Apoteosis entre aclamaciones

13 may 2019 / 16:32 H.

Sabíamos que, casi seguro, eso iba a pasar. Una formidable orquesta rusa, dirigida por unos de los más ilustres directores rusos vivos, un gran pianista ruso... Y en los atriles dos grandes obras de la música sinfónica rusa, daban para pensar que todo discurriría por caminos de triunfo y aclamaciones. Y así fue. Aunque estas cosas hay que contarlas una vez terminado el concierto porque en el arte, en el directo, todo puede pasar y las mejores perspectivas venirse abajo, o no dar la talla esperada. Ha visitado el Festival de Úbeda una prestigiosa agrupación sinfónica de la radiodifusión moscovita. Al frente de la misma el veterano director Vladimir Fedoseyev, músico de fama desde hace décadas, presente en multitud de publicaciones discográficas y de pulso personal y sumamente refinado, como nos demostró a lo largo de todo el concierto, lejos de las explosiones orquestales gratuitas pour épater le bourgeois dado que las obras programadas las contenían y en abundancia y se prestaban a ello. Solamente hemos oído los tutti llenos de calidez que pedían las partituras y el desempeño de unas secciones orquestales formidables, entre las que destacaríamos la cuerda, absolutamente afinada y de sedoso timbre.

Escuchamos en la primera parte una obra muy popular, el Concierto número 1 para piano y orquesta en Si bemol menor, op. 23 de Piotr Ilich Tchaikovsky, con el pianista Alexei Volodin. Esta obra, de gran brillantez y dificultad, aumentada por lo conocida que es, lo que hace que el público conozca prácticamente todos los “lugares” del mismo, fue muy bien interpretada por el solista de San Petersburgo, un auténtico virtuoso del instrumento que supo además, en complicidad con el maestro Fedoseyev, dar un toque de personalidad y distinción en multitud de momentos al concierto firmando ambos una versión llena de luminosidad y perfección. No hay apenas momentos que se puedan resaltar sobre otros; desde la llamada inicial de los metales, con la poderosa entrada inmediata del piano, pasando por todo el largo desarrollo de ese primer movimiento, que contiene varias cadencias del piano tocando en solitario, y yendo a continuación a las delicadezas del II movimiento, sólo interrumpidas por un prestissimo lleno de bravura que dará paso de nuevo al remanso inicial, hasta el Finale: Allegro con fuoco conclusivo de la obra, todo fue un hermoso tejido de conciliación entre solista y orquesta, de brillante desempeño de medios por parte de Volodin y de cálido acompañamiento, no exento de dominio y mando cuando la ocasión lo pedía, por parte del director de la orquesta.

El público aclamó a los intérpretes, en especial al pianista ruso que regaló una pieza de propina sin mencionar su nombre. Yo apostaría que fue de nuevo una página de Tchaikovsky, pero cualquier rectificación sobre el particular será bien recibida. La segunda parte nos reservaba una obra menos conocida del gran público, pero también de un compositor enormemente apreciado del siglo XX: Dmitri Shostakovitch. Sin duda es el sanpetersbugués uno de los más grandes sinfonistas de la historia, y no es atrevido decir que el más importante del siglo XX. De él escuchamos una de sus más escuchadas sinfonías, la número 5 en Re menor, op. 47. Definida por su autor como “La respuesta creativa de un artista soviético a una crítica justificada”, se trata de una obra que trata de “reajustar” los inicios un tanto vanguardistas de éste hacia un plano más “tonal”, más entendible (dicha sea esta breve disquisición comprendiendo lo simplista de la misma, pero intentando no complicar demasiado esta crónica al lector). De esta manera, la acogida de la obra fue absolutamente entusiasta en su estreno en la ciudad natal de Shostakovitch, entonces llamada Leningrado, hasta el punto de que las interminables aclamaciones llegaron a enojar a una parte de la crítica rusa, no sabemos si celosa de su éxito, o entreviendo algo de “preparación” en el citado esordio.

En cualquier caso, la obra, plena de dramatismo y de situaciones que sólo una orquesta de alto nivel podría solventar, (por citar un ejemplo, la transición del III al IV y último movimiento, con ese solo de celesta y el tremendo pianissimo de los violines, que desemboca en el estallido del Allegro non troppo), fue interpretada con gran fuerza y convicción por la orquesta, guiada por Vladimir Fedoseyev con la seguridad de su larga carrera y enorme categoría como conductor. Una gran traducción de esta importante y trascendental obra. Y nuevamente el final de la sinfonía trajo otra tormenta de aclamaciones y aplausos que llevaron a Fedoseyev al regalo de una pieza no incluida en el programa, igualmente traducida con enorme y entusiástica brillantes: la Danza española de “El lago de los cisnes” de Tchaikovsky. Fue digno de recordar el desempeño del percusionista encargado de la pandereta, que llevó casi todo el peso rítmico de la página, con visible probidad. Lo dicho, un clima de apoteosis ante la magnífica prestación de los músicos rusos. Para el final queremos señalar algo más. El Auditorio del Hospital de Santiago ha sido reformado recientemente con vistas a esta 31 edición del Festival de Música. Hemos de decir que, sin haber sido aún concluidas las obras por completo, éste luce, además de bello y reluciente, una acústica mejorada respecto a la que anteriormente tuvo, un tanto seca. La prueba de la Orquesta Tchaikovsky ha sido una auténtica y feliz piedra de toque para esta tan querida sala. El resultado, muy satisfactorio, teniendo en cuenta las limitaciones de un lugar que, no lo olvidemos, es monumento nacional, y las reformas y retoques deben ser cuidadosamente tasados. Enhorabuena a los responsables.