El deber moral y la excusa perfecta para volver al Quijote

El escritor barcelonés Eduardo Mendoza recibe el Premio Cervantes

21 abr 2017 / 10:19 H.

El humor como hilo conductor. El escritor Eduardo Mendoza recibió el Premio Cervantes en una ceremonia presidida por los Reyes en la que, al igual que en su literatura, el autor barcelonés supo arrancar la sonrisa en varios momentos.

El protagonista fue uno de los primeros en llegar al acto en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, casi una hora y media antes del comienzo, acompañado de su primera esposa, Ana Soler, así como por sus dos hijos, Ferrán y Alexandre. Con un chaqué, como es habitual en esta ceremonia, el escritor bromeó ya desde el principio, asegurando a los periodistas que le gusta disfrazarse porque tiene “espíritu de teatrero”. Además, admitió los nervios de antes de una ceremonia que “impone”.

Posteriormente, llegaron diversas personalidades del mundo de la cultura, entre ellas el director de la RAE, Darío Villanueva, o el director del Museo del Prado, Miguel Falomir. Breves momentos antes del comienzo, hicieron su entrada los Reyes, acompañados de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. El ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, fue el primero en intervenir y destacó, precisamente, que el humor ha sido la “tabla de salvación” en la obra de Mendoza. Tras la lectura del acta de concesión del premio, el Rey entregó a Mendoza la medalla y la escultura del galardón. Con la subida al atril del premiado para leer su discurso, llegaron las risas a la sala, especialmente con algunos momentos en los que Mendoza aludió a sus “desarreglos” en la edad o su “mal español” cuando fue atendido en Nueva York por una camarera, “probablemente portorriqueña”, que le confundió con un turista francés cuando habló.

El novelista repasó en su discurso sus diferentes lecturas del “Quijote”, desde la primera “obligado” en el curso 1959-1960 a la última, con el premio recién concedido. El autor catalán reconoció que alguna vez se ha preguntado si don Quijote “estaba loco o si fingía estarlo para transgredir las normas de una sociedad pequeña, zafia y encerrada en sí misma”. Así, su conclusión es que el ingenioso hidalgo está “realmente loco, pero sabe que lo está, y también que los demás están cuerdos y, en consecuencia, le dejarán hacer cualquier disparate que le pase por la cabeza”. “Es justo lo contrario de lo que me ocurre a mí. Yo creo ser un modelo de sensatez y creo que los demás están como una regadera, y por este motivo vivo perplejo, atemorizado y descontento de cómo va el mundo. Pero en una cosa le llevo ventaja a don Quijote: en que yo soy de verdad y él un personaje de ficción”, ha señalado. El escritor —que se autodefinió como “Eduardo Mendoza, de profesión, sus labores” en una defensa de la humildad frente a la vanidad— admitió haber releído por tercera vez la novela de Miguel de Cervantes tras “la cordial e inesperada llamada del señor ministro” notificándole la concesión del premio: “Pensé que tenía el deber moral y la excusa perfecta para volver, literalmente, a las andadas”.