Luis del Olmo: “El olivar es el mejor patrimonio de Jaén”

12 jun 2016 / 19:31 H.

(Discurso íntegro del periodista Luis del Olmo tras recibir el Premio Jaén Mar de Olivos en la Gala de los Jiennenses y Popular del Año 2015)

El Premio Jaén Mar de Olivos representa un motivo de orgullo y a la vez un canto de esperanza. Ahí es nada: Recibir el propio peso en aceite. Y no un aceite cualquiera, no. Se trata del vuestro, el aceite de Jaén, que salud y felicidad líquida. La leyenda helénica afirma que los dioses crearon el olivo, por amor a los hombres, para hacerlos más felices. Ni que decir tiene que con este regalo me habéis hecho casi un centenar de kilos más feliz.

Además, con este premio habéis añadido al aceite de oliva, un nuevo calificativo. Hasta ahora, la filosofía nos había enseñado que el hombre es la medida de todas las cosas. Con este galardón, vosotros habéis convertido al aceite de oliva en instrumento de medida del propio hombre. A partir de ahora, bien podremos contar nuestra biografía en aceite de oliva. Por la parte que me toca, que vayan cambiando de báscula. Me niego a ser pesado en kilos, que últimamente no son kilos normales y corrientes, pues siempre llega el médico de la dieta y los convierte en “kilos de más”. Desde este momento, y gracias a vuestra iniciativa, a mí que me pesen siempre en aceite de oliva. Espero que mi cuerpo serrano cuente con bastantes litros, que no kilos, pues siempre encontraremos ocasión y amigos para compartirlo.

Todo el mundo reconoce que el aceite de Jaén es la mar de sano, la mar de gustoso, la mar de nutritivo. No puede ser de otra forma, puesto que está respaldado por un inmenso mar de olivos que se extiende con generosidad por toda la provincia.

Recibo el Premio Jaén Mar de Olivos con honor e ilusión. No soy la persona más capacitada para hablar de vuestro oro líquido y menos aún en esta noble ciudad de Jaén, que tanto arte y tanta historia acumula. Yo soy tan solo un aficionado, por eso no utilizo razones, sino emociones. Porque para mí, más que una ciencia o un arte, el aceite de oliva es una declaración de salud. De salud y de amor.

Muchas mañanas pienso que para llegar el aceite de oliva extra virgen a mi tostada, el agricultor ha tenido que cuidar sus olivos con dedicación y luego la almazara ha continuado esa relación cordial y apasionada con la aceituna, extrayendo lo mejor de ella y ennobleciendo y redondeando sus cualidades hasta convertirla en líquido mágico, lleno de personalidad que seduce a los cinco sentidos. Y esto se nota muy especialmente aquí, en la capital mundial del olivo, donde se mima todo el proceso de elaboración con instalaciones de vanguardia, obteniendo un aceite que no tiene rival.

Este trabajo no es fácil, todo lo contrario, es duro y esforzado. Al olivar lo han definido hermosamente como “el bosque humanizado” y es el mayor y el mejor patrimonio de Jaén, marca su estilo de vida, impulsa su economía, forja su cultura y define su personalidad. Los campos con olivos evitan la erosión del terreno, frenan su desertización y son el hábitat de unas 900 especies de animales. La aceituna más extendida en Jaén es la picual, que produce un aceite intenso, potente y estable y de acusada personalidad. Al amparo del olivo se ha desarrollado una potente industria agroalimentaria. En los últimos años abundan nuevos proyectos empresariales vinculados al olivo. Se han realizado notables avances para mejorar la calidad y la presentación, pero aún tenemos que ir a más, hasta dejar bien claro a propios y extraños que el nuestro es el mejor aceite de oliva del mundo, sin glosas ni distingos, sin peros ni objeciones.

Jaén es mucho Jaén. Aquí no se puede venir solo una vez, es imposible, porque esta tierra crea adicción, invita a repetir. Sus pueblos tienen historia, arte y cultura para dar a manos llenas y, sobre todo, ahí está el mar, el mar del olivar.

Decir Jaén es decir olivos. Hay 66 millones de olivos para 660.000 habitantes, lo cual quiere decir que cada habitante de Jaén tiene detrás cien olivos que respaldan y certifican sus señas de identidad. Si los olivos votasen, Jaén sería potencia mundial.

Y eso no es todo, porque en Jaén, lo que no es olivo es naturaleza protegida, lo cual cierra el círculo de las maravillas. Precisemos, para dejar bien clara la diferencia. Jaén cuenta con cuatro parques naturales, cuatro. Sierra Mágina, Despeñaperros, Sierra de Andújar y el Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas. Además, tiene para su aceite cinco denominaciones de origen, cinco, a saber, Cazorla, Segura, Mágina, Sierra Sur y Campiña de Jaén. Cuatro parques naturales, cinco denominaciones de origen, vamos, si esto no es el paraíso, que baje de más allá arriba el Creador del Invento y nos lo diga.

Jaén es una inmersión en la autenticidad. Pocos rincones de España pueden ofrecer al visitante tanta naturaleza en todo su esplendor. Y al turismo rural, se añade además una nueva faceta que cada temporada tiene más adeptos, el oleoturismo, con visita de museos y almazaras, recorridos por la ruta del aceite y mil formas de descubrir una vida más sana, donde el aceite de oliva es protagonista. Cuando admiramos los olivos centenarios de Martos, recordamos la exacta definición de Miguel Hernández, “el olivo sabe a tiempo”.

Ahora que estamos congregados por el inconfundible aroma del aceite de oliva, propongo elevar instancias al Gobierno, a la Organización Mundial de la Salud, y a quien tenga poder y autoridad, para que el pan con aceite de oliva virgen extra sea considerado Desayuno Patrimonio de la Humanidad.

Que la Humanidad lo sepa. El gran tesoro de la salud lo tenemos en nuestras mano y la forma más cardiosaludable de comenzar el día es degustando una rebanada de pan con aceite de oliva virgen, que es puro zumo de aceituna, recién exprimido. Esta costumbre ya se practica en todo Jaén, casi toda Andalucía y gran parte de España. Debemos extenderla al mundo entero. Porque hay aceite para todos.

Como consumidores, tenemos mucho bueno que hacer con el aceite. Ahora que se vuelve en la cocina a los sabores auténticos, nos queda el recurso de esa dieta mediterránea que practicaban nuestros antepasados y ahora todo el mundo pone por las nubes. Que ya lo decía el refrán de la abuela: “La mejor cocinera, la aceitera”.

No podremos encontrar nada más sabroso e irresistible que un tomate de huerta, cultivado ecológicamente, recolectado en su exacta madurez, sin una hora de cámara, abierto de par en par, y enriquecido con su sal gorda y un buen chorro de aceite con ese poderío que tienen los aceites de Jaén, sobre todo, los de Cazorla o Sierra Mágina. O seleccionar una huevos de granja, de esos que han sido puestos por gallinas que tienen nombre y apellidos y solo se alimentan de grano, freírlos con abundante aceite de oliva virgen extra y acompañarlos de una buena hogaza de pan candeal, para dejar después del plato limpio como una patena.

Sí, amigos, nuestro primer deber, como ciudadanos que somos de un país que es el mayor productor mundial de aceite de oliva, es conocerlo y amarlo pues, como dice el refrán “La verdad, como el aceite, queda siempre por encima”. Y así lo estamos haciendo nosotros ahora, en esta fiesta, con estos premios, alrededor de un aceite que, por encima de todo, es vida. Nuestra vida. Y, además, con optimismo. Porque el futuro es el aceite. Que ya lo dice la copla que se canta por ahí: “En invierno o en verano, por activa o por pasiva, no hay alimento más sano que nuestro aceite de oliva”.

Luis del Olmo