“Mi paraíso inventado se parece mucho al valle del Guadalquivir”

    01 abr 2016 / 09:15 H.

    Cierro los ojos para imaginar el paisaje que me gustaría ver desde mi ventana, o el que me haría detenerme para disfrutar de él y descansar en una caminata por el campo: es un espacio abierto, aunque no del todo, porque hacia un lado se eleva suavemente en colinas; más cerca, la llanura está cubierta de hierba, aunque hay también arbustos dispersos y grupos de árboles; el agua es visible, o hay señales de su presencia cercana; el cielo está azul, aunque hay algunas nubes en el horizonte; algún camino ofrece como una promesa el tránsito hacia la lejanía. (...) En realidad, me doy cuenta mientras escribo, no estoy imaginando ese paisaje, o no del todo.

    Los límites entre la imaginación y el recuerdo son difíciles de establecer, pero el escenario de mi paraíso inventado se parece mucho al valle del Guadalquivir visto desde la colina en la que se asienta Úbeda, mi ciudad natal: la tierra cultivada desciende suavemente hacia el cauce del río, visible apenas en la distancia —el reflejo del sol en el agua, brillando como un cristal—, y luego vuelve a alzarse hacia las vertientes de las sierras de Cazorla y de Mágina, que limitan el horizonte pero no lo cierran, y que cuando yo era niño despertaban en mí sobre todo la curiosidad de averiguar qué había al otro lado, la fantasía de echar a andar por uno de los caminos que bajaban al valle y llegar más allá de la Sierra. Siempre había pensado que mi apego hacia este paisaje procedía nada más que del recuerdo de la infancia.

    Muchos años después de abandonarlo, busqué una casa para pasar los veranos y al asomarme a la terraza tuve una sensación instantánea de felicidad: la ladera suave, la llanura con verdor y con árboles, las colinas que se volvían azuladas en la distancia, la sierra al fondo, marcando un límite que confortaba y que también prometía otros paisajes más allá.

    (Fragmento de “Recuerdos del paraíso”).