Ilumina “Beethoven por Liszt”

11 may 2019 / 13:06 H.

Prosigue este interesante ciclo de las Sinfonías de Beethoven transcritas al piano por Franz Liszt. Como ya se ha comentado, estos conciertos nos anuncian que el año próximo, 2020, será “Año Beethoven”, al cumplirse un cuarto de milenio del nacimiento del considerado, con bastantes argumentos, máximo genio de la Historia de la Música. No puede hacerse mejor pregón a un annus mirabilis tal. Beethoven, 250 años. ¡Ahí es nada!

Quien esto escribe ya hace tiempo que, debido a la edad, peina canas en su bastante yerma cabeza, lo que le permite recordar cómo, hace 50 años, en un mundo sin ordenadores ni redes sociales pero ya con televisión, con la radio y, desde hacía... ¿milenios? con prensa escrita, se celebró con enorme pompa y difusión el 200 aniversario del nacimiento del gran compositor. Corría 1970, y no hubo periódico, ni revista cultural (e incluso las menos dedicadas a eso), ni noticiario transportado por ondas hertzianas, que se sustrajera, con mayor o menor intensidad, a aquella conmemoración. No digamos nada, las orquestas e intérpretes clásicos —y modernos también— y las casas discográficas.

Y así, recuerdo cómo la Orquesta Nacional de España programó en aquel año las nueve sinfonías beethovenianas y algunas obras del compositor poco conocidas entonces como la Fantasía para piano coro y orquesta, auténtico anticipo de la Sinfonía Coral, siempre dirigidas por su titular de entonces Rafael Frühbeck de Burgos, cómo un cantante granadino “pop” con cierta fama ya, saltó al estrellato con una canción llamada Himno a la alegría que no era sino un arreglo realizado por un argentino, Waldo de los Ríos, de la parte cantada de la antes citada Novena Sinfonía, haciendo famosa esta melodía, que llegó hasta los oídos del mundo entero, aficionado a la música clásica, o no.

Recuerdo las avalanchas de discos de Beethoven con toda su obra: integrales de las sonatas para piano, de los conciertos, de sus oberturas, de su música de cámara, etcétera, en los distintos sellos discográficos dedicados a este tipo de música. Fue algo increíble, por abundante, que llenó durante bastantes años después los stocks de las tiendas de discos y que en aquel tiempo nos acompañó en forma de conciertos televisados o radiados constantemente, haciendo que la música de Beethoven nos llegara, siquiera parcialmente, porque su obra íntegra es enorme y difícilmente abarcable, a muchos de los entusiastas clásicos que entonces nos íbamos abriendo paso a esta afición incomparable.

Y ahora nos encontramos en los prolegómenos del 250 aniversario. Esperemos que sea igual o más brillante aún su poder de captación, y que a muchos jóvenes, o menos jóvenes, interesados en la música, el Faro Beethoven les alumbre, les conduzca y les descubra este universo tan singular y tan lleno de distintos mundos formados por los creadores musicales de todo tipo, época y estilos.

La segunda jornada del ciclo “Beethoven por Liszt” ha estado conformada por dos sinfonías: la Segunda en Re menor, op.36 y la célebre Quinta en Do menor, op. 67. Para este empeño tuvimos en la Sala “Pintor Elbo” del Hospital de Santiago a un nuevo pianista —serán seis los que nos visiten—, Juan Carlos Garvayo (Motril, 1969), de brillante carrera concertística en solitario y también como integrante del prestigioso Trío “Arbós” (Premio Nacional de Música 2013), que le ha permitido ser aplaudido en multitud de salas de conciertos y junto a orquestas de todo el mundo. También es conocida su faceta docente, siendo actualmente profesor del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid y habiendo impartido numerosas Masterclass en distintos lugares de Europa, Norteamérica y Asia. Es decir, un magnífico e ilustre pianista, capaz de enfrentarse a las endemoniadas partituras de Liszt-Beethoven, “por este orden”, como solemos decir, ya que el paso de la orquesta beethoveniana al piano por el compositor austrohúngaro es tan fiel y atento al detalle, que el piano se convierte en estas partituras en agrupación sinfónica, llena de intrincados y más que complejos lugares, para el recuerdo de los amantes de la dificultad pianística, los pasajes fugados del III movimiento de la Quinta Sinfonía.

La no muy conocida, quizá la menos célebre de las nueve, Sinfonía número 2, escasamente deudora ya de Mozart y Haydn, fue expuesta con lentitud y delicadeza, sin dejar de resaltar los momentos de mayor poderío “orquestal”. Muy a recordar el bellísimo Larghetto que ocupa el II movimiento.

La Quinta constituyó, como era de esperar dada la gran fuerza de la obra, un verdadero tour de force para el pianista granadino, que supo afrontar la tremenda partitura con energía y verdadero virtuosismo. Los dos últimos movimientos que, como es sabido, discurren sin solución de continuidad, constituyeron una verdadera “batalla” pianística que Juan Carlos Garvayo supo afrontar —y vencer—, pero no sin quedar visiblemente agotado y casi roto a su término. Los largos aplausos dedicados al concertista se nos antojaron pocos, ante tamaña proeza.