La fe mueve el cerro y cualquier montaña

Velas, cartas, peregrinaciones de rodillas y mucho fervor para una Virgen con devotos que creen en sus milagros

25 abr 2016 / 10:00 H.

Si se hubiera colocado un sismógrafo, seguro que científicamente se podría haber constatado que, este fin de semana, el Cabezo tembló. Lo hizo de pasión, de emoción, de fervor, de dulzura y de amor. La fe mueve el cerro y también cualquier montaña. Los devotos creen que su Virgen es muy milagrosa. Se trata de un dogma que se asume sin vacilar y que, en ocasiones, requiere un esfuerzo. Por eso, decenas de creyentes subieron de rodillas las tortuosas rampas que llevan hasta La Morenita. Llegaron arrastrándose al altar con la mirada agachada ante la grandeza de su Virgen. Otros lo hicieron sin calzado o con el paso hacia atrás. Impresionaba mucho verlos rumbo hacia el santuario, en ocasiones, acompañados de algún familiar que no paraba de llorar de emoción ante el sacrificio para demostrar la humildad frente la grandeza de la Madre de Dios.

El fuego de las promesas es la luz del fervor de los romeros. Esa hoguera deja sin palabras a quien la ve mientras los cristianos colocan las velas en las entrañas del templo del que emana la fe hacia la Reina de Sierra Morena. Sus llamas son pasión cristiana, fe en los milagros, clamor en busca de protección y religiosidad para hallar consuelo. El fuego es vida y muerte y también paz en aquel lugar en el que la tierra se junta con el cielo. Cuando se le pregunta a un romero qué siente por la romería existe una respuesta muy habitual: “Es algo que no se puede explicar”. Y lo dicen porque se dan sentimientos para los que aún no se han inventado las palabras y frases que no tienen semántica suficiente para argumentar por qué se eriza la piel, por qué los ojos se ahogan en lágrimas o por qué cuando pasa la Virgen todo se para, nada se oye y solo queda su presencia. El cerro del Cabezo reúne tanto fervor que lo hace mágico. Junta tal cantidad de energía que hoy, mañana y pasado —cuando el pulso de la romería deje de latir— seguro que afloran sentimientos de esos que no tienen palabras que los expliquen.