Díaz, Juan Ortega y Álvaro Lorenzo abrieron la puerta grande de Navas de San Juan en una tarde de calor asfixiante. Cuarenta grados y ni una pizca de aire. Hubo mil personas sentadas en una piedra que abrasaba para presenciar la corrida de la Feria del Emigrante, que consolida a este municipio del Condado como un claro bastión taurino de la provincia.

Desde por la mañana, los toros se echaron a la calle con el tradicional encierro que, una vez más, congregaron a cientos de aficionados para ver los astados de Collado Ruiz salir del camión y recorrer algunas de las calles del municipio. Lo hicieron de uno en uno arropados por los cabestros. Luego, por la tarde, la celebración siguió con la corrida. Curro Díaz toreó con gusto al que abrió plaza a la verónica, un animal noble y con calidad, aunque al que siempre tuvo que cuidar. Le bajó las manos con el capote y encajó los riñones. Curro Díaz es puro toreo de cintura, por lo que, con la franela, siempre trató de ayudar al animal embrocándolo en línea recta en los inicios de la faena, aunque su colocación y su estética es tan perfecta que hace bellos los muletazos que para otros toreros, simplemente, son un mero trámite. En la recta final, le bajó la mano y trazó curvas de toreo templado, pero gobernado por una enorme seguridad a la hora de dar los toques y manejar la altura de la muleta. Una vez más, la mano que no torea era para enmarcarla por su relajación.

El cuarto anduvo algo más parado. No obstante, el recibo capotero fue, una vez más, una demostración de las ganas de torear a la verónica que tenía el diestro de Linares. Los muletazos fueron menos ligados porque al toro le faltaba un poco de codicia para perseguir el engaño, aunque Curro Díaz torea casi todos los días y esto se nota a la hora de tirar de recursos para componer una faena que le valió las dos orejas. En el primero logró otra, por lo que fue el triunfador de la tarde.

Juan Ortega tuvo un complicado oponente en el segundo toro. El astado ya era conocido por la afición de Navas de San Juan, ya que, por la mañana, se marcó el detalle de repertir el encierro, es decir, cuando recorrió las calles y llegó a la plaza, tal vez, no le gustó el sitio, por lo que emprendió el camino de vuelta hasta el camión. Sin embargo, como vio que el cajón ya no estaba abierto, pues bajó, otra vez, para la plaza. Sus hechuras eran algo más bastas, al igual que su comportamiento. Pegó arreones de mansurrote, no se entregó, sacó genió y apretó en las querencias. Le tocó a Juan Ortega y para él fue una faena, aunque no hay que olvidar que estos toros entretienen también. Este diestro torea menos que Curro Díaz y Álvaro Lorenzo y eso se nota en la plaza.

Anduvo desconfiado e hizo bien, pero esas dudas hacían que se moviera en mitad del muletazo, por lo que el toro lo veía. Y así, lo que ya era complicado, se convertía en más difícil. Sacó oficio para matarlo sin complicaciones, pero era un toro para darle un poquito más de fiesta. Con el quinto dejó detalles de buen gusto a la hora de citar, siempre muy de frente, y de volcar al toro en la cintura. Tiene buen concepto Juan Ortega, pero no está placeado. No estaría mal repasar su concepto con 40 o 50 corridas.

Dos toreros, en uno. Álvaro Lorenzo toreó con mucho gusto al tercero de la tarde. Se lo sacó a los medios y compuso de maravilla en cada muletazo acompañando el movimiento del toro con un estético giro de cintura. Álvaro Lorenzo transmite, dice cosas y hasta puede llegar a emocionar. Bajó la mano lo que le permitió el toro y fue creativo en cada uno de los remates, por lo que, después de una estocada hasta la bola, pero un poco trasera, cortó las dos orejas.

En cambio, ese Álvaro Lorenzo se fue. En el sexto fue como si otra persona se hubiera puesto su vestido gris y plata. Es verdad que se pueden poner pretextos, como que era el último toro, que el animal tenía un trapío que sorprendió de salida y que la luz artifical genera sombras que complican mucho la labor de fijar a los animales. Y encima por el pitón izquierdo andaba orientadillo. En cambio, con el sexto, Álvaro Lorenzo no estuvo. Era un astado para meterse con él y ver por dónde salía. De aguantar las zapatillas en la arena y de demostrar la capacidad de mando. Hubo un sector del público que se lo recriminó. “No te teníamos que haber dado las dos orejas en el primero”, le gritó un aficionado desde la solanera. No obstante, en una tarde así, torear, embestir y hasta aplaudir tenía mucho mérito. Qué calor que hizo en Navas de San Juan durante toda la tarde. Es verdad que la tauromaquia es sol y moscas, pero lo de ayer era fuego. Tal vez, hasta las moscas andarían en busca de una buena sombra.