Cofrade de amor

07 jun 2016 / 10:00 H.

Hace poco más de un año que yo dedicaba este comentario diario a Luis Escalona Cobo. Llevaba meses sin verle y le decía que le echaba de menos. Ya no coincidíamos en el autobús del Puente Tablas que él utilizaba para visitar a parientes y amigos internos en la residencia de ancianos Santa Teresa. Entonces, me llamó por teléfono y me contó que había tenido problemas de salud de los que afortunadamente ya estaba bastante recuperado. Pero continuamos sin vernos. Ahora, hace pocos días, la noticia de su fallecimiento me sacudió el alma.

Conocía a Luis desde hace 60 años, cuando yo era aprendiz de Gráficas Morales. Y siempre vi en él a un hombre bueno, atento, humilde, piadoso y familiarmente cercano, verdaderamente ejemplar. Siempre, al margen de su trabajo, estaba entregado a tareas religiosas llevado de su gran pasión de cofrade y su devoción al servicio de la Adoración Nocturna de Jaén, cuya vida recogió en dos volúmenes, publicados en 2006. En ellos que recoge sus cien primeros años de andadura, desde 1904 a 2004. Me contaba que heredó la vocación cofradiera de sus padres y que desde que hizo la Primera Comunión pertenecía a la Cofradía del Cristo de la Expiración y se definía como un cofrade generacional. Para él, existían dos clases de cofrades, los de vara y los de cera y que él prefería desfilar con una vela pálida en sus manos mejor que con una vara reluciente. A este respecto, le dije que él era también un cofrade de pluma porque son innumerables sus escritos sobre la Semana Santa, casi todos publicados en las páginas de este periódico, bajo el seudónimo de Luesco.

La muerte de Luis ha suscitado innumerables expresiones habladas y escritas en todos los medios de comunicación de nuestra ciudad, en las que sus familiares y amigos y cuantos le habían conocido daban testimonio de dolor por su pérdida.

Los obituarios han sido tan incontables como sinceros, porque Luis había sembrado mucho amor. Tanto, que hoy ya no le llamaría cofrade de cera ni de pluma, sino cofrade de amor.

Luis ha dejado una hermosa huella de luz que a él le ha guiado hasta el lugar donde ya es adorador perpetuo de Dios, del que ya está más cerca que nunca.

Jaén le llora cuando seguro que Luis sonríe con más felicidad de la que jamás tuvo en su caminar por la tierra.