Jaén

La elegancia de la comitiva catedralicia conquista la ciudad con una brillante estación de penitencia

13 abr 2017 / 11:40 H.

La claridad que inundaba la Plaza de Santa María alumbró la Catedral cuando, a las siete de la tarde, se abrió la Puerta del Perdón. La portentosa figura del Cristo de la Buena Muerte se asomó a la luz hasta tocarla. Clavado en un manto de claveles rojos y alumbrado por los cuatro faroles de las esquinas, Jesús enfiló el camino de su preciosa estación de penitencia. Los hijos de la Buena Muerte alzaron a su Cristo, ya fallecido, para acercarlo más al Padre, allá en la inmensidad del cielo azul de Jaén. Lo portan en sus palmas y la ciudad se funde en un caluroso abrazo que pretende mitigar el sufrimiento de unos hombres que han perdido a su redentor. Miles de jiennenses aguardaban a los pies del templo para ver una de las procesiones con más arraigo de la capital. Y, como siempre, esta histórica hermandad no defraudó. Todo lo contrario. Volvió a dar una lección de señorío, elegancia y solemnidad. Sus anderos imprimen un paso parsimonioso y el Señor camina cadencioso, sereno y castigado por un destino irremediable, que se repite año tras año. Pasión tras Pasión. Su andar provoca la admiración del pueblo, que sabe apreciar la elegancia de la talla de Jacinto Higueras y el porte majestuoso que confieren sus anderos.

Detrás, la hermosura teatral de Descendimiento luce su melancolía para dar paso a la Virgen de las Angustias. En la expresión de la cara de María se confunden la belleza y el dolor, la angustia y la sobriedad, el amor y el luto. Una obra majestuosa, repleta de matices y elegante sobriedad.