Día quinto

    23 feb 2018 / 09:26 H.

    Lento fluir de la semana. El templo bulle de cofrades que asisten a una liturgia secular en honor de su Cristo amado. Miradas cómplices, gestos cercanos, mesa petitoria, gallardete de las siete palabras, calvario imponente, olor a retablo, a secuencia de siglos, a cera derretida, a hondura de incienso. Expira Jesús en Jaén. Veo a otro cofrade, entre las sombras del tiempo, en actitud recogida, contemplando el escorzo imposible de su cuerpo de junco. No se ha ido. Está ahí. Manuel López Pérez, devoto ejemplar del Cristo, trovador jaenero, contador de la historia cofrade, siempre cercano a la cofradía. No hay nadie imprescindible, pero hay personas que nunca sabremos como reemplazar. “Tengo sed”, grita Jesús de la Expiración desde su trono de olivo. Antes de ser crucificado había evitado tomar el vino con mirra ofrecido. Ahora, rechaza la esponja empapada en vinagre. Es otra su sed: de amor humano, de cofrades fieles, generosos. Sed que se aplaca con el mismo gesto. Pues amor tan solo con amor puede pagarse. Sed tiene el cofrade al contemplar a su Cristo, Rey de Reyes en su sede arbórea. Su rostro es poema de amor. No pueden dejar de mirarlo. Aun siendo ciegos lo verían con los ojos del alma. Son ya 257 años los que lleva el jaenero temblando al contemplar su busca de universos. No existe en la ciudad una imagen tan bella y expresiva. Él tiene sed, cuando es la única fuente de aguas cristalinas de la que puede beberse sin hartazgo. Agua que eterniza. Liban los cofrades de ese torrente glorioso. Y el tiempo no transcurre.