Fin de “Beethoven Liszt”

02 jun 2019 / 11:16 H.

Con el quinto de los conciertos del ciclo “Beethoven por Liszt”, integrado en el Festival Internacional de Música y Danza “Ciudad de Úbeda”, ha quedado completada la audición de la integral de las transcripciones que Franz Liszt realizó de las inmortales “9 Sinfonías” de Ludwig van Beethoven. Para esta ocasión, el marco cambió de lugar, dejando la Sala “Pintor Elbo” para desarrollarse en el Auditorio del Hospital de Santiago. Las razones, dos: la gran popularidad de la última sinfonía beethoveniana, que atrajo a bastante más público, y sobre todo que, dada la complejidad de la obra, eran necesarios dos pianos cuyas teclas fueron pulsadas por un dúo excepcional, los hermanos Moreno Gistaín.

Previamente a su interpretación, se dirigieron al público para explicar el sentido y algunos aspectos de la obra en programa. No nos resistimos a transcribir sus palabras por lo acertado y didáctico de su breve discurso, en realidad, prácticamente una micro conferencia: “La 9º Sinfonía en Re menor, op. 125 “Coral” de Beethoven es una de las cumbres de toda la Creación Artística y, dentro del Mundo de la Música, uno de los monumentos que más han influido en ella. Representa una verdadera síntesis de muchos de los procedimientos compositivos que existían hasta la fecha, a los que el compositor otorga un impulso que llevará mucho más allá todas estas estructuras que estaban ya consolidadas, influyendo sobre generaciones de creadores posteriores, hasta prácticamente nuestros días. La sinfonía está escrita sobre células musicales aparentemente sencillas sobre las que se alza una grandísima construcción sonora. No debemos olvidar que en los seis años que empleó Beethoven en ella, desde los primeros apuntes hasta su finalización, estaba absolutamente convencido de que no iba a poder escuchar prácticamente nada de lo que había escrito. Por esta y otras muchas razones, esta obra representa un canto a la fraternidad, a la fe en la Humanidad y a la fuerza de la voluntad como la mejor manera de doblegar las adversidades”.

“Franz Liszt” comenzó la transcripción de algunas sinfonías de Beethoven en los primeros años de la década de 1830, completando el ciclo en los años 1860. La versión pianística de la “Novena Sinfonía” está realizada justo en el centro de ese periodo, en 1851. Debido a las enormes exigencias de la obra, en cuanto a músicos, solistas y coro, Liszt pensó que un segundo piano era fundamental para poder albergar todos esos recursos empleados en la partitura original. Desde su creación —nos referimos, obviamente a la versión pianística—, conoció míticas interpretaciones, como la que firmaron el propio Franz Liszt con el compositor Anton Rubinstein, o la de Clara Schumann junto a Johannes Brahms. De alguna manera, Liszt lleva al máximo su fe —así lo dejó escrito—, en que el piano era un instrumento “asimilador”, y que en él cabía toda la Música, incluyendo todos los sonidos de la orquesta”. Los pianistas oscenses Juan Fernando (Barbastro, 1974) y José Enrique Moreno Gistaín (Id., 1976), de carreras pianísticas también individuales, componen un magnífico, serio y preparado dúo de intérpretes con elevado prestigio en su ya ciertamente dilatada carrera. Nos depararon una versión de la “Sinfonía Coral” en el espíritu de las grandes lecturas de la obra original conducidas por los directores señeros que en el mundo han sido y francamente alejadas de las interpretaciones historicistas, tan rápidas como ayunas de emoción en muchos casos.

Sus tempos nos recordaron en particular a los de un Barenboim o un Thielemann, aunque alguna puntual ocasión —hay que decirlo— hubiéramos deseado menor urgencia, como en el final del primer movimiento que, por lo demás, fue llevado con la entidad necesaria, mostrando su grandeza en todo momento, a lo que no era ajena la sobrehumana transcripción de Franz Liszt. En resumen, una cuidada y estupenda lectura en la que los grandes momentos fueron muy bien traducidos, realizando los intérpretes un esfuerzo digno de admiración.

Juan Fernando, el hermano mayor, se encargó de lo que podría señalarse como “primer atril”, sin que esto suponga menoscabo de la parte encomendada a José Enrique, llena también de momentos de altísima responsabilidad.

El público del Auditorio siguió con gran concentración y silencio la interpretación de la larga partitura —una hora y cuarto—, premiando al dúo con largos aplausos y aclamaciones, lo que hizo que los visiblemente cansados hermanos, agradeciendo esta acogida, regalaran una pieza, que interpretaron en un solo piano, a cuatro manos, extraída de una “Cantata” de Juan Sebastián Bach. La breve página, bellísima, llena de un sosiego que contrastó fuertemente con la aparatosidad del “finale” de la obra de Beethoven, sumió en un silencio emocionado a la totalidad de los asistentes al concierto —hasta el punto de no sonar la primera palmada hasta transcurridos veinte largos segundos de su conclusión—, llenos de respeto y admiración por la obra y los intérpretes. No pudo acabar mejor la cosa.