Con pluma y picos

El maestro y escritor José Román Grimá reflexiona en este texto de 2014 sobre la escritura y la encuadernación

28 mar 2017 / 11:06 H.

Este texto corresponde a la lectura que hizo Pepe en la presentación de la encuadernación artística de la obra “A dos voces”, por parte de la Universidad Popular, concretamente por su taller de encuadernación. El acto fue en la Sede Sabetay el 21 de mayo de 2014 y contó con la presencia de Luis Jaén, responsable del taller y fue presentado por Cristina Nestares. El día anterior Pepe había sido sometido a una intervención quirúrgica como parte de su proceso en la enfermedad, y tras una serie de pruebas muy dolorosas, pide el alta voluntaria para asistir al acto. Su médico (amigo muy querido), quiso acompañarlo”. Texto remitido por su viuda Lola Araque.

“Fue una pena que aquella estilográfica estuviera coja. La de su maestro era una Kaveco, negra, y ese era el objeto que mas envidiaba: más que tener un reloj o un balón de reglamento, deseaba una pluma estilográfica, con la tinta en la vena, que no necesitara de un tintero de baquelita del que nutrirse ni de un pulso exquisito que evitara aquellos tan frecuentes vómitos durante el recorrido hasta la libreta, para los que no eran remedio los secantes de propaganda que conseguía en la farmacia. Sí, esa era su ilusión secreta.

Por eso, cuando su primo Agustín le dio aquella estilográfica que habían encontrado en el fondo de una canasta de objetos en desuso que había en la cámara, él, el hijo del alpargatero, se sintió el crío más feliz del mundo: “Toma, quédate con ella, que tú sí vas a la escuela. Los de los cortijos no tenemos que calentarnos la cabeza leyendo ni escribiendo”, dijo su primo Agustín al ver cómo le temblaban las manos acariciándola.

Qué poca prisa se daba la mula Princesa para llegar al pueblo después de todo el día en el cortijo Cañamares. Bien liada en su pañuelo y guardada en el bolsillo del pantalón, no paraba de palparla por si el cansino andar de Princesa o un respingo imprevisto terminaban con la pluma en el suelo y la marimorena con el grito en el cielo: de quién es esa pluma, a quién se la has robado... Nada más llegar a casa, ya en su cuarto, la deslió con mimo del pañuelo y la desenroscó para cargarla en el tintero de hacer las planas que le mandaba el maestro. ¡En el relámpago de un instante se hizo añicos la ilusión! La goma del cargador estaba picada y la tinta que salía por un agujerillo le manchó las manos y a punto estuvo de ponerle perdidos la camisa y el pantalón; por si fuera poco, cuando quiso escribir a mojo, comprobó que también estaba coja, al plumín le faltaba uno de los dos puntos de apoyo. Solo el estropajo y jabón lograron que la tinta no llegara al río, que sus padres ni se enteraran y que la cosa no fuera a mayores. Tres años tuvieron que pasar para ser dueño de una estilográfica de verdad: unos tíos segundos se la regalaron por haber pasado, tarde sí tarde no, un año entero metiendo en la cabeza de su primo Sebastián las preguntas del Catecismo antes de hacer la Primera Comunión. Le regalaron una pluma, marca Nuzy, tan fascinante que se veía la tinta en el cargador de cristal transparente, tan inquietante como un tubo de suero descendiendo mientras va escribiendo en vena. Con plumero y plumín de mojo realizaba los ejercicios de escuela, copias y dictados; con la Nury empezó a escribir en casa lo que se le ocurría, sus primeros textos: los largos, en un rollo de papel higiénico del Elefante, sobre travesuras inventadas de las que era protagonista o peleas imaginarias con sus amigos, únicas en las que consiguió salir siempre victorioso; y los textos breves, en lujosas agendas atrasadas que su tío Vicente le traía de los médicos de Cazorla, dueños de las olivas de las que era encargado. Eran estos de las agendas textos breves, que se obligaba a escribir a diario, como renglones de los días, donde volcaba impresiones y sentimientos: más o menos como haría muchos años después en otro tipo de agenda diaria sacándole punta o buscándole el grano a la vida.

Con aquella otra pluma, la coja del cortijo de Cañamares, logró hacer un trato. Se la cambió a su amigo Pepe El Rubio por ocho triángulos para proteger los picos de los libros y la encuadernación de su Enciclopedia Álvarez, rota de tanto trote, y del libro “España es así”, desbaratado de tantas veces leérselo a su padre mientras urdía las suelas de cañamo de los alpargates. El Rubio —qué manitas, el cabrón— logró hacer escribir a la coja, poniendo un parche al cargador y emparejando los dos picos (lo que hizo que siempre se arrepintiera del cambio); y este consiguió que sus libros recuperaran la salud de su columna vertebral mediante una franja de badana pegada en el lomo con gacheta y que los picos retorcidos y desgastados lucieran el brillo de aquellos triángulos de lata ajustados. Fueron sus dos primeros libros reencuadernados.

Dos recuerdos —pluma y encuadernación— que hoy, gracias al Taller de Encuadernación de la Universidad Popular Municipal que dirige don Luis Jaén se han vuelto a materializar en este libro A dos voces, que se publicó en 2005, tras haber sido galardonado en el XIV Premio anual de Escritores Noveles convocado por la Diputación de Jaén. Cuatro relatos que recrean otros tantos hechos ocurridos durante la Guerra Civil y la dolorosa postguerra. Gracias, amigo Luis y componentes del Taller, por esta muestra, una más, de vuestro amor a los libros y a los escritores de Jaén: por hacer una cuna-reposo y unas alas-trampolin a cada libro, por seguir dedicando a los libros la lentitud de la caricia y la textura de la orfebrería en piel, gracias por arropar y mimar la escritura, incluso más de lo que a veces puede merecer. Gracias Juan del Arco, por tu empeño y figura, por tu trabajo tan callado en tiempos tan revueltos. Gracias, Cristina Nestares, como representante de la Concejalía de Cultura y de la Universidad Popular, por haber organizado y hecho posible este acto a una persona que se empeña y se empecina en seguir escribiendo para poder acercarse a la verdad que se esconde tras la cascarilla de la realidad. Gracias, cómo no, a todos vosotros, amigas y amigos, por haber hecho un hueco a la tarde para estar junto a mí. Y gracias, por último, a quienes habéis hecho posible que algo tan fácil como estar yo aquí no haya sido una empresa imposible.