El cartel: memoria y presencia romera

03 may 2016 / 12:00 H.

El origen del cartel es muy antiguo, algunos estudiosos lo sitúan a los pies del Monte Sinaí con Moisés mostrando a su pueblo las Tablas de la Ley. Desde entonces a nuestros días pueden rastrearse conceptos y erudiciones, al cabo soportes para hablar del medio como criatura que, llegado el momento, dota la memoria de presencia y sentimiento a través de cuantas bondades han venido prestando las diferentes técnicas de impresión para difundir las imágenes y argumentar la necesidad del cartel; fuera, claro es, de ese grito un tanto belicoso que, especialmente en tiempo de entreguerras, significó este medio como ese “grito pegado en una esquina”, con escasa justificación en una Romería como la de Nuestra Señora de la Cabeza que, por encima de todo, incita al gozo del espíritu y a reforzar la tradición desde uno de los primeros exponentes de la memoria colectiva de España y la primera de Andalucía de cuya existencia dejó Miguel de Cervantes noticia en su más celebrada obra.

El cartel adquiere su mayor difusión con la eclosión de las vanguardias y, de modo particular, con la incursión de Tolouse-Lautrec y su transitar por la primera mitad del siglo XX.

En línea paralela se desarrolla una cartelería estimulada por un nuevo coleccionismo más selectivo y, en no pocos casos, interesado por el llamado cartel de artista, con fecha de nacimiento que tiene que ver con la litografía realizada por Pablo Picasso en 1949. Esto es, cuando el poeta Luis Aragón encargase a Picasso una paloma para el cartel que debería publicitar el Congreso Mundial Des Partissan de la Paisa, que se celebraría en abril de aquel año, en la sala Pleyel de París. Se trata pues, de una obra que, según lo antes apuntado, tiene vigencia desde que determinados profesionales de la pintura, la escultura, la fotografía y el diseño decidieron dedicarle tiempo e interés a indagar y cultivar esta modalidad de comunicación visual; cuya expresión nació al socaire y un tanto tímidamente desde la serigrafía.

Sin embargo, es la mirada modernista, con amplio asentamiento en Cataluña, la de mayor influencia. Fue en la Sala Pares de Barcelona, en donde tuvo lugar, el 3 de diciembre de 1896, la primera exposición de carteles, cuyos efectos en las calles de la ciudad no se hicieron esperar. Durante el año 1898, dos importantes industriales catalanes organizaron sendos concursos para encargar el cartel que anunciaría su marca. Eran Anís del Mono, propiedad del empresario Vicente Bosch, y el cava Codorniú, de Manuel Raventós. Alguno de los mejores artistas del momento enviaron obras; siendo la de Ramón Casas la galardonada con el primer premio de Anís del Mono. Sí, la imagen castiza de una chula con amplio mantón de Manila y dando la mano a un mono tuvo gran impacto en el jurado debido a su rabiosa actualidad de aquellos días en los que la teoría de Darwin corría, siendo la noticia del momento, cierto que un tanto rezagada entre los españoles.

Tal fue la nueva poética de la cartelería que llegaría hasta Sevilla, con especial repercusión en los carteles de Semana Santa y Feria de Abril. Por cierto, en tiempos de la Segunda República, ambos unificados en una convocatoria; esto sí, de dual iconografía y denominadas “Fiestas de Primavera”, con ejemplares de artistas tan destacados como García Ramos y Gustavo Bacarisa, cuya influencia llega a tierras del Santo Reino: la del primero, hasta Andújar en la obra de Aldehuela Palomino; la del segundo, a través de Márquez Montilla, llegaría hasta Jaén.

El Art Noveau había modificado los esquemas previamente concebidos con respecto al cartel, concediéndole gran importancia a la imagen; un lugar muy por encima del que ocupaba la palabra, cuyo diseño también quedaba supeditado a los ritmos de la composición y, en medida elevadísima, al asunto o tema. Tal es el punto de partida del cartel bélico, prioritario durante los años de la Guerra Civil (1936-1939), cuya repercusión tuvo consecuencia en los dos conceptos de espacio de las ideologías enfrentadas. De un lado, José Renau se manifestó por un concepto más experimental, el concepto de superposición de procedimientos e imágenes de gran calado propagandista; en tanto que Lorenzo Goñi (Jaén, 1911- Lausana, 1992) realiza una cartelería de soporte más humanista para satisfacer la demanda del sindicato de UGT, al que pertenecía. Del otro lado, la figura más destacada, entre otras, fue Sáez de Tejada (Tánger, 1897- Madrid, 1958); estupendo pintor procedente de las filas del vanguardismo español de preguerra, cuya cartelería puso en juego su destreza como dibujante a través de unas figuras en exceso idealizadas y marciales con fortuna en la pintura de la época y, especialmente, en la de obediencia parietal de estética poscubista, de algún modo, claramente significada en la pintura mural giennense enlazable con los carteles de Antonio González Orea y de Francisco Baños Martos; no así el lírico cartel de Carlos Pascual de Lara, excelente pintor, de amplia resonancia en la pintura mural de aquella época, muerto en plena juventud. Tal es la amplia panorámica que libera la poética del cartel de antiguadas dependencias, orientando su estética a las exigencias de la manera de hacer de cada artista y cualquier motivo que sea oportuno en tal ocasión.

A mi modo de ver, desde esta perspectiva pueden ser consideradas las piezas mostradas en esta exposición dedicada a presentar en Jaén documentos y carteles de la Romería de Nuestra Señora de la Cabeza de Andújar en el Hospital de San Juan de Dios. Cierto que con falta de piezas tan significativas como las de Aldehuela, Palomino, Serrano Cuesta, Antonio González Orea, Francisco Baños... Sin embargo, exposición de amplia pluralidad estética a la que, en ningún caso, pretendo aludir. Sin embargo, sí es oportuno recordar la reproducción de gran parte de ellos en el libro “Carteles de las fiestas y romerías de la Santísima Virgen de la Cabeza”, del grafista y cartelista Fernando Mesa. Obra, por lo demás, de incuestionable interés en la que percibimos el quehacer de artistas de esta ciudad y, claro es, de la cartelería recogida hasta su publicación en 1999, a la que hay que sumar ejemplares posteriores.